María Antonia Velasco

María Antonia Velasco


Atienza

25/10/2021

Yo estuve hace años en Tamajón, una de las hermosas pedanías de la Sierra Norte para celebrar allí el Dia de la Sierra, donde me otorgaron una preciosa placa tallada en pizarra que dice: «XI día de la Sierra, Doña María Antonia Velasco Bernal, Serrana del Año. Tamajón 20 de Octubre de 2018». 
Ese honor nunca lo he olvidado y esa placa de pizarra la conservo como oro en paño. Pero en esta ocasión fui con mis pasos a Atienza para volver a celebrar ese Día de exaltación en donde pasé un día tan ameno como el anterior de hace años.
Estaba allí Antonio Herrera Casado, con su esposa Marisol, José Antonio Alonso, el brillante pregonero de la fiesta, y otros amigos con quienes compartimos y pasamos un día excelente, entre vinos, cervezas y alegría, acompañados de la cuadrilla musical de los dulzaineros y tamborileros, con todas las mesas de los bares entregadas al sol que nos calienta, o sea, en plena calle, y para acabar el rico aperitivo a base de vino blanco. Un otoño que se portó muy bien como acostumbran a portarse los otoños. Acabamos en la Posada del Cordón donde los atencinos han colocado una muestra de su forma de vestir, de sus trabajos del campo y de sus aperos naturales.
Luego vino el reparto de las bolsas para comer y lo hicimos en la plaza mayor, en nuestras sillas y mesas, disfrutando del paisaje urbano de esa preciosa ciudad, que vive algo esquinada en el punto norte de nuestra provincia.
La lejanía de los centros comerciales de las ciudades produce una belleza en las sierras altas, que se abandonan por la incomodidad del quien vive en ellas, pero que para el visitante guardan un misterio y una belleza inusual. También es excitante su callejeo y sus jardines, donde crece en libertad la naturaleza, llena de frutales, parras, flores… y gatos.
Les invito desde aquí a hacer una visita a esos lugares de arquitectura negra donde la pizarra se aprovecha para la construcción muy peculiar y diferente al de las urbes modernas, y su color moreno excita recuerdos de cuando fuimos un pueblo en tal sentido, fiel a los elementos que la naturaleza donó para la construcción de nuestros hogares.
El día fue sensacional, entre amigos y torreznos que degustamos en las calles y bares del lugar. Lució el sol —como ya dije— y recorrimos sus calles y rincones, incluso el Campo Santo donde aprendimos los apellidos oriundos del lugar. En los discursos de los políticos —con su alcalde al frente— y los organizadores de la Asociación Cultural Serranía de Guadalajara, aprendí todo lo que no sabía de aquellas tierras altas, varadas en las nubes, como la eternidad.
La eternidad parece que se ha detenido en estos lugares, como se detuvo en el Castillo de Jadraque, pues  más tarde, volvimos dando vista a esta fortaleza empinada en un cerro perfecto, que es otro punto geográfico y humano que tantas sorpresas encierra para el visitante Así, de castillo en castillo volvimos a casa.
Fue un día inolvidable, entre amigos de los que ya he nombrado a algunos, pero me falta Francisco García Marquina, que fue un fotógrafo itinerante que hace muchos años recorría esos pueblos vencidos y en trance de abandono de los que ha dejado un valioso testimonio gráfico.