Tal vez habría que empezar por eso de "qué buen vasallo si hubiese buen señor" del Cantar del Mío Cid, pero de eso ya hablamos todos los días. Me refiero hoy a los "vasallos", o dicho de otra manera a los veintidós ministros de este Gobierno y a su trabajo. Podríamos preguntar a los ciudadanos que nombres de ministros conocen y cuál es su cartera. O, más fácil, darles una lista de los Ministerios y preguntarles que cartera ocupan, o, ya para tesis doctoral, que identifiquen que ministra ha sido designada a dedo -"contra todo pronóstico", que diría Sabina, sin primarias, sin consensos, sin ternas- candidata a perder en las elecciones municipales en Madrid.
Si hablamos de lo que han hecho los ministros, hay que empezar por el Gobierno bis que encabeza, o no, Yolanda Díaz, ahora cancelada por Pablo Iglesias. La vicepresidenta y ministra de Trabajo tras conseguir aparecer como dialogante y moderada, tras lograr situar el salario mínimo en cifras dignas para la supervivencia, ya no se habla con los empresarios y ha estado ocultando informes encargados por su Ministerio que ponen de manifiesto que esa subida del SMI también tiene serios efectos negativos, siempre negados.
En ese grupúsculo dividido y enfrentado, quien se lleva la palma es Irene Montero, la ministra de Igualdad, cuya ley del "solo sí es sí", ya está provocando los primeros efectos: con su aplicación, se reduce la condena de abusadores y violadores. Y la ministra, en lugar de reconocer que es una ley ideológica, con escaso respeto a técnica legal, echa la culpa a "los jueces machistas", que para ella son todos los hombres y algunas mujeres. Una ministra objetivamente prescindible, como lo son también sus allegados Alberto Garzón - conocido solo por sus ocurrencias y ausente en la guerra de los precios alimentarios y de la cesta de la compra-, Ione Belarra (Derechos Sociales) o Joan Subirats (Universidades).
Del equipo económico, la mayor decepción es la vicepresidenta primera Nadia Calviño que está quemando su prestigio de décadas, con todas las cifras económicas bajo mínimos y una pésima gestión de los fondos europeos. Poco que decir de la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, o de ministras como María Jesús Montero, Raquel Sánchez, Reyes Maroto, todas ellas más activas en criticar, a una sola indicación, a Núñez Feijóo que en dedicarse a sus materias.
José Luis Escrivá, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, ha sido un fiasco en la gestión. Y especial mención para la titular de Política Territorial, y además portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, más conocida por su sugerencia de que los periódicos publiquen un remitido del Consejo de ministros sin apostillas que por su labor con las comunidades autónomas, para potenciar sus políticas o para frenar sus desatinos. Se salva Luis Planas, casi el más silencioso, aunque el campo estallará cualquier día, y nuestra industria pesquera ha sido excluida de los caladeros más importantes. No gana batallas, pero lucha.
Del núcleo duro, Bolaños es el alter ego de Sánchez, el que ejecuta, en el peor sentido de la palabra, sus órdenes, el que mueve todos los hilos en reformas como la sedición, la malversación o la renovación del Poder Judicial. Grande-Marlaska está amortizado por sus graves errores en Melilla y por "mantenella y no enmendalla". No se parece en nada al juez que fue. Pero Sánchez le respalda. Albares ha conseguido que nos llevemos mal con Argelia sin haber mejorado apenas con Marruecos. Pilar Llop la ministra de Justicia no pincha ni corta ni siquiera en lo relativo al Poder Judicial. Y la administración de Justicia es un caos. Se salva Margarita Robles, que tiene que estar haciendo ejercicios de escapismo.
Y rematamos con cuatro ministros que apenas cuentan. La ministra de Ciencia, Diana Morant, que debería jugar un papel fundamental para la modernización de España; la de Sanidad, que mira los problemas sanitarios como si no le afectaran -basta con culpar a Ayuso- en lugar de promover un Pacto de Estado por la Sanidad; la de Educación, también más conocida por sus ataques a Feijóo que por responder a las demandas del profesorado y de la sociedad sobre la Ley Celaá; y el de Cultura y Deporte, que ni está ni se le espera. Eso sí, todos tienen una virtud: la obediencia. Si con estos ministros te acuestas, luego pasa lo que nos pasa.