Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Yo, el príncipe

26/10/2021

Mediado el siglo XVI, el florentino Nicolás Maquiavelo bajo el título de 'El Príncipe' escribió su tratado de doctrina política con una perspectiva de utilidad y sin asomo de escrúpulo que se resume en que el fin justifica los medios. En realidad Maquiavelo expuso lo que los mandatarios urdían en sus gabinetes y que -como se deduce de esta columna- no han dejado de hacerlo.
Cuando en 1531 Maquiavelo escribió su tratado, había iniciado su mandato Alejandro de Médici, que abolió la constitución democrática y fue proclamado duque de Florencia. Maquiavelo aplica su filosofía al gobernante de «todas las formas de organización del poder político supremo, ya sea republicano o principesco». Frente a 'la gente' cualquier poder es 'nobleza'. Y aunque es difícil lograr que los súbditos te amen, el odio no es un impedimento con tal de que seas temido. Un día te insultan y otro te alaban, pero debes mantenerte fuerte pues «las relaciones de poder generan o refuerzan el amor del inferior hacia el superior».
La piedad sobra y «la afrenta que se hace a un hombre debe ser tal que no haya ocasión de temer su venganza», inspirando a Clausewitz que dictó en el XVIII la guerra de aniquilación.  Para ello requiere Maquiavelo el uso una 'crueldad inhumana' a la que considera una virtud.
Voy a jugar aquí con una parábola que resulta aplicable cinco siglos después entre nosotros. Imaginemos que la Signoría ordenara que los patronos del gremio del Arte de la Lana de Florencia mejorasen el salario de sus cardadores con 2 florines y vino libre. La consecuencia es que el dueño del taller maldeciría porque sus beneficios iban a disminuir, pero sus obreros estarían encantados, con lo que, en ese taller, el Príncipe, a cambio de perder uno, iba a ganar varios votos. El capítulo siguiente es que con la ruina del taller los cardadores acabarían mendigando en el Piazzale degli Uffizi, pero el Señor estaría bien asentado en su vecino palacio.
Ha de saber el Príncipe que «las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor». Los decretos impopulares deben ser tomados en vacaciones o dictando un estado de alarma por epidemia de peste que obligue a enmudecer a los oponentes.
La mentira es la base para la dominación, y las principales normas de uso son llenar la bolsa de los gacetilleros para que escriban al dictado del poder, poner a sueldo a los Confalonieri de justicia para que las sentencias se dicten a su favor, apoderarse del lenguaje y tergiversarlo, tachando a los críticos como Ciompis revolucionarios, convertir en sentencias absolutas las verdades relativas, atribuirse el progreso como si los rivales lo negaran, etc.    
Como el fin justifica los medios, aunque «el príncipe debería, idealmente, ser virtuoso, debería estar dispuesto y ser capaz de abandonar esas virtudes si es necesario». Con lo cual «sólo debe cumplir su palabra cuando se adapte a sus propósitos».
Maquiavelo sigue vivo en nuestra práctica política donde el Príncipe puede exclamar:     -¡Qué me importa la Toscana, si yo ocupo el Palazzo Vecchio!

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