"Los poemas son plegarias. Al morir mi padre, acudí a los versos"

Agencias
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La Premio Nacional de Poesía Aurora Luque, autora de 'Un número finito de veranos', reflexiona sobre el enorme poder de la lírica

"Los poemas son plegarias. Cuando murió mi padre, acudí a los versos" - Foto: EFE/Jorge Zapata

Premio Nacional de Poesía, Aurora Luque reivindica, ahora más que nunca, la necesidad en el mundo actual de este género que, admite, «no consuela tanto como la religión, porque no te vende paraísos ni te da certezas», pero sí «acompaña». «Los poemas son plegarias. Cuando murió mi padre, acudí a los versos aprendidos de memoria en la escuela, de Manrique, Machado o Bécquer, y sus poemas salían como oraciones. Estaba enterrando a mi padre con Bécquer», revela la almeriense.

Aún se sorprende al recordar cuando hace unos meses recibió una llamada del ministro de Cultura, Miquel Iceta, para comunicarle un premio que no esperaba para Un número finito de veranos, un libro que había publicado «en una colección de poesía que estaba empezando, que no se había distribuido mucho y que no tenía apenas reseñas».

«Me había desentendido de cualquier ilusión de premios», asegura Luque, que entregó su libro a esta colección porque le gusta «animar las colecciones que empiezan», como esta «en papel, en castellano y en una editorial catalana», Milenio, en lo que califica como «un gesto romántico».

Sobre la idea de «gozo» que resaltó el jurado en la obra, apunta que ella cree «en Horacio, en su Carpe Diem», y considera que «casi toda la poesía va por ahí, y el poema hace lo que recomienda Horacio, recoge en palabras la experiencia intensa que no quieres olvidar y que metes en palabras». «La poesía quizá tenga esa misión, recogerlas por si algún viandante, peregrino o transeúnte se encuentra con esas palabras dichas al oído».

Añade la andaluza que «la vida ya da todo ese dolor de la muerte, la caducidad, la melancolía del paso del tiempo, la vejez o la muerte de personas próximas en plena juventud», y por eso mismo «la apuesta por el gozo, la luz, lo solar, quizá sea también una manera de resistencia».

«Es más fácil abandonarse al valle de lágrimas, al llanto, ahondar en la herida. Eso es cederle el paso a la muerte, decirle has ganado. Va a ganar, pero de momento la vida es nuestra, y el lenguaje merece el respeto, es algo vivo», confiesa.

Sobre su forma de trabajar, explica que es «muy raro que un poema salga de golpe», porque aunque puede tener «esa ilusión» cuando lo está escribiendo, lo deja reposar «bastante, incluso años», y nunca se «arriesgaría» a publicarlo «al día siguiente».

«La lentitud es una de mis herramientas de trabajo, también para no repetirme y para distanciarme lo más posible», subraya Luque.

Aunque su DNI dice que nació -circunstancialmente- en Almería, su única vinculación con esa ciudad fue «genética» a través de su madre, pero la poeta sí cree que influyó en su poesía su infancia en las Alpujarras.

«Mi lugar de crecimiento es Cádiar, un pueblo de los nada turísticos, por suerte, que no está invadido todavía ni trastornado. Allí viví los primeros 14 años y fue un privilegio, un lugar donde las estaciones significan ver las montañas por los cuatro puntos cardinales, comer los frutos de los árboles, los trueques entre vecinos...».

Fascinada por los griegos

Su fascinación por Grecia surgió en la adolescencia, después de leer Ocnos de Cernuda, que le «marcó», y «el contacto con el griego de Homero fue tan seductor» que se quedó en el estudio de estas culturas clásicas, «siempre con el deseo de disfrutar desde el presente de los poetas del pasado».

«No es que ame a todos los clásicos. Hay algunos que me irritan, y a Jenofonte no lo tendría como amigo. ¡Pero hay tantos que todavía tienen el secreto de la vida...!», señala.

En sus versos hay lugar para un año maldito, el 2020, «un año de lecciones, que rápidamente se están olvidando en muchos casos, pero también de reconocimiento y de revisión, casi de retractación».

«Hemos estado rindiendo culto a la velocidad, a la rapidez, y resulta que estamos deseando tener lentitud, silencio, tiempo y soledad. Eso nos lo regaló una pandemia, quitando los momentos terribles que tuvo», subraya.

Su próximo libro será el que compilará su poesía reunida, que editará Acantilado, algo que considera «todo un privilegio», porque es «una editorial que ama y cuida a sus autores», y también ha publicado en Jákara Editores la antología Homérica.

Insiste en el papel de la poesía, que «ahora puede ser un vehículo especialmente apto para agitar y estimular las certezas que ha instalado el neoliberalismo, que ha acallado y docilitado a la sociedad de consumo», pero existe «la posibilidad de decir que no».

A juicio de Aurora Luque, «la poesía es un vehículo y una herramienta muy interesante» que «opera de una manera que no se puede estabular ni programar». 

Tiene tiempo la autora de imaginarse lo que pasaría «si los adolescentes pudieran disfrutar de Pessoa en la escuela, pero claro, eso no interesa al poder, y hay también profesores muy dóciles que quieren una educación muy tranquilita que no incorpore revulsivos». La conclusión entristece.