Embajador de Ruguilla

Antonio Herraiz
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Sabe tocar la guitarra, el violín, el acordeón y la armónica. Es uno de los puntales para la conservación de la fiesta de Los Mayos de Ruguilla. Profesor vocacional, siempre ha centrado su labor docente en apoyar a los alumnos con mayores necesidades

Embajador de Ruguilla - Foto: Javier Pozo

En todos los pueblos importantes hay buenos músicos. Luis Sebastián (Ruguilla, 1959) me habla de Celedonio. Era el barbero del pueblo, en la iglesia ayudaba como sacristán y también tocaba el órgano, aunque en la ronda salía con el violín. «Como éramos vecinos, desde bien pequeño me sentaba a escucharle en un poyo que había junto a su casa. Ahí es cuando me surgió la afición por la música». Luis le seguía allá donde iba con un acordeón de cartón con el que simulaba que tocaba al son de la música que marcaba Celedonio y el resto de músicos. La ronda era numerosa: «Estaba Leonardo con el laúd, Juan el grandón, que tocaba la guitarra, el tío Juanillo, que sabía tocar el acordeón y el saxo, y Lorenzo García a la guitarra. También recuerdo al violinista Felipe García Iglesias, un republicano exiliado en Francia que, probablemente, fue el que trajo una canción muy popular con aires del centro de Europa que aquí bautizamos como el Vals de Ruguilla». 

Uno de los momentos más esperados para estos músicos populares era la medianoche del día 30 de abril. Como en muchos pueblos de España, celebran la fiesta de Los Mayos, de origen ancestral y con distintas variantes dependiendo de la zona. «Viene tu galán/ prometiendo mayo/ con verdes pimpollos/ blancos y encarnados». En Ruguilla siempre han sido un canto de amor para resaltar la belleza de la moza a la que se ronda. «Con discreción brillan/ tus finos pendientes/ formando Cupido/ flores en tu frente». La emigración provocó que esta fiesta desapareciera durante una década en Ruguilla, hasta que en los años 80 volvió a resurgir con una fuerza incluso mayor. «El impulso se lo dieron los alcaldes pedáneos que había entonces, Doroteo de la Roja e Isabel de Toro, y la recién creada Asociación Cultural Santa Catalina». No lo dice, pero un puntal decisivo en la recuperación de esta fiesta ha sido él. 

Luis Sebastián fue uno de los últimos niños en nacer en Ruguilla. En este pueblo próximo a Cifuentes vivió el doctor Francisco Layna Serrano, cronista oficial de la provincia de Guadalajara, y nacieron Manuel Serrano Sanz, catedrático de Historia y archivero de la Biblioteca Nacional, y el historiador y latinista Juan Francisco Yela, autor de una extensa obra académica. Luis se ha ganado a pulso el título de embajador de Ruguilla. Allá donde va vende las bondades de su pueblo y ejerce de cicerone con los amigos que visitan la localidad. Un buen reclamo son las cuevas-bodegas situadas frente al casco urbano. Hasta hace no mucho, seguía cuidando las viñas para hacer vino. «Ahora, compramos la uva y mantenemos el proceso. También elaboramos aguardiente de diferentes tipos. Aunque no nos gusta -suelta una carcajada- lo hacemos para llevarlo después en la ronda y que se anime la gente». 

La vida profesional de Luis ha estado centrada en la docencia. Sin embargo, empezó de fontanero en el Hospital de Guadalajara. «Conocía el oficio de acompañar a mi padre llevándole el maletín con las herramientas. Salió una oposición y la aprobé». No se le daba nada mal, pero su sitio estaba junto a una pizarra y mirando a los pupitres. Había estudiado Magisterio con una gran vocación para ser profesor y después cursó Logopedia en la Autónoma y se licenció en Filología Hispánica. Siempre ha inclinado su labor docente hacia los más necesitados, tratando de aplicar programas innovadores. Desde sus inicios como maestro de taller en el Centro Ocupacional Nuestra Señora de la Salud, pasando por colegios en Meco, Cifuentes, el Río Tajo y el Río Henares de Guadalajara, hasta terminar en el Centro Rural Agrupado de Iriépal, donde se jubiló tras ocho años como director. «Cada alumno tiene unas necesidades y hay que innovar para resolver los problemas que te van planteando. ¿Los mismos deberes para todos? No creo que sea la solución». 

Mediado abril, Luis vuelve a impregnarse del espíritu festivo de Los Mayos. Normalmente, en la ronda sale con la guitarra, instrumento que aprendió durante sus años de estudiante en el Seminario de Sigüenza. También hace sonar, y no con poca destreza, el acordeón, la armónica y el violín. Es uno de los grandes artífices de que esta fiesta tan popular no caiga en el olvido y la desgana. Lo hace por los que están, los que vendrán y, cómo no, por los que se fueron, con un recuerdo especial para sus padres: Valentín y Mercedes. En las vísperas de esa noche tan mágica que es el 30 de abril, después de charlar y brindar con un buen vino en la bodega de Miguel Ángel -un amigo de Ruguilla-, desenfundamos los instrumentos para entonar, como no podía ser de otra forma, Los Mayos de su pueblo: «Adiós, azucena/ adiós, alhelí/ adiós, rosa bella/ que me voy sin ti».