Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Estación 2050: De Pedro Sánchez a Ana Iris Simón

26/05/2021

Si la vida me respeta hasta entonces, en el año 2050 seré una persona en la recta hacia los ochenta años, a esas alturas una estación cercana en mi recorrido vital. Me imagino que mi máxima aspiración será llegar a esa parada en las mejores condiciones posibles para poder exprimir la vida hasta el final. A Pedro Sánchez le pasará igual, y también a todos los que, nacidos en la década de los setenta del siglo pasado, andamos ahora en pleno trajín poniéndonos al día a marchas forzadas en un mundo cambiante y escurridizo que nos ha pillado, a nosotros precisamente, los de la generación del presidente del Gobierno, con un píe a cada lado. Hemos crecido en un mundo, y parece que nuestra adultez la tendremos que afrontar, sí o sí, en otro. Somos una generación muelle, cuarentones a pierna suelta y con unos cuantos terremotos a nuestras espaldas. Largo me lo fiáis de aquí a 2050, aunque Sánchez dice que tiene un plan ideal.
El plan de Sánchez nos pillará a él, a mí y a unos cuantos millones de españoles más que andamos ahora por la tierra media del ciclo vital, en una vejez que intentaremos que sea llevadera y fructífera. Si la vida nos respeta. En lo que a salud se refiere, por supuesto, pero también con una cierta inquietud sobre el devenir del país en el que crecimos y al que nos debemos, y del que Sánchez es presidente ahora, en el momento más crítico  de todos los que hemos vivido en los últimos cuarenta años. Tanto Sánchez como yo, y todos los de la generación nuestra, solamente tenemos memoria directa con una cierta nitidez de lo que ha acontecido en nuestro país tras la muerte de Franco.   Adolfo Suárez puede ser un recuerdo de infancia total como las bolas de espejos que giraban en las discotecas aquellas, y luego Felipe,  Aznar, Zapatero y Rajoy, hasta que llegó él, en un trayecto lo suficientemente intenso y vertiginoso como para calibrar lo que nos jugamos si nos andamos con demasiadas tonterías o apuntamos sin tino y con mirada corta, por más planes a largo que pongamos en foco. Lo cierto es que el recorrido ha sido asombroso, en una suerte de equilibro imperfecto, plagado de malabarismos inverosímiles pero que han permitido, por primera vez en nuestra historia moderna, un acomodo de todas nuestras aristas en un espacio común exitoso.
Ahora Pedro Sánchez, en la situación más delicada de todas las que hemos vivido, con una pandemia que  va finalizando pero que nos dejará un rastro de dolor y de crisis brutal, nos propone un ejercicio de proyección a treinta años vista, y no está mal que un país tenga proyecto de futuro, como de hecho lo tuvimos cuando iniciamos este recorrido hace más de cuarenta años, pero no deja de ser un ejercicio un tanto extravagante ponerlo sobre el tapete cuando lo que tenemos encima de la mesa es un menú de urgencias colosales cuya única solución posible la estamos encomendando a la llegada de unos fondos europeos en los que confiamos con el mismo fervor que esperamos que nos pongan la vacuna de una vez para salir de la pesadilla sanitaria. España necesita un proyecto a largo plazo, imprescindible, pero antes tiene que ponerse de acuerdo en un consenso mínimo sobre qué hacer con un presente tan problemático.
Sánchez nos propone en el 2050 un país fetén, ecológico y sostenible, donde casi todo sea limpio y justo, igualitario y solidario, con nuestros pueblos repoblados y en píe, y nuestras ciudades en la vanguardia de la aldea global. Si acaso, reconoce su informe, algo envejecido.  El objetivo me parece irrenunciable, pero se me antoja un tanto bienintencionado si tenemos en cuenta que esta misma semana en Cataluña ha tomado posesión un gobierno cuya primera declaración de intenciones es volver a intentar la independencia, y que hay unas  generaciones, las que vienen después de los que nacimos en los setenta del siglo XX, que ya no han vivido entre dos mundos, como Sánchez y yo mismo, sino que se han encontrado de bruces con un mundo en plena crisis que no es capaz de ofrecerles ni techo, ni coche ni una mínima seguridad para formar una familia. Se lo dijo muy claro la manchega Ana Iris Simón el otro día al presidente del Gobierno en un acto de campanillas sobre la vida futura en nuestros pueblos. Ana Iris, o los de su generación,  estará en el 2050 enfilando la recta hacia su jubilación y si sus pronósticos se cumplen tendrá que ingeniárselas para cobrar una pensión tras un sinfín de contratos temporales en una inmensa precariedad. Esperemos que no se cumplan sus más negros augurios, y que tengamos un buen plan.