El castillo de Torija

Plácido Ballesteros
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Paseo artístico por la provincia de Guadalajara

El castillo de Torija

El último de los dibujos de Isidoro Salcedo y Echevarría incluidos en la lámina que ilustraba el reportaje titulado Paseo artísticos por la provincia de Guadalajara, publicado en La Ilustración Española y Americana el día 22 de noviembre de 1878, es una vista del entonces arrumbado castillo de Torija. El texto del reportero, Eugenio Martínez de Velasco, en este caso no sólo era escueto como acostumbraba, sino que incluía un grave error, como puede comprobarse:

«Núm. 5. Castillo de Torija.— Está situado en una llanura, a la conclusión de un largo valle, cerca de la carretera general de Madrid a Zaragoza. Fue señor de esta fortaleza el Conde de Coruña, quien amparó en ella a los infantes de Aragón en los revueltos tiempos de D. Juan II; mas el Arzobispo de Toledo y D. Iñigo López de Mendoza la pusieron sitio en 1447 a nombre del Rey, y la rindieron después de porfiados combates».

Es cierto que los condes de Coruña fueron señores de Torija y su fortaleza, pero no lo eran aún durante el reinado de Juan II. Entre otras cosas porque dicho título nobiliario fue creado y concedido en 1469, casi veinte años después de que ocurrieran los hechos, por el hijo de aquel rey, Enrique IV, a Lorenzo Suárez de Mendoza, uno de los hijos del propio Marqués de Santillana, concediéndole también el título de vizconde de Torija.

Para aclarar esta cuestión, recordemos brevemente los principales datos que sobre la toma del castillo de Torija por las tropas de los Infantes de Aragón y su posterior recuperación por el arzobispo de Toledo ayudado por el Marqués de Santillana nos ofrecen las crónicas de la época, tanto castellanas como aragoneses y navarras.

El 19 de mayo de 1445, extramuros de la villa de Olmedo, las tropas nobiliarias castellanas que apoyaban a Juan II y a su privado el condestable don Álvaro de Luna derrotaron al bando nobiliario de los llamados Infantes de Aragón, que estaban apoyados por tropas navarras y aragonesas que habían invadido Castilla. Los Infantes de Aragón eran primos del monarca castellano, pues eran hijos de Fernando de Antequera, tío del rey castellano, que desde hacía años condicionaban la vida política del reino castellano.

Como es sabido, Fernando de Antequera, elegido rey de Aragón en 1412 en el Compromiso de Caspe, mientras fue tutor de su sobrino Juan II y regente de Castilla durante los años anteriores había promovido y asegurado una gran posición a sus numerosos hijos entre la nobleza castellana, concediéndoles diversos señoríos, como el Marquesado de Villena, e importantes cargos en la estructura política del reino castellano: matrimonio de Alfonso, su hijo mayor con la princesa María, hermana de Juan II, el maestrazgo de la Orden de Santiago para Enrique, el segundo; y el maestrazgo de Alcántara para un tercero, Sancho.

La derrota en Olmedo obligó a los Infantes de Aragón a replegarse hacia Navarra y Aragón con el grueso de sus tropas, y su influencia en Castilla decayó. Pero, a pesar del descalabro, tropas navarras consiguieron hacerse con el control de dos puntos clave en los caminos hacia Aragón y Navarra: la villa de Atienza y su impresionante fortaleza y el estratégico castillo de Torija. 

Las tropas que tomaron Torija estaban mandadas por un capitán de gran prestigio llamado Juan de Puelles, que consiguió mantenerse encastillado allí durante varios años. Sucesos de los que tenemos buena información a través de la narración de un coetáneo de los hechos, Fernán Pérez de Guzmán, en su Crónica de Juan II. El cronista castellano recoge en sus páginas cómo en 1446 el rey, preocupado por los robos y saqueos que las tropas navarras acantonadas en Torija realizaban en sus correrías por las comarcas aledañas, ordenó al arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo, señor de la cercana Brihuega, que fuese contra ellos. 

Para ello le proporcionó 300 caballeros que se sumaron a los contingentes del arzobispado. Alonso Carrillo se instaló en el arrabal del Alamín de Guadalajara para desde allí hacer frente a las correrías de los navarros. Pero dicho movimiento no dio ningún resultado. Juan de Puelles y sus tropas burlaban con frecuencia la vigilancia de los hombres del arzobispo y siguió asolando el territorio; dándose la situación entre burlesca y humillante de que en una de sus salidas los navarros se presentaron en el Alamín, robaron el arrabal e incendiaron algunas casas. Ante este fracaso del prelado toledano, el monarca reforzó las tropas sitiadoras con otros 200 caballeros y ordenó a Carrillo que sitiara directamente Torija. No obstante, el cerco no dio ningún resultado en los siguientes meses.

Así las cosas, el monarca ordenó a Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, y hombre fuerte de la región alcarreña, que sumara sus tropas a las del arzobispo y volvieran a cercar Torija. Ambos magnates apretaron el cerco sobre los hombres de Juan de Puelles, que aún resistieron largos meses. Trascurrido un tiempo, combatida la plaza con «trabucos, e ingenios, e lombardas», es decir con elementos de la entonces naciente artillería, el navarro capituló finalmente, entregando la fortaleza a cambio de poder marchar libremente a Aragón, frontera más próxima. Aunque la cronología ofrecida por la Crónica es algo confusa, podemos situar la rendición entre finales de 1451 y principios de 1452. Aclarada la confusión histórica del reportero de La Ilustración …, volvamos ahora nuestra atención al grabado de Isidoro Salcedo que ilustraba el texto. Como pueden observar ustedes, se trata de un dibujo que nos presenta el castillo en 1878 totalmente arrumbado.

Como es sabido, en aquella situación se encontraba la fortaleza desde que fuera volada durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) por orden de Juan Martín el Empecinado para evitar que fuera utilizada por las tropas franceses del general Hugo.

De esta manera, el grabado que hoy comentamos, fechado en 1878, al que no se le ha prestado ninguna atención por parte de los estudiosos del castillo, tiene una gran importancia, pues seguramente es la primera imagen con la que contamos de la fortaleza torijana tras sufrir la voladura ordenada por El Empecinado. 

Además, tras su análisis podemos llegar a la conclusión de que es una vista mucho más realista de la situación que presentaba el castillo en aquellos momentos que el dibujo realizado por Josep Pascó en 1885, publicado en 1886 en el volumen correspondiente a Castilla La Nueva de España, sus monumentos y sus artes, su naturaleza e historia, que sí ha sido utilizado frecuentemente por los estudiosos al tratar de Torija.

Circunstancia que puede comprobarse en la composición que ofrecemos en la que se pueden comparar ambas imágenes con una de las primeras fotografías conservadas del Castillo, que se publicó pocos años más tarde, en 1893, en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones (BSEE).