Javier del Castillo

Javier del Castillo


El sueño y la pesadilla

08/06/2022

Me acosté de madrugada viendo ganar a Rafa Nadal en Roland Garros al número uno, Novak Djokovic, y me levanté escuchando al ministro de la Presidencia pregonando los éxitos del gobierno de Sánchez en estos últimos cuatro años. El oficio de periodista consiste en contar lo mejor posible lo que está pasando en el mundo en el que vivimos. Pero, cada día que pasa, esto último es menos factible.
La victoria de Nadal fue incuestionable, después de reponerse en los momentos más difíciles del partido, mientras que las palabras del ministro Bolaños en una emisora de radio se empeñaban en cuestionar la salud mental, la inteligencia y la capacidad de comprensión de los oyentes. Hasta el entrevistador de esa cadena, que no suele ser amable y contemporizador con los políticos, parecía aceptar el papel de mensajero y transmisor de los grandes logros de este gobierno.
Antes de que este orgulloso servidor de los ciudadanos intentara convencerme también a mí de que España es el país europeo que mejor está haciendo las cosas -pese a la pandemia y a la guerra de Ucrania-, y el que más va a crecer en los próximos años, he decidido coger la mochila y marcharme a caminar por los montes del Pardo. 
Entre encinas y jaras que ya han perdido la floración, pero respirando el agradable olor a romero y a cantueso, recordaba los golpes certeros de Nadal la noche anterior y lamentaba el tremendo esfuerzo que tendría que estar haciendo el ministro de la Presidencia en Onda Cero para vender la gestión del «equipazo» de Sánchez y convencer a la sufrida audiencia del éxito que han cosechado y siguen cosechado quienes nos gobiernan. 
Las comparaciones son odiosas. Nadal nunca debería ponerse a la altura de los políticos que tenemos (no hay color), ni los montes del Pardo compararse con el pinar de Sigüenza, uno de los grandes patrimonios naturales de la ciudad del Doncel. Sin embargo, nuestros dirigentes son muy propensos al uso y abuso de las estadísticas que más les interesan. Eso sí, olvidando cualquier otra que pueda evidenciar sus debilidades y sus fracasos más clamorosos.
Por poner sólo dos ejemplos: al ministro de turno no se le puede permitir que presuma de que la inflación en España está por debajo de la que tienen los Países Bajos o que es similar a la de Francia y Alemania, sin preguntarle luego por qué somos el país con más paro de Europa, por delante incluso de Grecia, y por qué en la tasa de desempleo juvenil sólo son capaces de superarnos los helenos. 
Sin embargo, al ministro de turno se le permite todo -porque el periodista tampoco quiere ser señalado y tildado de facha-; incluso que culpe de todos los males de España a la oposición de derechas, que según el presidente del Gobierno es una panda de «mangantes» desde los tiempos de Fraga, pasando por Aznar, Rajoy y Casado. 
Y una vez que el ministro de turno ya se ha desahogado a gusto, le ha endosado todos los males a la derecha, diciéndole de todo menos bonito, lo políticamente correcto es empatizar con el entrevistado. Y aplaudir, si hace falta, su insistencia en las tremendas dificultades con las que han tenido que lidiar por culpa de la pandemia y por culpa de Putin. ¿Acaso no conocen todavía los españoles quiénes son los auténticos causantes de nuestras desgracias? 
Antes de que me resbale y me precipite por la empinada pendiente que tengo delante, intento guardar el equilibrio y comprender, sin demasiado éxito, que estamos mejor de lo que queremos.