Excursión a la antigua Encomienda de Zorita

Plácido Ballesteros
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Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. (1 de septiembre de 1935)

Excursión a la antigua Encomienda de Zorita

«Organizada mancomunadamente por nuestra Sociedad y la Casa de Guadalajara para lo que como otras veces sirvió de aglutinante el incansable Dr. Layna Serrano, hízose esta salida el 30 de mayo festividad de la Ascensión, con tiempo nublado que auguraba algún chaparrón nada grato, pero con gran entusiasmo de los excursionistas entre los que figuraban nuestros consocios Sres. San Ginés y Aristegui, Dr. Luis y Yague con su hija, señor Tello con su esposa e hija, Sres. Martín Mayol, Allendesalazar, Barandica, Briceño y marqués de Almunia; fue notada y sentida la ausencia del Sr. Conde de Polentinos, que rompiendo su tradición, hizo novillos ese día por ocupaciones perentorias. 

En un autocar repleto de viajeros salirnos de la Casa de Guadalajara a las ocho de la mañana; cruzamos el Henares por Alcalá, al llegar al Pozo de Guadalajara atisbamos sobre la altiplanicie alcarreña el castillo de Pioz, y a él nos dirigimos pasando un rato agradable en su contemplación, con toda amabilidad acompañados por su actual dueño D. Jorge Ventura que lo adquirió con otras propiedades de la marquesa de Ayerbe; jefe de la expedición era el Dr. Layna, Cronista de Guadalajara y autor de un libro interesante sobre todos los Castillos de esa simpática provincia, y sus explicaciones técnicas e históricas sirvieron de mucho al auditorio, que a la vista de los muros renegridos pudieron reconstruir mentalmente el aspecto de la fortaleza en sus tiempos de esplendor, cuando la habitó el primer señor de Pioz, Alvar Gómez de Cibdarreal. 

De nuevo en ruta, por un valle lindísimo, descendimos al pintoresco del Tajuña para salvar otra vez por Escariche y Escopete las alturas alcarreñas (ya estábamos en los antiguos dominios de Zorita) y pronto en amena hondonada se nos apareció el caserío de la ducal Pastrana apiñada en un montículo, y más allá sobre otro en plena vega, el importante convento de San Francisco. Lloviznaba; durante dos o tres horas cayeron algunos chaparrones, y aunque la temperatura era deliciosa, la llovizna estropeó el asunto, pues impidió que visitásemos las callejas retorcidas y típicas, el antiguo barrio morisco del Albaicín, algunas viejas casonas, más varios conventos interesantes; menos mal que metidos en la antigua Colegiata, pasamos un gran rato admirando el hermoso altar mayor, que al ampliar la iglesia vino a substituir (quizá con perjuicio a pesar de su mérito) a otro labrado por Alonso de Covarrubias, Juan de Borgoña y Lope de Villena; vimos también algunos de los famosos tapices (los de la toma de Arcila están restaurándolos en Madrid), la cripta donde yacen sepultados los duques de Pastrana y no pocos Mendozas de Guadalajara allí llevados desde el Panteón de San Francisco), la custodia y cruz procesional del siglo XVI, el magnífico juego de candelabros de ébano para los funerales solemnes, y el copioso Relicario donde guárdanse entre otras joyas artísticas una pequeña arqueta del siglo XIII con esmaltes de Limoges, un retablito del XVI con dos bellísimas placas de plata repujada, el templete de maderas finas, ágatas y lapis lázuli que muestra al desarrollarlo mediante un pivote el pergamino donde en letra francesa del siglo XIII se leen las prescripciones de la Regla de San Francisco, etc.; .visitamos cuando escampó el inacabado palacio de los Duques de Pastrana donde quedan algunos bellos artesonados, y después de comer opíparamente subimos al autocar dirigiéndonos a Albalate, pero con frecuentes paradas a fin de que varios excursionistas encantados del paisaje, dispararan sus máquinas con reiteración. 

En Albalate de Zorita, acompañados gentilmente por el cura párroco, visitamos el templo parroquial del siglo XVI con bella portada gótica flamígera entre pilastrillas platerescas y hermoso interior de tres naves con bóvedas de crucería; también fue admirada por todos una bella custodia de plata, obra del siglo XVII, y la interesantísima cruz románica del XIII denominada «Cruz de perro» porque a comienzos del XVI fue hallada donde un can escarbaba reiteradamente; hoy se venera en una capilla especial. 

Luego de contemplar la caudalosa fuente pública de Albalate que lanza raudales de agua por seis gruesos caños montados en viejos canecillos románicos, retrocedimos a Almonacid de Zorita distante de aquel pueblo tres kilómetros escasos, para admirar la portada flamígera de su parroquia, tirar algunas placas ante la puerta de la muralla del siglo XIII nominada «Puerta de Zorita» que luce empotrada sobre la clave del arco apuntado arábiga inscripción, y sobre todo para admirar en el antiguo convento de Comendadoras de Calatrava (hoy de monjas franciscanas) el bellísimo retablo construido al mediar el siglo XVI por Bautista Vázquez y Juan Correa, del que no damos pormenores pues nuestro consocio y guía, Dr. Layna, lo describe en un estudio que tiene listo para insertarlo en este Boletín, según nos dijo. 

Las cinco de la tarde iban a dar, cuando pusimos rumbo a la cercana Zorita de los Canes, famosa en la Edad Media por ser cabeza de una extensa y rica Encomienda de Calatrava, temporalmente Sede de la Orden tras la rota de Alarcos, y sobre todo, por su famoso castillo que todos los excursionistas ansiaban ver; pronto al acabar una revuelta de la carretera apareció como por arte de magia el aislado cerro de Zorita coronado por temible peñón escarpadísimo y sobre él las torres y murallas ruinosas de la fortaleza; en la falda del cerro el hoy humilde caserío de la villa aún rodeado de murallas; a oriente el precioso valle del Badujo que contornea a la montañuela fortificada, y a poniente ancha y fértil vega con el Tajo lamiendo los muros del pueblo; la estampa no puede ser más bella, los excursionistas se apresuraron a apearse del coche, y mientras los que trataron de trepar por la cuesta y no pudieron lograrlo temiendo una caída o faltos de agilidad se entretuvieron en “poner inútil cerco» a la fortaleza o en visitar la romántica virgen de la Oliva guardada en la parroquia, la mayor parte de los expedicionarios tomaron el castillo «por asalto»; quien, por la puerta principal, en forma de ojiva, reforzando otra más antigua de origen árabe con arco de herradura, colgada sobre el pueblo; quien por el valle del Badujo penetrando en el recinto exterior, para seguir bajo la torre albarrana construida en el siglo XIII por el maestre Ruy Díaz, ganar la explanada exterior, y por fin penetrar en la fortaleza luego de admirar el foso excavado en la roca para separar el albacar del castillo propiamente dicho. 

La fortaleza de Zorita fue quizá la más importante de Guadalajara en la Edad Media, tanto por su inexpugnabilidad, cuanto por defender un puente sobre el Tajo, arrumbado en el siglo XVI por una riada; aunque maltrecha por la vejez y el abandono, conserva elementos suficientes para que quien la visita se dé perfecta cuenta de su aspecto antañón, de sus poderosas defensas naturales y de las infinitas añadidas por el ingenio del hombre. Los visitantes admiramos la iglesia del castillo, románica, con el ábside construido sobre un cubo de la muralla; las rotas arcadas del atrio; los ventanales de las estancias «ricas» del comendador y caballeros calatravos; la «sala del moro» en lo que fuera torre señorial, con su bóveda hemisférica y el corredor semicircular para salir al baluarte o espolón meridional del castillo, más la escalera de caracol que ascendía a los pisos superiores; el ancho y profundo pozo de agua «nativa» ; las bajadas a numerosos subterráneos abiertos en la roca, y sobre todo, los espléndidos y variados panoramas gozados desde aquella altura, así como los abismos productores de vértigo que se contemplan al mirar abajo desde muros y torres. El Dr. Layna, como perfecto conocedor del castillo y su historia (en su obra «Castillos de Guadalajara» se ocupa ampliamente del de Zorita), nos fue explicando detalle por detalle todos los dignos de notar en esta fortaleza, y nos refirió de paso algunos de los episodios históricos más interesantes acaecidos en ella, tales como la rebelión de Calib Ben Haffsun contra los califas cordobeses, la gesta de Alvar Fáñez de Minaya que fue alcaide de Zorita, la traición de Dominguillo gracias a la cual pudo Alfonso VIII apoderarse de esta plaza fuerte, el sitio que la puso Alfonso XI, algunos sucesos con motivo de varios cismas de la Orden calatrava, las rijosidades del comendador Arroyo que no perdonaba ocasión para aumentar con sus hijos naturales el vecindario de Zorita, etc., etc.

 Pero la tarde iba muriendo, el regreso se imponía, y en esta excursión romántica y evocadora no faltó la nota cómica final; diéronla un afiliado a nuestra Sociedad, ya viejo, grueso, torpón en demasía, de aspecto muy respetable, y una señora de edad mediana, pero agilidad más mediana todavía, que apencaron con la subida, gozaron en grande en la visita al castillo, pero al descender temiendo una catástrofe sentáronse en el suelo, y tanto la señora como el caballero dignísimo, gordísimo y respetable, bajaron arrastra sin cuidarse del barro, protegido cada uno por cinco o seis chicuelos que les tiraban de los brazos para que no resbalasen, mientras otros tantos perillanes cogidos a sus pies, hacían de muro contentivo; de este modo se deslizaron hasta el llano sin detrimento de sus personas, pero sí de sus trajes... 

Darían las nueve y media de la noche cuando encantados del viaje, entramos en Madrid, donde durante mucho tiempo recordaremos con gusto, las bellezas artísticas de Pastrana, Almonacid y Albalate, el encanto supremo del castillo de Zorita, y la variedad y belleza de los panoramas admirados en el camino. Dr. J. G. M.”.