Padres en pandemia

Inmaculada López Martínez
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La incertidumbre, el miedo al contagio, los cambios de los protocolos sanitarios y la adaptación de la crianza a un mundo de mascarillas y distancias son hándicaps que han tenido que afrontar las parejas que han sido padres en la crisis del Covid

Padres en pandemia - Foto: Javier Pozo

Iria, Miguel y Diana son tres de los bebés guadalajareños de la Generación Pandemia. Fueron concebidos cuando el coronavirus estaba a punto de entrar en nuestras vidas y  llegaron al mundo en el fatal 2020. Sus progenitores jamás imaginaron que el apasionante viaje de convertirse en padres sería como subirse a una montaña rusa: con continuos altibajos y sentimientos enfrentados.

El temor al contagio;la falta de un seguimiento médico ordinario del embarazo, la preparación al parto y el puerperio –en donde primó la atención telefónica–; la incertidumbre ante el cambio constante de los protocolos sanitarios; y la adaptación de la crianza a un mundo lleno de mascarillas y distancias de seguridad son sólo algunos de los hándicaps a los que estas parejas han tenido que enfrentarse. Afortunadamente, ver crecer a sus retoños vigorosos y alegres es la mejor recompensa de los sinsabores y momentos de tensión que llevan acumulados a sus espaldas. 

Alberto González y Gema Vaquero supieron en agosto de 2019 que iban a ser padres. Tras disfrutar de los siete primeros meses de embarazo sin ningún contratiempo, la primera ola del Covid irrumpió con fuerza obligándoles a encarar  la recta final del nacimiento de su hija rodeados de «una enorme angustia e incertidumbre». «Teníamos mucho miedo de no saber qué es lo que podía pasar, de cómo podía afectar el virus a las embarazadas y al bebé y, sobre todo, de los rumores que ya se escuchaban sobre cómo iba a ser el parto». 

Y es que esta pareja fue una de las 153 de la provincia que se vio afectada por el traslado temporal de los servicios de Obstetricia y Ginecología del Hospital Universitario a la Clínica La Antigua entre el 25 de marzo y el 6 de mayo. «Al principio, nos pareció bien porque el Hospital estaba desbordado de casos y nosotros íbamos a poder estar en un espacio supuestamente libre de Covid», señala Alberto. Sin embargo, esas buenas sensaciones se desvanecieron enseguida cuando les confirmaron que Gema iba a tener que afrontar el parto en solitario por motivos de organización y protección de los pacientes frente al coronavirus. «Lloré muchísimo cuando me enteré de que Alberto no iba a poder estar conmigo en ningún momento y que no conocería a su hija hasta que me dieran el alta. Era primeriza, me habían suspendido las clases de preparación al parto y no sabía lo que tenía que hacer, me sentí fatal», afirma.

De hecho, Gema fue una de las entonces futuras madres guadalajareñas que formalizó su queja ante el Sescam y colaboró en la campaña de recogida de firmas que se puso en marcha a través de Change.org  para reclamar el derecho a tener un acompañante durante el parto; una denuncia pública que también contó con el apoyo de la asociación El Parto es Nuestro al considerar que era una situación que vulneraba las recomendaciones de la OMS y creaba «un estrés innecesario en un momento tan importante y sensible de sus vidas».

Por desgracia, de nada sirvió. Gema rompió aguas el lunes 20 de abril a las once y media de la noche y, una hora después, ingresaba sola en la Clínica La Antigua. «Me llevó Alberto, me dejó en la puerta con la maleta, me dijo ‘te quiero’ y hasta el jueves no volví a verle», relata. «Entré con lágrimas en los ojos porque es un momento en el que necesitas un apoyo y allí solamente veía a gente con mascarilla». No obstante, Gema reconoce que el trato de los profesionales sanitarios fue «muy bueno» y que eso le ayudó a sobrellevar un parto largo y complicado debido a las dos vueltas de cordón umbilical que traía  la bebé. «Me tuvieron que sacar a la niña con fórceps y sufrí mucho desgarro, pero me las tuve que apañar yo sola como pude para atenderla porque en la habitación ya ni entraba ni te ayudaba nadie, fue también muy duro en ese aspecto». Por su parte, Alberto admite que aquellos tres días de ausencia fueron «los más largos de mi vida» y que los vivió con «impotencia» y llegando a sentirse «un inútil».  

Agotada, pero feliz de tener a Iria en sus brazos, Gema recibía el alta el 23 de abril. En la entrada de la clínica, Alberto las esperaba. «Cogí a la niña, le di a Gema un abrazo y la dije ‘vámanos a casa que ya ha pasado todo’», recuerda todavía emocionado. Diez meses después, estos padres primerizos consideran que aquella difícil experiencia les ha unido más y que viene a demostrar la «gran fortaleza» que puede alcanzar el ser humano. «Aunque creas que no puedes, al final puedes», declara Gema, lanzando un mensaje de «ánimo, fuerza y tranquilidad» a los futuros progenitores que, en estos momentos, atraviesan esas mismas sensaciones de miedo e inseguridad.

Beatriz Palancar, redactora de este medio, es otra de las guadalajareñas que estrenó maternidad en plena pandemia. Miguel, un precioso bebé que ya tiene cuatro meses, llegó al mundo el 20 de octubre en el Hospital cuando la segunda oleada del Covid comenzaba a apretar intensamente. En su caso, pudo tener el apoyo de su marido, Luis Herrera, en el parto, pero no así durante el tiempo restante de ingreso hospitalario. Beatriz está convencida de que el nacimiento de su hijo se adelantó más de diez días por «el disgusto» que se llevó al enterarse de que los protocolos sanitarios volvían a endurecerse y que Luis podría estar junto a ella  única y exclusivamente en el paritorio. «Después de tanto cuidarnos, de quedarnos sin vacaciones, de salir solamente para pasear, de cortar las relaciones en persona incluso con el núcleo familiar más cercano durante el último mes de embarazo y de todo el esfuerzo que habíamos hecho para no contagiarnos, que no permitieran que el padre de mi hijo pudiese estar conmigo fue tremendo, se me vino el mundo abajo», declara esta periodista. «Esa misma noche ya no dormí nada, me puse muy nerviosa, comencé con contracciones y, claro, rompí la bolsa. Me tuvieron que ingresar aunque todavía tardé dos días en ponerme de parto», explica. «Lo peor de todo fue pasar el proceso de dilatación totalmente sola en la habitación».

Por suerte, el resultado de la PCR que le hicieron a Beatriz fue negativa y Luis pudo estar a su lado las horas que permaneció en el paritorio hasta conocer a su pequeño. «La experiencia del parto fue maravillosa, pero una vez que les subieron a la habitación yo  me tuve que volver a casa como el que va al teatro. Había sido padre y no tenía cerca ni a mi mujer ni a mi niño, fue un vacío tremendo», señala Luis.

Si los nueve meses de gestación fueron complicados, primero por la amenaza de aborto que Beatriz sufrió y que la obligó a permanecer varias semanas en reposo y, después, por todos los condicionantes que supuso la pandemia, la crianza de Miguel también ha supuesto unos cuidados y una carga emocional extraordinaria. «Nos recomendaron que, sobre todo, los dos primeros meses hasta que el niño no tuviera el sistema inmunológico desarrollado si queríamos ver a alguien tenía que ser en la calle y que las visitas en casa tenían que ser las mínimas, siempre con mascarilla y nada de que el niño estuviera de brazos en brazos», relatan. «Fue muy difícil, pero decidimos que sólo vinieran a verle los abuelos. Con mis hermanos y sobrinos quedábamos en la calle y los de Luis le conocieron por videollamada porque viven en Madrid y unos días después se decretó el cierre perimetral», indica Beatriz.

Estos padres primerizos aseguran que «tener un hijo lo compensa todo, no lo cambiamos por nada del mundo, pero sigue siendo muy duro tener que llevar tantos cuidados». «Desde luego, yo no me quiero volver a quedar embarazada en época de pandemia», afirma tajante Beatriz, quien decidió desahogarse y dar salida a todas las intensas emociones que iba amontonando a través de la escritura  de un libro que muy pronto verá luz y que, según adelanta, llevará por título Parir con mascarilla.

Valentín Lucas e Irene Rodrigo tuvieron a su tercera hija, Diana, el pasado 18 de diciembre. Evidentemente, fue una experiencia muy diferente a las anteriores. «Los otros dos embarazos fueron rodados, pero con éste nos surgieron muchas dudas, muchos miedos, llevábamos al milímetro el tema de la limpieza, las desinfecciones, el contacto con la gente, lo que ha hecho  todo el mundo pero si cabe con más cuidado todavía», cuentan.

En cualquier caso, este joven matrimonio se siente «muy afortunado» de que su benjamina naciera en una de las treguas de la incidencia de la pandemia, justo antes de la Navidad, y que ello les permitiese estar juntos cuando Diana llegó al mundo. «Hasta el último momento, no supieron decirnos si yo iba a poder estar en el Hospital. Se pasa mal porque ya me había perdido las ecografías. De hecho, el día del parto, al principio me echaron hasta que Irene se quejó y  me dejaron entrar. Aunque una familia haya tenido 20 hijos, si tienen el 21 va a querer vivirlo igual», afirma Valentín, quien agradece infinitamente haber podido acompañar a su mujer en ese ambiente «frío y de ciencia ficción» que las EPIS, las mascarillas y el resto de medidas anti-Covid han aportado al Hospital. En la actualidad, está  permitido el acceso de un acompañante en la hospitalización obstétrica siempre y cuando la puérpera pueda permanecer en un habitación individual. No obstante, desde el Sescam recuerdan que los protocolos pueden variar en función de la evolución epidemiológica.

Ahora, estas tres familias tan sólo desean seguir viendo crecer a sus hijos fuertes y sanos, que la pandemia remita para poder celebrar su nacimiento como merece y que sus seres queridos puedan abrazarles y achucharles sin temores ni mascarillas. Seguro que este momento llegará porque, ya se sabe, donde hay vida, hay esperanza. Y, desde luego, no hay vida más esperanzadora que la de un bebé.