Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


A por todas

26/07/2021

Que Sánchez le ha visto las orejas al lobo es tan cierto como que se ha saciado de horrores. La penúltima jugarreta de su valido Redondo, aquella sin duda que terminó abriéndole definitivamente los ojos respecto a la calaña del Rasputín, fue aquella esperpéntica entrevista de los 21 ó 23 pasos con el presidente de Estados Unidos Joe Biden. Pocas veces he sentido tanta vergüenza ajena como aquella tarde, por más que Sánchez intentara enmendarla enumerando los temas que le había planteado en tan breve margen de tiempo al mandatario estadounidense, que, como una momia embozada avanzaba cual zombi con semblante indiferente junto a aquel tipo inoportuno y un tanto agobiante que le daba la matraca. Siempre nos quedará la duda de si sabía quién era o no, o si lo hacía a modo de venganza.
Sea como fuere, conviene decir que fuimos muchos los españoles de bien que, en ese momento, hicimos causa con Pedro Sánchez. En ese momento, era nuestro presidente, el presidente de todos y cada uno de los españoles, y no podíamos tolerar semejante afrenta, simplemente porque no sólo se la hacía a él, sino a todo el pueblo español. Por un momento incluso deseamos que Trump hubiera llevado razón respecto a él, y nos arrepentimos del júbilo puesto de manifiesto la noche del 11 de noviembre del pasado año cuando lo vimos encumbrado.
Ahora sabemos que la antipatía que el anciano Joe muestra al joven Sánchez se debe básicamente al hecho de que lo asocia con el maquiavélico Zapatero, que no sólo se apresuró, en 2004, a retirar las tropas de Irak, sino que incluso le hizo un muy feo desplante en 2010, siendo vicepresidente de Obama, dejándolo tirado, él y Chacón, en el cuartel de los paracaidistas destinados a Afganistán; y eso por no hablar de su actitud ambigua con respecto a Venezuela. O sea que, de alguna manera, paga los platos rotos por Zapatero, cuyas trapisondas son ya voz pópuli.
Por eso, porque Sánchez es nuestro presidente, con sus virtudes y sus defectos, no podemos menos  de alabar su decisión de realizar una gira por los Estados Unidos, partiendo de Nueva York y cruzando hasta los Ángeles y San Francisco, con un objetivo claro, un objetivo económico, ganarse la confianza de los inversores, demostrar que, frente a los que tienen por costumbre denigrar a su propio país, que son muchos, somos un país serio, seguro y digno de confianza. Hasta ahora ha tenido que sortear toda clase de obstáculos, en especial los que le han tendido desde la prensa y las televisiones, preguntándole con insistencia por qué no había incluido en su gira una visita a Washington para verse con Biden, pero él ha procurado salir airoso recalcando que el objetivo es económico, ya que, tras la pandemia, España está definiendo su hoja de ruta para la modernización de la economía, y que para ello le  gustaría contar con la inversión del sector privado estadounidense.
Sánchez sabe que se la juega de todas todas; como sabe que, de salirle las cosas mal, se convertirá en el hazmerreír de Casado, Abascal, Ayuso, Arrimadas, etc., y que, incluso si le salen medianamente bien, le tildarán de pedigüeño, como es costumbre en la derecha, pero él al menos es capaz de defenderse y defender a su país con un inglés aceptable, para dar una imagen de hombre moderno.
Insisto, aunque pinten bastos para Sánchez por donde quiera que va, gestos valientes como él que ha puesto en práctica, por más que sea contrario al sector podemita, marcan el camino a seguir. En el mundo en que vivimos, no basta con la habitual palabrería demagógica, hay que actuar y eso implica a veces mancharse las manos. Si Alá no va a la montaña, la montaña deberá ir a Alá. El porvenir se juega en torno al Pacífico, que hace tiempo que suplantó al Mediterráneo. Un brindis, pues, por Sánchez, que se ha atrevido, por fin, a salir de La Moncloa y viajar allí donde se gesta el vendaval.