2007. ETA, de nuevo, salió de sus zulos

Carlos Dávila
-

2007. ETA, de nuevo, salió de sus zulos

Y eso que era para los chinos, y para los occidentales que le confieren algún crédito, el «Año del cerdo», un animal muy querido por aquellos pagos que dibuja en sus vidas a las personas hogareñas, cordiales y hasta sensuales. Joyitas, vamos. Pero aquí, en España, se vivía con miedo, odio y también resignación ¡fíjense!, las secuelas del doble asesinato de ETA en el Aeropuerto de Madrid. Escribimos resignación porque ya para entonces el país entero se había acomodado a las idas y venidas terroristas de la banda, de modo que se creía más en sus fechorías que en las continuas promesas y buenaventuras del presidente Zapatero respecto al porvenir de los etarras. Cuando los asesinos pusieron la enorme bomba en el aparcamiento del aeropuerto de Barajas, el Gobierno llevaba meses negociando (decían que la «paz») con los criminales y éstos, tras unos primeros mensajes en los que desdeñaban su autoría, no perdieron el tiempo así que ya en junio, concretamente el día 4, advirtieron a bombo y platillo por boca del gran jefe Urruticoechea, alias Josu Ternera, que volvían a las andadas y que se había terminado la tregua. 

El anuncio coincidió casi en el tiempo con una decisión que dejó estupefacta a España entera: el matarife Iñaki de Juana Chaos, antiguo miembro de la Ertzantza, que se había colocado en una fingida huelga de hambre que duró 114 días, recibió, contra todas las luces de la razón y de la dignidad nacional, una orden de «prisión atenuada» que era, en realidad, una libertad disimulada. Se produjo una insumisión clamorosa en la opinión pública que ETA aguantó sin despeinarse y que al Gobierno socialista de Zapatero le trajo literalmente por una higa, tanto que reaccionó con tibieza cuando la banda asesinó en muy poco tiempo a tres personas: dos guardias civiles y un jubilado. Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Partido Popular, se cansó de relatar con palabras robustas la doble vara del Gobierno: por un lado, la negociación, por otra la condena, pero la protesta no fue mucho más allá. Salió a la palestra el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, y al modo y maneras del horroroso marzo de los atentados yihadistas, se expresó literalmente así: «Que no nos diga el PP lo que tenemos que hacer, porque entonces le diremos al PP lo que hizo». O sea, tablas.

 Fue el año 2007 un tiempo de sofocones. Nos fijamos en tres significativos: el comienzo de la burbuja inmobiliaria, el inicio y final del juicio contra los presuntos responsables de las matanzas de los trenes de Madrid, y el primer informe riguroso que se construyó para alertar sobre las consecuencias del cambio climático. Curiosamente y sobre el primero de los agobios, una información que siempre ha pasado desapercibida: los primeros españoles que empezaron a sentir en sus cuentas corrientes y en sus dineros ahorrados los bocados de la crisis de las hipotecas subprime que se llevaron por delante muchos millones de dólares en EEUU. Fueron los vizcaínos, la provincia donde estalló de repente, sin previó aviso y con una gran dureza la burbuja inmobiliaria, aquel fenómeno que dio al traste con los buenos datos de nuestra economía que, por entonces reflejaba un crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto) del 3,8 por ciento, por encima ciertamente de la media europea (ya ensanchada la Unión con más estados como Rumanía) que se había quedado sólo en un 2,7 por ciento. Pero la burbuja nos llenó de nubes tóxicas y nuestras cuentas domésticas reflejaron una realidad muy diferente a las bondades que predicaba el Gobierno.

 El juicio contra los hipotéticos terroristas (las autorías siguen siendo tan incógnitas como discutidas) que produjeron en España la más grandiosa hecatombe criminal de nuestra Historia, empezó y se desarrolló como se esperaba: primero, con la certeza de que allí, en el Tribunal, no iba a surgir luz alguna, segundo, que aquel juez de instrucción, Gómez Bermúdez, que se había tomado el asunto con enorme dedicación, cesó en su menester y sus dictámenes fueron apenas revisados en el Tribunal constituido para el caso. Desfiló por el estrado inicialmente un indio que pasaba por allí y que negó cualquier responsabilidad, después moros de escasa condición, más tarde algún vendepatrias español que había vendido los explosivos y poco más. Si algún día se revelan los secretos oficiales quizá sepamos a quién se le ocurrió el horror y a quién se le encomendó practicarlo.

 El tercero de los sofocones vino dado por un informe escrupuloso pero bastante apocalíptico sobre la tragedia que se avecinaba en España por el cambio climático y por la culpabilidad de todos nosotros en el cuidado del planeta. Los augures de la época tampoco se mojaron mucho, la verdad: se limitaron a señalar que para el año 2100, la temperatura de la Tierra ascendería entre dos y cuatro grados. «Largo me lo fiais» pensamos todos y, nada, seguimos torturando nuestro medio ambiente, eso sí, al tiempo que el Gobierno se amparaba en aquel instante en otro informe de muy dudosa procedencia que retrataba que, en un sólo día del año, 19 de marzo, la energía eólica nos había suministrado 8.375 MW contra únicamente los 7.742 MW que nos habían proporcionado nuestras seis centrales nucleares en plena actividad. Sobre un dato como éste el Gobierno «progresista» articuló una campaña de «energías limpias» que pobló nuestro territorio de molinillos que hoy son denunciados, en sospechosa alianza, por los ecologistas que afirman que han aniquilado los paisajes de nuestra España, y por los agricultores que en la actualidad denuncian que tales artefactos han destruido nuestras tierras.

 Fue aquel año de elecciones municipales ganadas por el PP y gobernadas por el PSOE, que gracias a pactos postpartido, se hicieron con las principales autonomías. España había entrado ya en la modernidad de internet, en enero Steve Jobss había presentado en EEUU su revolucionario iPhone de Apple y en pocos meses, seis apenas, se puso a la venta en España, el teléfono que ahora nos acompaña por doquier. Por aquel entonces, Wikipedia había insertado en España más de 300.000 artículos. Por aquel tiempo también se produjo un doble acontecimiento que causó una enorme polémica nacional: en Roma, el Papa Benedicto XVI beatificó a un montón de religiosos asesinados durante la Guerra Civil, algo que hizo estallar de rabia a las izquierdas, y por otro lado aconteció en España un suceso que parecía propio de otros tiempos: el secuestro de una publicación, El Jueves, por tratar inadecuadamente a la Monarquía ¡qué hubiera pasado si se hubieran conocido entonces los avatares inconvenientes de la Corona!

 Y, por cierto, que el Jefe del Estado, Juan Carlos I, tuvo trascendencia mundial cuando en la Cumbre Iberoamericana mandó callar al dictador sanguinario venezolano Chaves que se estaba metiendo con España y nuestro pasado de forma miserable. «¿Por qué no te callas?» le espetó nuestro Rey y aquella admonición llenó páginas de la prensa mundial. En aquel 2007 también Andalucía tuvo, previo referéndum, nuevo Estatuto; se aprobó uno de los proyectos estrella de Zapatero: la Ley de dependencia. Empezó a enseñar su patita más negra el juez Pumpido con una frase famosa: «Hay que mancharse las togas con el barro del camino» para defender la negociación con ETA; Rodrigo Rato por razones que luego hemos podido suponer renunció a la bagatela impresionante de la gerencia del Fondo Monetario Internacional; se nos murió Fuentes Quintana, el promotor verdadero de los Pactos de la Moncloa; se despidió también de la vida Francisco Umbral, y en contraposición nació la Infanta de España, hoy ya una púber, Sofía de Borbón y Ortiz. ¡Ah! y muy por ahí fuera, en Rusia, se escapó con su vodka bajo el brazo y a otro lugar Boris Yeltsin. Y que no se olvide, el expresidente Felipe González, contemplando todo lo que ocurría en España, sentenció en un periódico mexicano: «En España existe un debate político predemocrático». ¡Qué puede decir ahora!