El ángel de la guarda

M.H. (SPC)
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Los veterinarios cumplen un papel fundamental aunque poco reconocido en las explotaciones porcinas que ha llevado al sector a la posición puntera que disfruta hoy

El ángel de la guarda

Al pensar en un veterinario la imagen que más rápidamente viene a la cabeza es la de una consulta en una ciudad a la que acude la gente con sus perros, gatos, hurones o pájaros para vacunarlos, curarles alguna enfermedad o pasarles una revisión. Sin embargo, una gran parte de estos profesionales sanitarios no tratan a perros y gatos ni pisan nunca un local de esas características. Porque, aparte de mascotas, en España hay millones de animales domésticos que también necesitan cuidados, el ganado, y es a eso a lo que dedican su trabajo.

Los servicios veterinarios en una granja de cerdos, por ejemplo, pueden llegar de diversas maneras. Puede haber profesionales autónomos que ofrezcan sus servicios a diferentes instalaciones, agrupaciones de granjas que contraten esta labor o, la opción más común, puede hacerse este trabajo a través de la llamada ganadería de integración, en la que una empresa llega a un acuerdo con el ganadero mediante el cual éste pone las instalaciones y la mano de obra y aquélla todo lo demás, incluyendo animales, alimentación y, por supuesto, la asistencia de un veterinario. En cualquier caso, aunque pueda parecer lo contrario, no se trata de un empleo cómodo. De hecho, quienes lo ejercen son conscientes de que está poco reconocido y demasiadas veces mal pagado.

En los últimos años se ha ido intensificando la presión social para obtener alimentos de origen animal con unos requisitos altísimos de bienestar animal y sanidad alimentaria, lo que se ha ido traduciendo en normativa a escala europea obligando a mantener unos estándares muy rígidos en este sentido; a esto se suma, además, las normas que se autoimpone el sector porcino en España, que elevan esos requisitos. Y son precisamente los veterinarios quienes se encargan de que todos esos preceptos se cumplan, aunque evidentemente no es ese su único cometido.

Para empezar, es un veterinario quien crea las fórmulas de los piensos con los que se alimenta a los cerdos. No es lo mismo una hembra gestante o lactante, que un animal recién destetado o que otro que se encuentra en pleno proceso de engorde. Las necesidades nutricionales de cada uno son distintas y hay que suministrarles la comida adecuada para cada fase de su vida. A través del análisis de las materias primas que se emplean, estos profesionales son capaces de crear el alimento perfecto para cada momento. Y además calculan la cantidad diaria por animal que se necesita para obtener el mayor rendimiento con el menor gasto de recursos posible. El agua también es controlada y analizada periódicamente por un veterinario para asegurar su calidad.

Por supuesto, estos profesionales son también quienes se encargan del programa vacunal de cada explotación. Los animales han de ser inmunizados contra diversas enfermedades en tiempo y forma y todo ha de estar supervisado. Prescriben a los ganaderos la vacuna en cuestión y posteriormente, mediante análisis de sangre, se comprueba que todos los animales han sido debidamente tratados.

También llevan un control exhaustivo de cualquier otra medicación que se recete a los cerdos. Atrás quedó el tiempo en el que se administraban antibióticos de manera preventiva; actualmente esta práctica está prohibida y muy controlada por el Ministerio de Agricultura, por lo que solo se emplean estas sustancias en casos en los que hay que atajar una enfermedad. Y estas enfermedades pueden manifestarse cualquier día de la semana y a cualquier hora, por lo que los horarios de trabajo de estos profesionales son necesariamente flexibles y han de estar siempre disponibles para acudir a la granja a diagnosticar y tratar patologías que podrían implicar graves perjuicios económicos si no se cogen a tiempo.

Con la peste porcina africana (PPA) acechando desde Alemania y otros países europeos, los controles de cuarentena son indispensables y quedan también a cargo de un veterinario. Cuando llegan cerdos vivos de otras granjas se les somete a un periodo de prueba para comprobar que no portan ninguna enfermedad que pudiera poner en riesgo al resto de animales y se realizan los pertinentes análisis. El brote de PPA en China obligó a sacrificar millones de ejemplares, lo que ha llevado al gigante asiático a tener que importar gran cantidad de carne de porcino. Con Alemania incapacitada para exportar por la misma enfermedad, España se ha beneficiado y ha sabido sacar partido. Pero si apareciera un solo caso de PPA dentro de nuestras fronteras, el sector sufriría un terrible revés, por lo que estos estrictos controles se revelan como absolutamente imprescindibles.

En ese sentido, la bioseguridad es extrema, hasta el punto de que los operarios que trabajan en las granjas llegan a tener prohibido llevar bocadillos de embutido como almuerzo para evitar posibles brotes; la PPA, aunque no es transmisible a humanos, continúa activa en el animal después de muerto y procesado, de ahí esta restricción. Pero esa bioseguridad no se limita a la PPA, sino a cualquier enfermedad que pueda poner en riesgo el bienestar de los animales o la salud de quienes van a consimurlos después. Por eso en España disponemos de la carne de cerdo más sana y segura del mundo, gracias en buena parte a la labor de los veterinarios.

En el campo del bienestar animal, otra gran exigencia, tanto de la UE como autoimpuesta por el propio sector porcino, los veterinarios también tienen un papel clave. Aparte de velar porque la alimentación y el agua sean los adecuados, han de controlar las horas de luz que disfrutan los cerdos, la densidad dentro de las instalaciones, que la ventilación sea apropiada e incluso, aunque suene raro, que los animales dispongan de juguetes. Hace ya tiempo que la normativa obliga a que los lechones dispongan de objetos con los que jugar y que poder mordisquear, al igual que las madres. Además, las cerdas preñadas, después de la cuarta semana de gestación, viven en patios que nada tienen que ver con las jaulas de pequeñas dimensiones que se usaban anteriormente.

Así, el sector porcino español es uno de los más avanzados del mundo en lo que se refiere a seguridad alimentaria, bienestar animal y bioseguridad. Y eso se ha conseguido gracias a la labor de veterinarios y ganaderos que, cumpliendo las normas europeas y autoexigiéndose incluso más, han conseguido que el ramo esté a la cabeza en producción agroalimentaria y sea apreciado fuera de las fronteras españolas.