Javier del Castillo

Javier del Castillo


Más solos que nunca

23/01/2023

Hace algunos años llamaba a mi puerta una viejecita, de nombre Mariana, a la que yo entregaba los periódicos y revistas que el día anterior me había traído del trabajo, hasta que un buen día dejó de aparecer. Vivía sola, al otro lado de la avenida Cardenal Herrera Oria, y caminaba con dificultad por problemas de cadera. Me contó que había vivido algunos años en París, que le encantaba leer y que mis periódicos le servían para luchar contra la soledad y quizá también, aunque eso nunca se lo pregunté, para vender luego ese papel y sacarse unos euros. Mariana era educada y entrañable. Su mirada limpia y su cabellera blanca las seguía viendo reflejadas en el montón de periódicos que fue creciendo tras su ausencia.
Aunque el fragor de la batalla esté ahora concentrado en un supuesto protocolo contra el aborto en Castilla y León, en las pulseras con GPS para las víctimas de delitos sexuales -mientras sus violadores salen a la calle o ven reducida su condena, gracias a la aplicación de la ley del «sólo sí es sí»-, y en las consecuencias de la derogación del delito de sedición o la reforma del de malversación, no deberíamos olvidar asuntos muy serios de los que apenas se habla, pero que ponen en evidencia los fracasos de esta sociedad. Entre otros, la protección y el cuidado de nuestros mayores.
Son muchas las Marianas que mueren hoy en la más triste de las soledades. En una soledad impuesta, que las margina y las excluye. Sin embargo, a ningún dirigente político escucho hablar de propuestas para combatir el envejecimiento de la población, ni tampoco veo en ellos preocupación alguna por las estadísticas que ofrecen organismos europeos y el Instituto Nacional de Estadística (INE). Por ejemplo: que en Europa la soledad no deseada afecta ya al 25% de las personas mayores o que en el año 2021 había en España 4,8 millones de personas que vivían solas, de las que el 43% eran mayores de 65 años. 
Está bien repartir pulseras a las víctimas de violaciones (faltaría más) por parte de quienes, con una ley poco meditada, facilitan la libertad a sus agresores, pero tampoco estaría de más que se adoptaran más medidas de protección y ayuda para las víctimas de una soledad no deseada. Para quienes mueren sin que nadie las acompañe.
Me explico: habría que replantearse políticas sociales que permitan preservar la salud física y mental de las personas mayores que viven solas. Solas entre la multitud. En las grandes ciudades, y cada vez más en las pequeñas, hay miles de abuelos que luchan contra un aislamiento no deseado. Contra una situación que les margina y deprime. 
Pero los problemas de nuestros mayores, salvo raras excepciones, no interesan. Y se aparcan o se dejan en manos de los servicios sociales de ayuntamientos y comunidades autónomas. Sólo cuando se aproximan elecciones aparecen por el escenario líderes políticos de escasa credibilidad pregonando medidas para combatir este problema en una sociedad envejecida, que sigue sin afrontar con seriedad la lucha contra ese envejecimiento y sin aprobar estímulos eficaces para el incremento de la natalidad. 
«Basta con introducir un poco de verdad en la mentira para que ésta no sólo resulte creíble, sino incuestionable», afirma el protagonista de la última novela de Javier Marías, Tomás Nevison. 
Pues bien, mentiras y medio verdades son los ingredientes que alimentan y amparan la soledad no deseada.