Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


¿Otro mártir?

22/02/2021

Decía Sartre que la juventud siempre tiene razón y, por eso, con sesenta y seis años cumplidos se fue a la Sorbona, en mayo del 68, como un joven más, del mismo modo que no le habían dolido prendas a la hora de pasearse por los Campos Elíseos, con su inseparable compañera Simone de Beauvoir, vendiendo La cause du peuple, panfleto maoísta, arrostrando en todo momento las iras de De Gaulle, que jamás se avino a detenerlo con la sensata excusa de que «A Voltaire no se le puede detener».
Y siempre me acuerdo del viejo Sartre, y siempre me gusta sacarlo a colación, porque, a diferencia de sus coetáneos, en ningún momento se dejó sobornar, ni la madurez le llevó al ámbito del conformismo; al contrario, a medida que cumplía años, su espíritu se empecinaba en parecer más y más joven.
De su muerte, en 1980, acá, ha pasado mucho agua por el Sena, pero su figura y su ejemplo se siguen añorando en una Francia cuya juventud, al igual que la española, sigue huérfana de valores, sin saber dónde agarrarse, viendo cómo el mundo se encenaga sin cesar y los que deberían dar ejemplo ni están ni se les espera.
Me importa un bledo el rapero Pablo Hasel, de profesión provocador; me importa un bledo todos los raperos juntos; pero sí me importan los jóvenes, y más aún aquellos que se apresuran a hacer de Hasel otro mártir al uso, dispuestos a dar su vida por esa misma libertad de expresión que dos de sus máximos valedores, los dos Pablos de Podemos, tratan de arrebatar a los medios de comunicación por sus ‘tendencias fascistoides’ (sic).
Desde que mi generación se asentó en la púrpura, a la juventud se la ha utilizado, se la ha usado, generando en ella esperanzas de toda índole que, a la hora de la verdad, han quedado en agua de borrajas. Por la derecha y por la izquierda, en los colegios ‘bien’ y, en especial, en los religiosos, y no digamos en los del Opus Dei; en las universidades privadas (auténticos viveros de Vox); en muchas facultades públicas (en especial en las vascas y catalanas); en muchos medios de comunicación, se ha ido sembrando indiscriminadamente odio al otro (para seguir con Sartre), odio a quien no piensa como tú, y, por supuesto, esperanzas falsas, en medio de incesantes tópicos («sois la generación mejor formada», etc.) que no tardaron en darse de bruces con una realidad de la que su gran mayoría quedaba excluida. Buena prueba es ese cuarenta o cuarenta y tantos por ciento de jóvenes que no saben qué hacer de su vida y que permanecen ahí zarandeados y viendo a diario cosas que, como jóvenes, le aterran.
Nada extraño que, sin nada que perder, muchos de ellos se presten a las turbias maniobras de políticos sin escrúpulos que, movidos por intereses espúreos, les hacen promesas de todo tipo a condición de agitar la mecha. ¡Y a fe que lo hacen! Oír en sus labios llenos de ira y de odio los viejos tópicos de fascista y antifascista, resulta tremendamente doloroso para quienes pensábamos que esa basura había quedado barrida por la escoba del tiempo. Pero ahí los tenemos de nuevo, escindidos como antaño, portando la buchaca rebosante de odio y presta a hacer sangre a las primeras de cambio.
Y yo me pregunto, ¿qué hemos hecho?, ¿cuál es nuestra responsabilidad? ¿No será que estamos condenados a repetir nuestros errores históricos una y mil veces? ¿No será que les hemos dado todo excepto lo esencial? Ver a centenares de jóvenes arrojando cascotes a la policía en una nueva modalidad de kaleborroka, jaleada por individuos turbios como Pablo Echenique; ver a miles de jóvenes burlando las leyes y la razón en tiempo de pandemia con fiestas clandestinas que luego pagaban sus mayores en las Ucis, resulta aterrador. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a tan calamitosa situación? Y lo peor es que quienes podrían poner remedio a esta tragedia ni siquiera se lo plantean. Urge hacer algo, pero, por favor, dejen de manipular a nuestra juventud o al final lo terminaremos sufriendo todos.