Descripción del tramo Alcalá de Henares – Guadalajara

Plácido Ballesteros
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itinerario número XIII del Circuito Nacional de Carreteras de Firmes Especiales

Descripción del tramo Alcalá de Henares – Guadalajara

En marcha nuevamente, se ofrece ante nosotros apacible vista: a la derecha, unos altos cerros, llamados de San Juan del Viso, de Zulema y de la Veracruz, en los que según dicen, pues no lo he comprobado, se hallan las ruinas que atestiguan que allí estuvo emplazada la antigua Alcalá, ciudad árabe, cuya fuerte alcazaba señoreaba toda la comarca. A sus pies fluye el Henares, y en su orilla se encuentra la ermita de Santa María del Val, en la que se celebra, o celebraba, popular romería, a la que asistió el famoso pícaro Guzmán de Alfarache, y de la que guardaba triste recuerdo. 

Al lado opuesto, corre el ferrocarril, y más lejos el terreno se ondula formando una línea de suaves colinas y en ellas aparece Meco, pueblo de alguna importancia, sobre cuyas casas aparece una enorme iglesia de sólida construcción, según desde lejos puede apreciarse. (…).

Nada variado es por aquí nuestro itinerario; el Henares, el ferrocarril y la carretera, siguen idéntica dirección, alejándose o acercándose caprichosamente. Esta última, recta y llana, corre siempre entre viñas y rastrojos. En las alturas, que limitan hacia la derecha el horizonte, se asienta un pueblo que todo el contorno domina: se llama Los Santos de la Humosa, y la torre de su iglesia y algunas casas se asoman al borde del cerro como queriendo otear curiosas las rientes riberas del Henares. 

Atravesamos luego tierras y viñas pertenecientes al «Encín», hermosa posesión cuyo caserío queda cerca del río medio oculto entre árboles que prestan apacible cobijo a las reses que pacen en sus viciosos prados. Una recta calle, bordeada de acacias, cruza la carretera y conduce desde “El Encín» hasta la estación de Meco. 

Al final de esta finca, una carretera arranca a la derecha, y pocos metros después un hito nos indica que entramos en la provincia de Guadalajara. 

Entre el camino de hierro y la calzada que seguimos se ve un canal que se llama del Henares y que debía de fertilizar este extenso llano; y digo «debía», porque, según parece, sus aguas son poco aprovechadas y el negocio de la empresa constructora resultó ruinoso. Adelantando por esta llanura, recorremos hasta el kilómetro 40, en el que se alza un vasto edificio que debió de ser importante parador o fonda de las muchas que, al inaugurarse en el primer tercio del pasado siglo el servicio de diligencias, se construyeron a lo largo de las carreteras, y que hoy las que no se arruinaron, vemos convertidas en modestos mesones o sencillas casas de labranza. Enfrente, como a un tiro de bala, se halla entre jardines, huertos y umbrosa arboleda, una hermosa quinta de recreo; ésta con el parador, es cuanto queda de Miralcampo, villa de alguna importancia que aquí existió en tiempos remotos.

En las Relaciones que Felipe II pidió a todas las villas y lugares de sus reinos en el año de 1577, y que pocos contestaron, encontramos que Miralcampo tenía en 1580 treinta y siete vecinos; que poco antes tenía muchos más; que la abandonaron de resultas de las malas cosechas de los años de 1577, 1578 y 1579; que en su término había viñedos, y que pertenecía al Marquesado de Mondéjar. No mucho después debió de despoblarse, y con los restos de su iglesia se recompuso la de Usanos, que no muy lejos se encuentra. Hoy gran parte de su término pertenece al conde de Romanones, cuya es la casa de campo antes citada. 

Poco después, y sin que nuestro camino ni el paisaje varíe, vemos a la izquierda (kilómetro 43), reclinado en suave loma, Azuqueca, bonito pueblo (al menos así parece), que tiene su estación ferroviaria, a la que conduce una pequeña carretera que arranca desde la que seguimos. 

Según las «Relaciones» antes citadas, la tradición asegura que es el lugar más antiguo de todo este contorno, y que hacia oriente hay una heredad llamada» Acequilla», propiedad del marqués de Auñón. 

En el año de 1628 la marquesa de Salinas (Dª María de Ibarra y Velasco) compró la aldea de Azuqueca a Felipe IV. Durante la guerra que España sostuvo con inimitable tesón y ejemplar heroísmo contra los ejércitos de Napoleón, Azuqueca escribe una página gloriosa, pues en sus calles las fuerzas del Empecinado, sostenidas por sus habitantes que, con los guerrilleros rivalizaban en valor, derrotaron a los soldados imperiales que combatían a las órdenes del general Hugo. 

Pasamos por la Acequilla que entre nosotros y el río se extiende: la antigua heredad del marqués de Auñón es propiedad hoy del Sr. Madrazo. Un poste kilométrico nos advierte que nos acercamos al fin de nuestra jornada, y como la carretera sigue uniformemente recta y sin cuesta, el tiempo que en recorrer en automóvil las 10 leguas castellanas hemos empleado, es escaso. 

Esto nos hace pensar en que hace no muchos años de Madrid a Alcalá se consideraba larga jornada, aunque en ocasiones sin más medio de locomoción que la paciente mula o el ligero caballo se hacían, a veces, veloces caminatas: como muestra vaya la siguiente que entre mis notas entresaco: Camino de Nápoles el 7 de julio del año de gracia de 1772, corría por este el duque de Arcos, que había de representar al rey D. Carlos III en el bautizo de una princesa de las Dos Sicilias, su sobrina. Le acompañaban los marqueses de Guevara, Peñafiel y Cogolludo y D. Pedro de Silva. Salen de Madrid a las cuatro de la tarde: «corrieron (dice el diario del viaje) las seis leguas a «Alcalá de Nares» en dos horas y cinco minutos, pasando las villas de Canillejas, la Alameda, Rexas y Torrejón de Ardoz..... cenaron en Grajanejos (88 kilómetros) y llegaron a Alcolea del Pinar a las seis de la mañana», 133 kilómetros en catorce horas es un buen raid, que decimos ahora. 

Sigue el resto de nuestro camino sin variación alguna; a la derecha, el río corre tortuoso lamiendo el borde de unos cerros, tras los que se extiende la meseta que propiamente constituye la Alcarria, comarca de límites indeterminados que comprende gran parte de la provincia cie Guadalajara. 

En el kilómetro 52, en la explanada que hasta el río llega, se ven varios pabellones, cuarteles y cobertizos o hangares (valga el galicismo). Es el aeródromo militar: varios aeroplanos descansan en tierra: un globo cometa se balancea majestuoso sujeto por metálico cable. Son los vehículos del porvenir desde los que los viajeros de generaciones venideras miraran los ferrocarriles y automóviles con la despectiva sonrisa con que hoy vemos desde éstos las carretas que bueyes arrastran penosamente o las mulas de paso en que aún viajan labradores o curas de pueblo. 

Un tiro de bala más allá damos con la estación de Guadalajara que a nuestra izquierda queda y pasamos entre almacenes, paradores y modestas casas que forman pequeño suburbio; torcemos a la derecha y en un alto al otro lado del río vemos la ciudad, fin de nuestro viaje. Pasamos el Henares por un puente de piedra de ancho arco y que antiguamente defendían dos fuertes torres, si hemos de creer al famoso embajador de Venecia Navajero, que por los años de 1525 lo pasó camino de Madrid. 

Una empinada cuesta nos conduce hasta la Caraca de los romanos, capital de la Alcarria, hoy Guadalajara, río de las piedras, según la etimología árabe; la ciudad de los duques del Infantado, cuyo palacio es la joya más preciada que hoy conserva; la conquistada por Alvar Fáñez, el primo del Cid; la que albergó, cuando prisionero vino, a Francisco I de Francia; la que vio morir a Mariana de Austria, la viuda del último rey de esta dinastía .....; pero como mi propósito sólo ha sido escribir un itinerario y la historia de Guadalajara ya está escrita y nada nuevo podría añadir, doy aquí fin a esta jornada. EL CONDE DE PEÑA-RAMIRO”.

Como no podía ser de otra manera, acompañamos el texto con el mapa de la Red de carreteras que formaban el Circuito Nacional de Firmes Especiales. 

Por su parte, la vista general de Azuqueca, tomada por don Tomás Camarillo en aquellos años veinte del siglo pasado, y que se conserva en el CEFIHGU de la Diputación Provincial, es la misma que vio el automovilista desde la carretea en su viaje hasta Guadalajara.

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