Saber adaptarse

Antonio Herraiz
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Se rompió los dos brazos la víspera de un examen de piano. Tuvo que hacer frente a ruidos en los oídos. Nada le impidió acabar su carrera musical con un expediente brillante. Dirige la academia Adagio's en Guadalajara

Saber adaptarse - Foto: Javier Pozo

El colmo de cualquier pianista es romperse un brazo la víspera de un concierto. David Hernando (Guadalajara, 1982) se fracturó los dos antes de enfrentarse al examen para aspirar a una matrícula de honor. Tenía 16 años y había obtenido sobresaliente en el tercer curso de sus estudios profesionales en el Conservatorio. Para rebajar la tensión que implica una prueba tan exigente, salió en bicicleta por las inmediaciones de su pueblo, Bujalaro, con tan mala suerte que se le metió una abeja entre las gafas. Al quitárselas para que saliera el insecto, perdió el equilibrio y salió volando por encima de la bicicleta. Con los dos brazos escayolados fue imposible afrontar esa prueba. No es que no pudiera tocar el piano; ni siquiera era capaz de comer solo. Cabía la opción de hundirse o de afrontar el dramón como una anécdota. Si miramos su expediente, la elección fue clara: la matrícula de honor llegó en los cursos siguientes, incluido en sexto de enseñanza profesional -fin de grado-, donde todo el tribunal por unanimidad acordó conceder a David ese brillante reconocimiento. 

Los que han seguido de cerca la carrera pianística de David me apuntan que, durante su etapa de estudiante, era capaz de convertir en sencillo aquello extremadamente complicado. Obras y pasajes que se le resistían a la mayoría de alumnos, él los interpretaba sin aparente dificultad. Beethoven o Chopin. Liszt o el siempre complejo Béla Bartók. Lo que fuera. Tiene un talento especial para tocar el piano, lo que casi siempre ha de estar acompañado de mucho trabajo. En aquel último curso en el Conservatorio de Guadalajara llegó a estudiar de media hasta ocho y nueve horas al día. Eso le permitió obtener las máximas calificaciones y también conseguir una plaza en el Conservatorio Superior de Música de Madrid, un centro reservado para unos pocos elegidos. Tampoco ese paso fue un camino sencillo. Tuvo que afrontar una enfermedad que le impedía mantener el ritmo de estudio y que amenazaba con poner fin a su carrera musical. Aparecieron síntomas compatibles con el síndrome de Ménière, que, fundamentalmente, desarrolla vértigos y ruidos en los oídos, enemigos de cualquier músico. Se llegó a matricular en ingeniería de telecomunicaciones, en la Universidad de Alcalá, por si esas molestias iban a más y tenía que dar carpetazo a su sueño como pianista. «Lo pasé muy mal, pero de nada servía estar lamentándome. No sobrevive el más listo, ni el más fuerte, sino el que mejor se adapta». No llegó a pisar las aulas de teleco. Levantó el pie del acelerador y con ayuda de profesionales hizo frente a los malditos acúfenos. De la mano de Almudena Cano -pianista y pedagoga de referencia-, en 2006 acabó sus estudios superiores en el Conservatorio de Atocha con un expediente brillante. 

Después llegó una etapa en la que se introdujo en el complicado mundo del opositor musical. Apenas se convocan plazas y es un proceso en el que entran en juego muchos factores imposibles de controlar por el aspirante. «Me llamaban para sustituciones puntuales. Había semanas en las que un viernes recibía un sms para empezar ese lunes en otra ciudad y sin saber cuántos días iba a estar. Esto era muy frecuente y quise dar un giro a mi carrera». En 2013, abrió una academia en el bulevar Clara Campoamor de Guadalajara bajo el sugerente nombre musical de Adagio´s. «La música hay que aprenderla con tranquilidad. De ahí lo de Adagio. Y el apóstrofo, el genitivo sajón, para demostrar que nuestras enseñanzas trascienden lo musical». No solo enseñan lenguaje musical -solfeo-, piano, violín, guitarra o técnica de canto. En la academia que dirige David desde el primer momento han ofertado clases de inglés. «Se han creado muchas simbiosis. Alumnos que vienen a refuerzo de inglés y que han quedado atrapados por la música y viceversa». En constante crecimiento, amplió las instalaciones e introdujo el servicio de ludoteca. «La música es muy exigente y no hay mayor satisfacción para mí que un alumno salga contento de la academia y con motivación suficiente para después estudiar en casa. Afortunadamente, tengo muchos alumnos que cumplen esa aspiración». Nos quedamos con la copla. No es cuestión de listillos ni de forzudos, físicos o mentales. Es cuestión de saber adaptarse.