Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


El cazador

14/01/2022

Es obvio que los políticos y los altos ejecutivos no han leído o prestado la atención debida al libro El cisne negro de Nassim N. Taleb. No quiero decir con ello que su contenido sea acertado en todo, pero tras una lectura pausada extraemos que debemos ser prudentes con aquello que no debe ocurrir nunca. Un gobernante no puede guiarse en sus actos por una confianza ciega, sino que debería dedicar energías a los escenarios negativos cuyo impacto podría destrozar la sociedad a la que representa.

Occidente funciona como si la expectativa de una guerra o la posibilidad de una agresión militar fuera inconcebible. Confundimos con frecuencia nuestra repulsa moral con la crudeza de la vida. Esta miopía ha relegado al ejército a un instrumento famélico, sin tensión y tan poco dotado que su propia existencia es absurda. Podríamos pensar que nuestros enemigos, aquellos que pudieran atentar contra nuestro estilo de vida, soberanía o economía, se han reducido en esta nueva utopía. La realidad es que el número de actores que nos tienen ganas no ha dejado de aumentar e incluso los países cuyas poblaciones no consideramos que sean hostiles, podrían evolucionar hacia dictaduras agresivas con facilidad. En el fondo, creemos que la economía y el comercio frena cualquier escenario bélico; la historia en 1914 nos demostró que esta premisa es falsa.

Imaginemos que Rusia decide invadir Ucrania, reducir el gas que nos vende a nosotros o a vecinos. No tendríamos ninguna respuesta efectiva de contención a corto plazo. Supongamos que China entiende que su momento ha llegado y ataca a Taiwán, no podríamos desplegar ninguna respuesta política creíble. No hablamos ya de ayuda militar, pues su tejido productivo está totalmente integrado en nuestra industria y comercio. El norte de África vamos a aparcarlo un poco porque la depresión ante nuestra incapacidad nos dejaría paralizados.

Las democracias, la izquierda en especial, tienden a creer que existen injusticias que justifican los conflictos bélicos. Si apartas las causas, los motivos para la guerra se evaporan. Esta idea no se sostiene en la historia y es peligrosa en lo social. No todos los delincuentes lo son por las mismas razones, pero todos los delitos comparten víctimas que sufren. Humildemente, no tengo respuesta a los orígenes del mal, pero tengo claro que debemos siempre estar al lado del que sufre el acto. La amenaza de una respuesta creíble militar puede ser la mejor manera de evitar una agresión.