María Antonia Velasco

María Antonia Velasco


Niñas y semántica

17/05/2021

Hay por doquier un desbarajuste semántico que responde pelo a pelo al desbarajuste real. El lenguaje es como una cuadrícula que cayera sobre el continuo existencial, dividiéndolo. El lenguaje extrae todos los sabores y colores de lo dicho, de modo que gracias a él, podemos distinguir una flor de una lenteja y hasta un paseo en barca de las películas más divertidas de Almodóvar. El lenguaje ha prestado infinitos y magníficos servicios a la Humanidad y aunque ahora sufre un zarandeo peligroso, oremos para que —mohíno— no nos abandone en esta tormenta de  significantes sin significado conocido.
La culpa de esto, que antes la tenían los políticos, ahora la tiene el coronavirus, esa mierdecilla que nos mata en las UCIS, a base de meternos en los pulmones una dosis de tortura superior a lo que puede soportar un ser humano. Pero como ser dañino, el virus está ahora sufriendo la competencia de ese tipejo que ha raptado a esas dos niñas, cuya vida no le pertenecen y, en todo caso, menos que la madre que las parió.
Del desbarajuste en el decir actual, la gente que estaba antes en sus oficinas y en sus cocinas, se ha puesto ahora a disparatar, se han incorporado al dicharacheo general y lo mismo te largan un tomo de medicina, que te roban los hijos/as. Ya no me sorprende nada oír al del butano quejándose de la «parafernalia», palabra esta que le gusta mucho y que en este cacareo gallináceo ha conseguido referir a todo lo que sucede y al mismo tiempo a la nada más absoluta.
Yo estoy muy preocupada por las suerte de esas dos niñas arrebatadas a su madre por un machirulo, así que ni me asusta el coronavirus  ni las parafernalias. Me asusta lo que es capaz de hacer, no un virus que con una vacuna se muere, sino un varón que no tiene en la sesera más que una idea sorda que es: fastidiar a su señora. En esas nenas que la televisión enseña, late una nota discordante y es lo cabrón que puede ser un padre —que ya tendría que estar en chirona— para hacer daño de esa manera a una madre y a sus propias hijas. Ni el coronavirus ni el lenguaje tiene las suficientes palabras como para dejar bien insultado a ese tipejo que osa hacerle eso a su pareja, por muy vengativo que se ponga. Dentro de la maldad odavía hay clases.
Del coronavirus —que te mata de un día para otro— y ese monstruo humano que se lleva a sus chicas a quién sabe dónde, o que hasta puede matarlas para vengarse de su madre, me quedo con el coronavirus, aunque parezca una bravata porque ya esté vacunada, como dije más arriba. Me parece mucho más respetable este virus, que  lo único que hace es cumplir el cometido para el que ha sido creado y noo quiero oír ni una palabra de consuelo para ese hombrecillo que recorre los mares con sus hijas, sabe dios con qué intenciones.
Y volviendo al principio, donde me refiero al lenguaje, digo que no encuentro insulto que case con ese bicharraco despreciable que hace esos rotos en el tejido de la vida. He dicho y digo porque quiero que quede claro.