Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


La moderación como norma

21/02/2023

Las encuestas, siempre certeras en un día y hora concretos, nos muestran en la antesala de todas las elecciones que se avecinan una tendencia que está apostando cada vez más por el cambio. Ciertos irreductibles, cada vez más minoritarios, saben perfectamente qué van a hacer: situados en los extremos, se jactan orgullosamente de votar a Podemos, a Sánchez o a Vox, acusándonos al resto de españoles de carecer de principios, credos y patriotismo.
En los foros y redes, desde la superioridad de estar en lo alto de las olas críticas, los extremos se atacan entre si escupiendo fake news, jaleando a los propios, y denostando a los rivales. Una reflexión y una llamada a la calma es leída como atentado a la libertad y a la democracia, como si lo que importase es votar y no el binomio pensar-votar. Si encima perteneces a la moderación y al centro, además, eres tachado de acomodaticio. Pero frente a todos estos despropósitos e infamias, los estudios demoscópicos y la mayoría silenciosa muestran una sociedad bastante temerosa del enfrentamiento y la polarización, que busca en los líderes referentes de templanza y mesura, pues solo desde la racionalidad se pueden acometer los grandes cambios sociales y económicos que nos devuelvan a la senda del crecimiento y la estabilidad.
El estupor de la mayoría es notorio cuando buena parte de los medios de comunicación y las redes le plantean una división socialmente inexistente fuera de los guetos mentales de algunos, entre derechas e izquierdas. Creo que esa gran mayoría solo pedimos análisis y respeto, por lo cual la fuerza política que logre 'desencasillarse' y hablar de los problemas reales, será la que al final gane las elecciones generales. Las banderas y los cadáveres como armas arrojadizas, los nacionalismos, las promesas sin dinero, las utilizaciones partidistas de causas de todos (por ejemplo, la igualdad de la mujer), son lo contrario de lo que la mayoría queremos: una respuesta concreta y presupuestada ante cada problema real, y de no ser afrontable, la verdad de su imposibilidad. ¿Y las formas? Madre mía que vergüenza ajena da, sobre todo cuando también eres parte de la política y te ven dentro del sistema: ¡qué tonos!, ¡qué negación de evidencias!, qué prepotencia de lo propio y desprecio de lo ajeno!, ¡qué endeblez de repetir los argumentarios sin una reflexión o aportación personal! Los resultados electorales deberían abrir un nuevo tiempo de replantear la cosa pública desde parámetros de verdad, normalidad, puntos en común y buenas maneras.