Editorial

El asesinato de la hija del gran asesor de Putin empeora un conflicto enquistado

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El conflicto armado entre Rusia y Ucrania está enquistado y nada hace suponer que vaya a mejorar en un futuro inmediato. La primera hace mucho que dejó de ser la 'gran madre' que amparaba en sus brazos protectores a todos los territorios próximos, borrando cualquier atisbo de identidad propia en nombre de su concepción de la Unión Soviética. Ni esta existe ni la gran mayoría de esos territorios quiere ser ruso y ni siquiera parecerlo, con lo que esa idea, a caballo entre el imperialismo y la dominación, que no es otra cosa que geoestrategia a nivel mundial, presenta numerosas grietas. La segunda asegura no estar dispuesta a renunciar a su independencia ni a una sola de las regiones que Rusia reclama y que ha conseguido recuperar a lo largo de esta guerra, que parecía responder a razones fáciles de entender en un principio y que Putin inició pensando en una victoria rápida y en que contribuiría a reforzar su papel internacional. 

Sin embargo, la lucha se prolonga en el tiempo; los ucranianos no solo resisten, sino que contraatacan, la Unión Europea sigue debatiéndose entre las declaraciones de apoyo al país invadido, el envío de mayores contingentes materiales y humanos y la incertidumbre, cuando no miedo, a quedar desabastecida de gas. Se suceden las ofensivas y contraofensivas, pero ni el tamaño ni el poderío militar de Rusia, mucho mayores que los de los ucranianos, se ha traducido en la victoria final. Y en medio de estos vaivenes bélicos y políticos y del cruce de declaraciones, pequeñas treguas, avances y retrocesos, impacta como un misil de largo alcance el asesinato en un atentado con coche-bomba de la periodista, politóloga y activista Daria Dugina, hija del filósofo y asesor de Putin, Alexander Dugin.

Todo apunta a que el atentado iba dirigido contra este último, que iba a haber viajado con su hija, pero cambió de coche en el último momento, y Moscú ha culpado de inmediato a Kiev de esa muerte. El régimen de Zelenski lo ha desmentido categóricamente y ha señalado a grupos políticos rusos que estarían tratando de repartirse el espacio ideológico, incluidos los ultrarradicales a los que perteneció en su día el propio Dugin. Rusia no cree a su enemigo, a quien acusa de ejercer el terrorismo de Estado y este lo sigue negando. Habrá que investigar a fondo el origen, pero esta muerte puede desembocar en un recrudecimiento de las acciones militares rusas. Kiev teme que estas sean especialmente crueles coincidiendo el 24 de agosto con el Día de la Independencia de Ucrania. Mientras, el resto del mundo contiene el aliento.