Un millón de gracias

Antonio Herraiz
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Lleva 36 años detrás de un mostrador despachando pan, fruta y todo tipo de comestibles y productos de limpieza e higiene. En 2007, incorporó el servicio de loterías y ha entregado un premio de un millón de euros

Un millón de gracias - Foto: Javier Pozo

Entro en la tienda de Miguel Ángel García (Guadalajara, 1961) y le encuentro detrás del mostrador. Está junto a su mujer, María Jesús. Los dos atienden a un señor robusto y gigantón que medirá cerca de dos metros de altura. Miguel Ángel le llama por su nombre, conoce a lo que se dedica, hablan de sus problemas médicos y está al tanto de su lugar de vacaciones. No solo sabe que va a pasar unos días en Asturias; es capaz de precisar el día que parte y el que regresa. «Cuídate con la comida», bromea Miguel Ángel. «Hombre, habrá que tomar fabes», contesta el cliente. 

El comercio de Miguel Ángel es la típica tienda de comestibles que todos tenemos presente en nuestra memoria. A la que nuestra madre nos mandaba a comprar el pan, la leche -en aquellas bolsas de la marca Legu-, fruta y cualquier producto relacionado con la limpieza. «Niño, no juntes el pan con la lejía no se vaya a salir». También a donde nos escapábamos a comprar chucherías o los bollos que nos tenían racionados en casa. Siguen en la retina, pero no es fácil encontrar ya una tienda con ese encanto en Guadalajara. Es lo que ahora los modernos llaman comercio de proximidad y al que todos acudimos cuando vinieron mal dadas al principio de la pandemia. Las estanterías de las grandes superficies se quedaron vacías en cuestión de horas y esas tiendas regentadas por chinos que están abiertas a la hora que vayas echaron el candado mientras sus dueños esperaron mejor momento. «Nosotros no hemos cerrado ni un solo día. Al principio del estado de alarma era difícil encontrar determinados productos, pero aquí nunca faltó papel higiénico ni tampoco detergentes ni desinfectantes». No han sido meses fáciles. Jornadas de 14 y 15 horas ininterrumpidas, buscando el género donde fuera y atendiendo a todo el que lo necesitaba. «Hemos llevado incluso la compra a la misma puerta de la casa de clientes que se habían contagiado y no podían salir». Meses en los que ha visto marcharse para siempre a vecinos asiduos a la tienda. «Esto ha sido lo más doloroso, porque en el barrio la mayoría de los vecinos son gente mayor y nos conocemos de toda la vida. Es como si se muere tu padre o tu tío». 

Miguel Ángel abrió la panadería un 5 de marzo de 1985 y no se ha movido de ese local, ubicado en la calle cardenal González de Mendoza, en la zona de las Casas del Rey. Treinta y seis años en los que ha visto pasar a los padres, a los hijos y ahora a los nietos de los que ya son abuelos. Hace casi 15 años, para dar un servicio más al barrio, decidió incorporar a su tienda de comestibles un despacho de loterías. «No tenía muchas esperanzas de que me lo concedieran. Al final, reunimos todos los requisitos y nos lo autorizaron». Aquello supuso una revolución para él y para su mujer. El negocio del pan, de la fruta y del resto de productos lo tenía dominado y tuvieron que aprender desde cero todo lo relacionado con la lotería y las apuestas. En este tiempo, han repartido muchos premios menores de los que solo se enteraba el que lo cobraba. Hasta el jueves 1 de julio. Miguel Ángel y María Jesús cenaban con su hijo. Miguel Ángel recibió una llamada del responsable de la delegación de loterías en Guadalajara. «Cuando sonó el móvil a esas horas, pensé que habíamos hecho mal algún trámite». No se trataba de eso. Era para comunicarle que había repartido un premio de los importantes.  En su panadería, se había validado un boleto con el número ganador de la primera categoría del sorteo de El Joker. El afortunado se ha llevado un millón de euros.»No tenemos ni idea de quién es. Nos gustaría que fuera alguien del barrio, que seguro que lo necesita». Aunque supiera de quién se trata, tampoco lo diría. Secreto de lotero. 

Hablando con Miguel Ángel en la trastienda de su establecimiento percibes que todo es sencillez y cercanía. «Yo tengo que dar las gracias a todos los vecinos del barrio que siempre han confiado. Jamás he tenido ningún problema». Un millón de gracias, como el premio. Desciende de Villaescusa de Palositos, un despoblado muy próximo a Peralveche, y en la conversación encontramos unas cuantas coincidencias. Es la magia de las ciudades pequeñas. Don Victorio, el cura que les casó, fue el párroco de mi niñez y de mi juventud; Manolo Arenas, cliente y vecino del mismo bloque donde está la tienda de Miguel Ángel, fue el peluquero de mi familia durante décadas; y Macario, el cartero que tantas cartas y paquetes llevó a la panadería y a todas las casas del barrio, resulta que es mi padre.