Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Las bicicletas como pasaporte al hospital

04/05/2021

En Ciudad de México, un trabajador de mi centro de investigación acudía muchos días en bicicleta a su puesto. Yo pensaba que era menos peligroso apuntarse a la guerra de Siria. Necesitaba además de salir indemne del tráfico de esa megalópolis, una mascarilla adecuada para no respirar el humo infernal y la contaminación perenne.
En esa capital ya gobernaban ‘progresistas’ que habían puesto algún carril bici que otro, e incluso transformado una antigua vía de ferrocarril que atravesaba el centro, para estos fines. Ni por seguridad de los huesos ni por atención a los pulmones todo ello tenía sentido, pues sin la determinación de rutas completas seguras y la concienciación de los conductores de vehículos a motor, el dinero se gasta a lo tonto. En mi ciudad española, como en tantas otras, las administraciones han conseguido sacar hace muchos años, kilómetros de carril bici, que aprovechamos con gusto para la práctica deportiva, pero que no nos sirven en absoluto para cambiar la mentalidad y la transformación de los hábitos de desplazamiento. Los que con este fin usamos la bici, rara vez encontramos una continuidad de rutas seguras para cubrir un porcentaje relevante de nuestro trayecto al trabajo o a cualquier lugar.
De nosotros los políticos pueden ustedes esperar muchas cosas, si tienen fe, paciencia y perseverancia, pero que cambiemos los hábitos de la mayoría que conduce vehículos a motor, bien para que dejen de hacerlo (cuando pueden, ya que no es aconsejable repartir en dos ruedas las bombonas de butano, por ejemplo), bien para que lo hagan con respeto al ciclista, son palabras mayores. En ese campo, la medida más extendida que me llena de rabia es la famosa limitación a 30 km/h para los coches en carriles céntricos y periféricos de altísima densidad de tráfico: no hay tontería mayor y menos respetada por los conductores, pero sirve a los gobernantes para aplazar sus responsabilidades en la transformación del modelo de movilidad, que solo con la implantación de unos cientos de kilómetros de carriles bici, que además son caros, no se concreta.
Cuando transitamos por estas vías de preferencia al ciclista, que se supone amparado por esa limitación a 30, nos jugamos la vida y nos subimos a la acera. Si nos ve un agente de la autoridad nos regaña, pero jamás sanciona a un vehículo que, en ese carril de uso dual, limitado en velocidad, y de prioridad a las dos ruedas, supere la velocidad. Lo hacen todos, y nosotros cuando vamos en coche también. Como tantos avances en democracia, la solución pasa por lo cuantitativo, y no por llevar razón: cuanta más gente salgamos con medios alternativos al motor (bici, patín o pies), más atención ganamos. No estaría mal hacer efectiva una gradación general de preferencias en la que siempre el peatón fuera el rey, luego la bici, luego los angelitos del patín, y finalmente los coches. Lo que es injusto y peligroso es que el orden práctico sea, precisamente, el contrario.