Javier del Castillo

Javier del Castillo


La televisión del Gobierno

26/10/2022

La radiotelevisión pública en España siempre ha sido la voz de su amo, que no ha sido otro que el gobierno de turno. En la dictadura y en la democracia. Los directores generales, desde 1956 hasta hoy, han sido nombrados por el Ejecutivo y cesados por razones políticas cuando se estimaba conveniente para los intereses de quien gobernaba en ese momento. Sólo en muy contadas ocasiones se han consensuado algunos nombramientos, en un intento de disimular el irrefrenable deseo de controlar los contenidos de una radiotelevisión que supuestamente es de todos.
Por lo tanto, a nadie le debe de sorprender que se haya destituido a un presidente de RTVE que no ponía el suficiente entusiasmo a la hora de informar sobre los logros del gobierno por una persona de su confianza, que ya fue secretaria general de la corporación durante la Presidencia de Rosa María Mateo. El Partido Socialista y el Partido Popular -salvo un breve paréntesis de UCD- llevan 40 años sin encontrar la fórmula adecuada para hacer realidad promesas de independencia y pluralismo. No son capaces de superar la tentación de controlar su medio de comunicación preferido. Y si luego, además, pueden influir y someter a las teles y radios privadas, pues miel sobre hojuelas. 
A finales de 1982, con el primer gobierno socialista de la democracia -y por expreso deseo de Alfonso Guerra-, se produjo una profunda renovación en el organigrama del ente público y en la programación que les dejó Eugenio Nasarre (UCD). Al nuevo director general, José María Calviño, padre de la actual ministra de Economía, no le tembló el pulso para acabar con programas de éxito (Aplauso, 300 millones, La Clave) y poner en su lugar espacios dirigidos por profesionales de izquierdas o afines a la ideología dominante. 
La televisión pública de los años 80, que conocí muy de cerca porque escribía sobre ella, era la mejor de España. No había otra con la que compararla. Al no existir competencia, los gestores de la misma podían equivocarse las veces que hiciera falta en los espacios de entretenimiento, pero cuidado con salirse de las líneas generales marcadas por Moncloa en el área informativa. Sólo Pilar Miró lo intentó y acabó como acabó, cayendo víctima de los ataques de los propios consejeros del Partido Socialista.
Con la llegada de Aznar, en 1996, volvió a repetirse la historia de siempre, aunque de una forma menos drástica. Guardando un poco más las formas. Algunos profesionales del «régimen socialista» mantuvieron sus puestos y sus pluses de responsabilidad, pero, eso sí, la filosofía seguía siendo la misma. El control de RTVE nunca fue negociable, hasta el punto de colocar en la dirección general a un diputado del Grupo Parlamentario Popular.
Cada vez que oigo hablar de manipulación en la televisión pública o alguien intenta establecer diferencias entre distintos directores y diferentes etapas de su historia, me hago la misma reflexión: ¿tan difícil es conseguir que una televisión, que dejó de ser monopolio en los años 90 del pasado siglo, tenga que acabar siempre doblegándose a los deseos y caprichos del Gobierno?
Pues parece que así seguirá siendo, salvo que los dos grandes partidos que ponen y quitan directores generales tengan a bien negociar un nuevo estatuto de RTVE, que no pueda modificarse al antojo y capricho de quien ocupe la Moncloa. 
Así se evitaría además la caída imparable de la audiencia.