Recuerdos de Pastrana (III)

Plácido Ballesteros
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Los alrededores del castillo de Anguix

Recuerdos de Pastrana (III)

En la lámina titulada Recuerdos de Pastrana, publicada en el número correspondiente al día 30 de abril de 1888 de La Ilustración Española y Americana, junto a los dibujos del Panteón Ducal de la Colegiata, del Palacio Viejo, situado en la calle Ancha, y de la llamada Casa de Santa Teresa de la calle del Vergel, que comentamos las semanas pasadas, el pintor Isidoro Salcedo Echevarría incluyó otros tres correspondientes a lugares de los alrededores de la famosa villa. Uno correspondiente a las ruinas del Castillo de Anguix, otro al puente de Auñón y el tercero al desfiladero de la Boca del Infierno, en las Entrepeñas, cerca de Sacedón. Si situamos estos tres parajes en el mapa y recordamos el itinerario que don José María Cuadrado había realizado desde Pastrana por esta comarca bajo alcarreña para describírnosla en sus Recuerdos y bellezas de España, publicado en 1858, comprobaremos que es el mismo que nuestro pintor repitió años más tarde, pues seguramente utilizaría esta obra como guía de viaje.  

Fuese como fuera, nosotros hoy nos centraremos en el primero de los dibujos, pues el castillo de Anguix bien se merece una entrega propia; dejando para las próximas semanas los dos restantes.

La imagen que nos ofrece en esta ocasión Salcedo del castillo de Anguix es algo extraña entre las numerosísimas que tenemos de aquella fortaleza, primero dibujada y luego fotografiada generalmente desde lejos para ofrecernos una panorámica completa de la misma, enriscada en las cumbres de la Sierra de Enmedio. 

Nuestro pintor ya había dibujado con anterioridad la fortaleza. El castillo de Anguix fue uno de los recogidos en la desigual obra Castillos y tradiciones feudales de la Península ibérica, publicada en 1870 por el editor Achile Ronchi. En ella contrasta lo superficial y, a veces el poco rigor, de las monografías dedicadas a cada fortaleza con los magníficos dibujos que ilustran el texto de cada capítulo. En el caso de Anguix, el texto de autor anónimo en el que junto a una brevísima reseña histórica se nos ofrece una descripción también parca, está acompañado de un detallado dibujo de corte romántico en el que el castillo «parece un nido de águilas encima de una roca sobre el Tajo». Y, aunque el grabado, que reproduce el frente correspondiente a la torre del homenaje, no aparece firmado en la monografía, no hay ninguna duda de que es obra de Isidoro Salcedo, pues el editor de la obra publicó con posterioridad una litografía coloreada con dicha imagen firmada, como puede comprobarse, por I. Salcedo, dibº y litº; fechada por algunos especialistas en 1874.

Años más tarde, para la lámina de La Ilustración…, nuestro artista optó por ofrecernos una vista diferente, más cercana de las ruinas del castillo. Como pueden observar ustedes era un dibujo muy acorde con el título de la reseña que Eusebio Martínez de Velesco, el reportero encargado de comentar el grabado, le dedicó: «Núm. 4. Ruinas del castillo de Anguix.— En la jurisdicción de Sayatón está el monte y despoblado de Anguix, y sobre enriscada altura, a orillas del Tajo, se alzaba el castillo de aquel nombre, tan pequeño en sus proporciones como respetable por su posición; hoy, desmantelado y en ruina, manifiesta no obstante su forma cuadrada con cubos en los ángulos.

Este castillo formaba línea con el de Zorita, y se comunicaban ambos por medio de una atalaya situada en la sierra de Buendía, termino de Almonacid de Zorita.

En tiempo de los Reyes Católicos perteneció al Conde de Tendilla y luego al Marqués de Bélgida, por venta que hizo el emperador Carlos V, en 30 de Junio de 1538».

Una y otra son las dos imágenes más antiguas que conocemos del castillo de Anguix. Entre ambas nos permiten hacernos una idea bastante aproximada no sólo de cómo se conservaba la propia fortaleza en aquellos momentos, sino también del entorno de las escarpadas riberas del Tajo en el que fue construida; un paraje hoy modificado en parte tras la construcción de la presa de Bolarque a escasos kilómetros aguas abajo, inaugurada en 1910.

Afortunadamente, dicho entorno fue prolijamente descrito y fotografiado tal como era en aquellas décadas de finales del siglo XIX antes de que fuera transformado por la subida del agua tras la construcción de la presa por don Santiago Martínez Palacios, un jurista que recaló en Anguix desde Madrid a finales de la década de los años 80 de aquella centuria para restablecer su salud.

Como quiera que pronto quedó atrapado por el encanto de la comarca y sus gentes, una década después, en 1897, publicó un interesantísimo libro titulado El castillo de Anguix. Una obra en la que demostró tanto su buena pericia en la utilización de la numerosa documentación que consiguió reunir de la época medieval, como su gran conocimiento sobre el Feudalismo y sus instituciones. Si bien es cierto también que se dejó llevar por el gran cariño que suscitó en él aquel paisaje presidido por la fortaleza, circunstancia que le llevó a tratar de remontar lo más posible en el tiempo el origen de la población, defendiendo la existencia de una ciudad, aunque fuera pequeña, de época romana, basándose en la localización en una huerta próxima al castillo de una simple moneda acuñada en tiempos del emperador Honorio. Así como a defender la existencia de Recópolis en el cercano paraje en el que aguas abajo el Tajo recibe a su afluente el Guadiela, siguiendo la opinión de los historiadores de los siglos XVII y XVIII; frente al razonado estudio que de don Juan Catalina García López había dado a conocer en 1894 en su Alcarria en los dos primeros siglos de su Reconquista, en el que demostraba de forma fehaciente el asentamiento de la ciudad visigoda en el cerro de La Oliva, próximo a Zorita.  

No obstante, el libro de don Santiago Martínez Palacios bien merece una atenta lectura, con la que cualquier aficionado a nuestro pasado disfrutará.