La pluma y la espada - Lope de Vega

Entre amoríos, destierros e hijos muertos (II)


El autor del Siglo de Oro fue un apasionado de las mujeres, con las que tuvo sonadas aventuras, líos y gran descendencia

Antonio Pérez Henares - 15/05/2023

Entre la victoria de la Tercera  guerra y el desastre de la Gran Armada, a Lope de Vega le había dado tiempo para meterse en unos cuantos enredos. Vuelto a la península encontró acomodo para ganarse la vida como secretario de algunos aristócratas, mientras seguía dándole a la pluma en lo que más le gustaba, escribir comedias. Casi, pues todo lo subordinaba al amor y fue entonces cuando se topó con el primero que le caló hondo y acabó como suelen, en el desgarro. 

Lope se enamoró de una actriz, Elena Osorio (Filis en sus versos), separada de su marido, actor también, Cristóbal Calderón. Ella le concedió durante cuatro años sus favores con el beneplácito de su señor padre, el empresario teatral, Jerónimo Velázquez, a quien Lope se lo pagaba entregándole comedias a muy bajo coste y casi regaladas. Duró la relación y el acuerdo hasta el año 1587, cuando la bella lo sustituyó, también con acuerdo familiar, por un noble pretendiente, don Francisco Perrenot, sobrino del poderoso cardenal Antonio Perrenot de Granvela, que era mejor partido y con mayor fortuna.

El escritor madrileño podía haberse callado o contenido, pero eso no iba con su carácter y se lanzó furioso y despechado, pluma en ristre, a una campaña contra su amada y su familia entera a quienes puso a caldo desparramando libelos ofensivos por todo el Madrid de las corralas que los leía con gran fruición -téngase en cuenta que no existían entonces los programas de la telebasura- y no se perdía detalle. Desde luego, mejores y más afilados que estas zafiedades actuales sí que eran y como muestra aquí tienen este botón:

Entre amoríos, destierros e hijos muertos (II)Entre amoríos, destierros e hijos muertos (II)«Una dama se vende a quien la quiera.

En almoneda está. ¿Quieren comprarla?

Su padre es quien la vende, que aunque calla,

Entre amoríos, destierros e hijos muertos (II)Entre amoríos, destierros e hijos muertos (II)su madre la sirvió de pregonera...»

Entonces, ante tales cosas podía recurrirse a la Justicia y no era cosa baladí topar con ella. Lope acabó procesado y en prisión. Una pena leve, que no le disuadió en absoluto, sino que le enfureció aún más todavía y con una ristra incontenibles de sonetos, romances y hasta una comedia al completo prosiguió su hostigamiento.  

A Valencia

Se encontró con un nuevo juicio y una sentencia, esta vez mucho más dura. Destierro de ocho años de la Corte de Madrid sin poder acercarse a menos de cinco leguas de ésta, y dos previos aún más lejos, fuera de los límites del reino de Castilla con aderezada pena de muerte si no cumplía la resolución. Por eso, se marchó a Valencia con su leal amigo, Claudio Conde. Era el Reino de Aragón, por consiguiente allí estaba sujeto a sus propias leyes.

Pero antes de salir de Madrid, incansable e insaciable, Lope ya se había vuelto a enamorar y de tal manera que esta vez la cosa, con total consentimiento de su enamorada, la jovencísima Isabel de Alderete y Urbina, de tan solo 16 años, concluyó en un rapto, pactado, consumado y feliz para ambos. Aunque, claro, causó el más tremendo disgusto en la familia de ella. 

Tampoco había dejado Lope sin venganza a la traición de Elena Osorio. Él dejó colgado y sin sus comedias a su padre y pasó a entregárselas a su peor rival y máxima competencia, un tal Porres. A la traidora le dedicaría más tarde una novela La Dorotea, en la que recrearía aquellos amores y de paso ajustaría cuentas personales.

El problema es que ahora tenía enfrente a la familia de Isabel, que no era cosa pequeña. Su agraviado progenitor era el pintor del rey, Diego de Urbina. Así que puso toda la carne en el asador para congraciarse en lo posible con ellos. Se casó con Isabel de inmediato y se alistó de nuevo en la marina para hacer méritos y que le rebajaran la condena. Amén de cumplir con la voluntad del padre de ella, que le requirió tal gesto, tal vez con la esperanza de que no volviera.

Lo hizo, como ya apunté, en compañía de su gran amigo Claudio Conde en el galeón San Juan y estuvieron a punto de  ahogarse en las revueltas aguas de los mares del Norte, pero retornaron sanos y salvos a Valencia, donde a él le esperaba Isabel que le recibió gozosa. Cumplidos ya los dos años de la sentencia y levantada la prohibición de residir en Castilla, pudo establecerse en Toledo con su esposa en 1590.

 Antes, Lope de Vega  había devuelto el favor a Claudio, pues éste había acabado en la cárcel y Félix, que en Valencia había establecido las mejores relaciones entre las gentes más cultas, así como aristócratas y canónigos, consiguió sacarle del trullo.?

Sin duda, Isabel de Urbina fue un cierto bálsamo en la complicada, ajetreada y turbulenta vida sentimental de Lope de Vega, al menos el que más serenidad le proporcionó. Fue la Belisa de sus poemas y la valiente heroína de alguna de sus comedias.

En la calle toledana de la Sierpe pusieron casa y allí Lope entró, amén de seguir componiendo, al servicio primero del marqués de Malpica y luego, del muy poderoso V Duque de Alba , Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont, quien lo incorporó, como gentil hombre y ayuda de cámara, a su corte pasando la pareja a su residencia ducal en Alba de Tormes, donde permaneció hasta el año 1595, cuando cumplida en totalidad su pena de destierro pudo retornar a Madrid. 

El Fénix de los ingenios volvió viudo, pues el año anterior Isabel murió de sobreparto. Lope había tenido una hija, Manuela, de su primer amorío con María de Aragón, y dos niñas más de Isabel, pero ninguna había pasado de la infancia. De las de Isabel, una murió antes que hacerlo la madre y la otra al poco de fallecer ella. 

El viudo no tardó nada en consolarse. Al año siguiente ya estaba de nuevo en pleitos y procesado por amancebamiento con una actriz, Antonia Trillo, también viuda como él. Las artistas siempre fueron una tentación en la que caía y parece que con mucho gusto hasta su muerte, sin que se lo impidieran ni siquiera su vejez ni los hábitos sacerdotales. 

Doble emparejamiento 

Lope era un hombre, amantes aparte, con clara propensión y mucho aprecio al matrimonio. Su segundo y más duradero y al que siempre permaneció a su manera unido, queridas continuas o discontinuas aparte, fue de conveniencia, pero muy bien llevado, y a lo que parece con cierto acuerdo entre ambas partes. Ella fue Juana de Guardo, muy poco agraciada, por no decir que fea, pero de muchos posibles económicos como hija de un adinerado abastecedor de carne y pescado de Madrid y especialmente de la Corte.

A Lope, tras muchos años juntos, y sin desavenencias a pesar de sus infidelidades, le afectó profundamente su enfermedad postrera y su muerte y fue una de las razones de su crisis existencial más dura y de que acabara por tomar los hábitos sacerdotales.

Que se casaba por dinero fue pregonado por los mentideros madrileños. Su enemigo, el poeta y dramaturgo Góngora se aprovechó de ello para zaherirle con sus versos. Era público y notorio   que Lope estaba entonces en amores con la hermosa Micaela Luján, quien sería una de sus amantes mas duraderas. La relación corrió pareja a la boda y Lope, rizando el rizo, se las llevó a vivir a ambas con él a Toledo, aunque cada una en una casa. Con la legítima, en la actual calle Juan Guas (antes callejón de San Justo). Se desconoce dónde estableció a Micaela y su prole. Luego tuvo otros cuatro con Lope.

Lo triste para el autor del Siglo de Oro es que para entonces, y a pesar de haberle nacido ya unos cuantos hijos de diferentes mujeres, no le viviera ninguno, pues murieron al poco de nacer.

En el año 1606 nació su idolatrado Carlos Félix, pero también  falleció. Ya regresados a Madrid cuando alcanzó los seis años, murió tras una penosa y larga enfermedad que dejó devastado al dramaturgo. Desde 1610 vivían en la casa que aún se conserva y donde él también acabó sus días. Allí nació en 1613 la única vástago legitimada por el matrimonio, Feliciana, que se casó con un oficial del Consejo de Indias destinado en Perú. A los nueve días de darla a luz, quien murió fue Juana de Guardo, al igual que Isabel de Urbina, de sobreparto.  

Alta mortalidad

En el  siglo XVII, las mujeres que morían dando a luz, así como de niños recién nacidos eran cifras muy elevadas. Tras estos sucesos,  Lope ya no volvería a casarse y el impacto de aquellas muertes, de su esposa y su hijo, le postraron de tal forma que al año siguiente tomó los hábitos sacerdotales.

Antes de haberse trasladado desde Toledo con Juana, había mudado tres años antes a la Corte a Micaela, con la que mantuvo una vida paralela casi al mismo tiempo y en el mismo periodo que con su mujer Juana y que duró prácticamente los mismos años, 15, dándola por terminada a la muerte de ésta y su decisión de hacerse cura. 

De los cinco hijos habidos con ella, los tres primeros también fallecieron prematuramente. Sobrevivieron: Marcela, bautizada en 1605 y que ingresó en el año 1621 en el convento de Trinitarias Descalzas, y Lope Félix, nacido en 1607, el más conocido de ellos. Con un carácter rebelde, su padre le encerró en un asilo. Tenía aficiones literarias, pero no el genio de su progenitor. Encauzó luego su vida en el ejército, donde adquirió cierto rango. Murió como tantos de sus hermanos antes de que lo hiciera su padre, en un naufragio en las costas de la actual Venezuela cuando buscaba su fortuna en las Indias.

En este sentido, la vida fue cruel con el Fénix. Muchos fueron sus hijos, pero a la postre hubo de dar entierro a la casi totalidad de ellos, y es muy cierto el dicho de que «no es natural ni bueno que sean los padres quienes entierren a los hijos».

Félix Lope de Vega les cuidó a todos. Bien conocidas sus infidelidades, ni siquiera en esta época de doble emparejamiento, con la legítima y con la querida, dejó de frecuentar a otras. La mayoría eran actrices que lo recibían muy alegres, pues no había autor más reconocido y admirado. Como es palpable dan una imagen de aquella época que quizás sorprenda a quienes suponen que las licencias actuales se las han inventado ellos. 

Lo que también es verdad es que Lope se afanó y trabajó sin descanso, su extensísima obra lo demuestra, por mantener las dos casas, ambas proles y proveer para que no les faltara de nada. Hay que reconocerle pues, que al menos, fue, aunque jamás fiel a las madres, un buen padre.

ARCHIVADO EN: Valencia, Justicia, Aragón, Guardo