Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


Una mujer en el armario

08/07/2021

Se nos ha muerto Raffaella y un rumore de silencio y pena cubre el firmamento. Se ha ido la estrella más brillante de cuantas pueblan las lentejuelas y el brilli brilli. Rafaella fue un ángel como el pintor italiano que inspiró su nombre y alumbró varias generaciones con su talento natural. La Carrá hizo una fiesta de la vida y tuvo la generosidad de compartir su inteligencia y destreza con la Humanidad. Se nos ha muerto un mito, una alegría, un sentir distinto. Era el pálpito de la verdad, la sensualidad y la carne. Junto a un elevado espíritu, que incluyó veleidades y censuras vaticanas. Rafaella era un líder transversal, justo eso que no hay ahora. Por eso, este artículo; por eso, esta necrológica a trasmano.
He refrendado la magnitud de su figura en la hora de su muerte, cuando gentes de mil tendencias y opiniones diversas han concitado el halago unánime y sincero hacia ella. Es cierto que este país, y Occidente en general, entierra muy bien. Incluso al enemigo que huye, puente de plata, podría pensarse. Pero he visto en redes el reconocimiento honesto y certero de cientos de personas que en nada coinciden entre sí y que sin embargo, la admiraban y significaba algo para ellas. Eso se llama don y Raffaella lo tenía.
Qué grande es una persona cuando hace la vida más amable y feliz a los demás. Eso está muy poco valorado en la época de los ruidos, los golpes y sableos mediáticos. Y, sin embargo, son legión la gente buena que no son blancos ni negros, ni rojos y azules. He notado que existen los que han subrayado la militancia política de Raffaella, ciertamente de izquierdas y hay quien asegura que incluso comunista. Da igual, el talento surge a ambas orillas y lo inteligente es llegar a la otra con los remos que conseguiste para tu barca.
Yo me di cuenta de la grandeza de Raffaella por mí mismo, cuando comprobé que a un chaval soso, sin demasiada filfa en el baile, se desmelenaba al escuchar su música. Nadie se descoyuntó como yo en el ‘Explota, explota, me expló’... Pero bendita tortícolis para quien descubría con Raffaella que en el amor todo es empezar. También descubrí con ella a Uri Geller y Tony Kamo y desde entonces miro las cucharas con cierto reparo. Enseñó espectáculo. ¡Duerme!
‘¡Hola, Raffaella!’ será un grito de guerra que llevaremos en las medulas que han gloriosamente ardido. Lo más importante que nos deja es el inquebrantable y valor sagrado de la libertad. La libertad es el respeto absoluto, máximo, definitivo por la vida de los demás y la capacidad para hacer con la tuya lo que quieras. Nadie puede meterse jamás en la cama de nadie, objetar nada al respecto y mucho menos murmurar. El amor es libre y vuela y se posa. Y lo hace de hombre a mujer, de mujer a hombre, de hombre a hombre o de mujer a mujer. Y nadie pide cuentas ni tiene derechos. Y así con el resto. Que nadie te pida cuentas ni te diga ni te hable. Respeta y serás respetado. Y si alguien no lo hace, la infamia y la desdicha caigan sobre él.
Raffaella vivió como quiso y ese es el mayor ejemplo. Bailó el Tuca tuca y puso nerviosos a los jerarcas. Su belleza era mucho mayor por dentro que por fuera. Fue feminista encendida y solo metió a la mujer en el armario para darle una lección al marido. Se ha muerto en julio. Caliente, caliente. Como su corazón, igual que su alma. ¡Qué dolor!

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