María Antonia Velasco

María Antonia Velasco


Navidades Ómicron

03/01/2022

Estas Navidades son de una incomodidad tremenda pues la variante ómicron no soporta que entremos a la fiesta sin mascarilla ni tocándonos con las manos y tampoco soporta los restos que dejamos con el roce en nuestros besos y abrazos y además hay que cenar con anorak en un comedor de ambiente polar. 
Sencillamente nos ha tocado más de aquel sufrimiento navideño que se inició en el 19 y que continúa molestando a estas horas gloriosas donde debiéramos estar cantando villancicos como nos enseñaron de pequeños y ahora nos cae el martirio de la mascarilla incluso en exteriores y la separación cautelar en las reuniones navideñas para no pasarnos unos a otros el ridículo bicho. 
Cuando nos hicimos mayores nos llegó la piadosa amenaza del Inserso que nos permitía bailar hasta la extenuación en las playas. En aquel despropósito de bailoteos sin fin se encubría la pena de ya no ser ya joven y lo dejamos pronto avergonzados. ¡Lejos queda la fascinante imagen de la juventud con sus éxitos amorosos...!
 El virus que menciono trae unas consecuencias pésimas: los hospitales y sus UCIS amenazan con estallar, las cercanías entre nosotros están prohibidas, y todo anuncia como un fin del mundo. Debiéramos tomar estas cosas en serio y protegernos porque a este paso nos van a desalojar del planeta que está tomando unos colores prohibidos para la existencia humana. ¿Dónde nos van a depositar los dioses?
Me gustaría ocupar un planeta desconocido, no ir al cielo donde me temo que me voy a aburrir cantidad, pues los dioses no tienen la retranca y el buen humor de los humanos, así que nos aposentarán en medio de un campo idílico bajo unos árboles que den sombra y protejan de la lluvia que empieza a caer por mi pueblo. Esta lluvia que arruina las Navidades y anuncia la retahíla de inundaciones y una fila de variantes del ómicron como las precedentes. 
También las estaciones, contagiadas de nuestro antropocentrismo se han hecho símbolos, como el invierno de la vejez. Lo más intolerable de la vejez es que en su tránsito no tiene primavera final y en ella todo es irremediable: te duelen las piernas, la cabeza, y hasta las uñas y como las funciones digestivas van de mal en peor te pones gordo/a como un cochino al llegar su Sanmartín 
Ya no nos queda nada que hacer, más que morirnos de una jodida vez. Me pregunto a veces si merece la pena recorrer este viacrucis... para ir a una imaginaria felicidad en la presencia de un Dios que se pasará todo el día regañándonos, porque no hay otra cosa que merezcamos más que un buen sermón... por dejarnos manejar desde que nacimos.
El coronavirus no es más que una de las muchas plagas que hemos padecido y no es hora de achacárselo a Dios como hicimos antaño siendo bastante tontos en lugar de investigar seriamente de dónde viene el peligro... y tratar de bucear en las cosas buenas para nosotros. Sólo hemos buscado la causa en lo desconocido que es lo peor que podríamos haber hecho. Y ahora hay que tener las ventanas abiertas para que se nos enfríen el pavo y el besugo y así puedan vengarse cómodamente de nosotros los personajes celestiales.