Javier del Castillo

Javier del Castillo


Al campo, sin lista de espera

17/05/2021

Hace unos días entrevisté a Luis Landero, uno de nuestros grandes escritores (Juegos de la edad tardía, Lluvia fina), extremeño de nacimiento (Alburquerque, Badajoz) y madrileño de adopción, desde que a los 12 años sus padres abandonaron la finca que tenían para instalarse en un barrio humilde de la capital de España. Rodeado de libros y de recuerdos, Landero se considera afortunado por haber vivido las experiencias de un niño de pueblo. Orgulloso de haber viajado del siglo XIX al siglo XX y de haber podido conocer dos mundos tan diferentes. También de guardar en la memoria palabras, herramientas y comportamientos que ya no se usan.

Las distancias entre el mundo rural y el urbano se han ido acortando. Los descampados de aquel Madrid de los años 50 y 60 fueron invadidos por las nuevas promociones de vivienda, mientras en la casa del escritor, en el barrio de Prosperidad, hacían noche familiares y paisanos que se iban al día siguiente de emigrantes a Alemania, Francia, Bilbao o Barcelona. Había comenzado el éxodo del mundo rural y se iniciaba la huida sin retorno a los arrabales y extrarradios de las grandes ciudades.

Algunos parece que han descubierto ahora – como si se hubieran caído del guindo al que algunos trepábamos de pequeños – este fenómeno demográfico del siglo pasado y han decidido poner freno a la despoblación. Crean comisiones, organizan congresos, se reúnen continuamente – casi siempre lejos del propio entorno rural que pretenden salvar –, ponen sobre la mesa posibles soluciones y aprueban leyes que pretenden incentivar el fenómeno contrario al vaciamiento de la España rural: el retorno de los nietos de los emigrados al pueblo de los abuelos.

“Lo de irse al campo es una posibilidad, un ideal que no sé si tiene sustento en la realidad”, me comenta hace unos días Landero, sin demasiada convicción y bastante escepticismo. Ambos coincidíamos en que cualquiera de nosotros, por razones naturales, tendríamos bastante más fácil la adaptación, aunque sabemos lo duro y lo largo que se hace el invierno en los núcleos rurales de Extremadura y Castilla. La vida bucólica, la naturaleza en estado puro, los bellos atardeceres que se recortan en las laderas de una montaña o dibujan la silueta de un castillo medieval, los silencios apenas alterados por el trino de los pájaros o el croar de las ranas…, son un buen reclamo, si no fuera por el miedo a la soledad y al frío de la temporada invernal.

Tan acostumbrados estamos a los desequilibrios demográficos y económicos – nuestra provincia es un buen ejemplo de estos desequilibrios, con grandes concentraciones en los pueblos cercanos a Madrid y la soledad más absoluta en las comarcas de la Sierra Norte y del Señorío de Molina -, que ya casi habíamos olvidado la existencia de una España vacía que conviene repoblar. El problema es cómo hacerlo.

En la Secretaría General para el Reto Demográfico tienen un “reto” descomunal, para darle la vuelta a esta realidad: 41 de los 48 millones de ciudadanos que viven en España actualmente ocupan el 30% del territorio. El 70% de territorio restante lo habitan siete millones de personas. Por lo tanto, estamos hablando de un desequilibrio gigantesco, abismal.

Sean bienvenidas todas las iniciativas que ayuden a revitalizar los escenarios de nuestra infancia, pero tengan muy en cuenta lo siguiente: la gente del campo está muy harta de promesas incumplidas y de que los políticos la intenten pastorear desde la ciudad.