Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Irene en la hoguera de las vanidades

30/11/2022

Irene Montero, que andaba más que tambaleante con su última ley, va camino de convertirse en una reencarnación postmoderna de la Pasionaria gracias a la ojeriza que le ha tomado Vox, la ojeriza y la torpeza, por cierto, puesta de manifiesto la semana pasada en el Congreso de los Diputados. El recinto de la soberanía popular se convierte así una vez más en un circo mediático que arde como pasto de fácil combustión en las hogueras múltiples del populismo y en las hogueras de las vanidades de una política convertida en pasarela de egos disparatados al margen de todo, al margen del interés nacional, al margen de la decencia y el sentido común, al margen de los españolitos de infantería que trabajan a destajo con sueldos más bien bajos y que contemplan atónitos el espectáculo semanal de una chavalería malcriada subida al machito del buen vivir.
No seré yo el que critique a Irene Montero por haber sido cajera de supermercado. Muy al contrario, me parece una experiencia  provechosa para cualquier otro menester que se presente en la vida que, sin embargo, en su caso no fue más que un fugaz paso por el mundo real de trabajo que transcurre, y cada vez más , ajeno a las hogueras del populismo y de la vanidad que arden en el Congreso de los Diputados. Irene Montero, que no es especialmente inculta, como pretenden dibujarla sus enemigos más torpes, puede que más incultos que ella, es vanidosa, soberbia y claro está, también le da sopas con ondas a Carla Toscano, que parece querer ocupar el puesto de Macarena Olona en el Congreso pero sin la astucia sibilina y descarada de la ex de Vox, ahora en busca de relato y de parroquia.
El universo político de Irene Montero, su radio de afectos,  su enfoque y su ángulo de visión se reduce a esta frase que la semana pasada pronunció en el Congreso mientras defendía su proyecto de ley: «Gracias a la mayoría feminista, progresista y plurinacional de la investidura por estar al servicio de las mujeres de nuestro Estado». No hay más, ni más allá, ni más acá, lo demás no entra en su ángulo de visión, por eso, y quizá por ser aún  muy joven, peca de un sectarismo desaforado y una mirada muy estrecha sobre el acontecer y el mundo femenino que le ha llevado, incluso, a enfrentarse con sus propias compañeras de coalición. El encuadre político de Irene Montero es de juzgado de guardia pero hay quien está empeñado en convertirla en una heroína de las grandes causas de la izquierda.  Y Pablo Iglesias se relame, no porque él esté moviendo los hilos por detrás, como piensan los que niegan a la ministra cualquier capacidad de iniciativa autónoma, sino porque Irene Montero es hoy por hoy el gran reclamo de su desvencijada factoría morada puesta además en cuestión por una Yolanda Díaz que decididamente ha emprendido el camino de la autonomía. Irene Montero es la última baza morada, la candidata alternativa, también la apuesta actual de Pablo Iglesias para desvencijar el yolandismo.
Montero es de esa rancia escuela que promueve que cualquiera que ame profundamente a España es un facha reaccionario, y cualquiera que apoye un mejoramiento de los humildes debe tener al menos una matriz comunista más o menos visible. Por supuesto, el feminismo auténtico es el suyo y no hay mucho más que hablar, lo demás son impostaciones reaccionarias aunque las defienda Carmen Calvo. Sin embargo, el otro día aparece por la escena una tal Carla Toscano, tan tosca como poco inteligente, y nos termina mostrando, gracias a su ataque sin control, a una Irene Montero adorable, simpática y apasionada, abanderada digna de las grandes causas y luchadora infatigable por la justicia, por supuesto una víctima del fascismo. Y eso fue lo que nos vendieron la semana pasada en el hemiciclo. Al día siguiente ya nadie hablaba de las deficiencias de la ley de Irene Montero, de la excarcelación de violadoras, la agenda estaba ocupada por el preocupante concepto de la violencia política desatada en el congreso por la ultraderecha, una ración superlativa de ese jarabe que recetaba Pablo Iglesias hace unos años servido esta vez con la mano diestra. Eso sí, poco después se aprobaba la modificación del delito de sedición y se daba luz verde a los presupuestos que entronizaban hasta que las urnas digan otra cosa la extraña coalición feminista, progresista y plurinacional que a Irene Montero le hace vivir en el gozo continuo, y a una buena porción de ciudadanos/as/es de nuestro Estado, a derecha e izquierda,  les provoca una gran incertidumbre.