Editorial

El sentido común debe imponerse ante la séptima ola del coronavirus

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Pese a nuestros deseos por dejar atrás una pandemia que llegó a cambiar nuestra forma de relacionarnos, la Covid 19 sigue entre nosotros y los expertos ya alertan acerca de una séptima ola, cuyo pico llegaría en pleno verano. A diferencia de los dos años anteriores, en los que julio y agosto supusieron un periodo de relajación tras meses de duras restricciones, este puede convertirse en los meses con más incidencia, aunque la gravedad de los síntomas está en las antípodas de esas primeras olas que llenaron las UCIs de nuestros hospitales. El hecho de que varios consejeros autonómicos, primero, y la propia ministra de Sanidad, Carolina Darias, después, aconsejaran el uso de la mascarilla en interiores muy concurridos supone la prueba palpable de que existe un aumento de la incidencia. Los responsables sanitarios se debaten entre explicar cómo está la situación, para tratar de reducir los efectos, y no transmitir un alarmismo que no está justificado en modo alguno a la vista de la situación actual.

La precaución sigue siendo el mejor elemento de autoprotección. Aunque la Covid 19 está ya infradiagnosticada, principalmente porque ya no deriva en su gran mayoría en casos graves, sigue muy presente entre nosotros y se está empezando a notar en el número de ingresos en planta en los centros hospitalarios de toda España. Hemos desterrado en la práctica el uso del tapabocas de nuestros quehaceres diarios y el fin de su obligatoriedad, más allá de momentos y lugares muy puntuales, como puede ser el uso del transporte público, nos ha dado una sensación de seguridad que se está demostrando falsa al mismo ritmo que suben los contagios. La aparición de nuevas subvariantes de la ómicron,  la que era predominante hasta este momento, aconseja redoblar el llamamiento a la vacunación de aquellos que no tienen aún la tercera dosis, al tiempo que obliga a estudiar la aplicación de una cuarta a los más mayores o a los usuarios de las residencias.

El sentido común debe guiar también aquí nuestro comportamiento. No se trata de modificar nuestros hábitos de vida, sino de tener presente que la amenaza no ha desaparecido todavía y adecuar nuestra respuesta para minimizar los riesgos. Como es lógico, si somos personas vulnerables o si padecemos alguna patología previa debemos extremar esa precaución, por más que la regla general nos invite a ser menos precavidos. Estamos obligados a convivir con esta enfermedad, como lo hacemos con otras muchas, y eso implica permanecer alerta para evitar aquellas situaciones en las que es más fácil el contagio. Con esta simple advertencia, la aparición de nuevas olas será una posibilidad cada vez más lejana.