Boletín de la Sociedad Española de Excursiones

Plácido Ballesteros
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Por las Alcarrias (Notas de una excursión a Sopetrán, Hita, Jadraque y Cogolludo. IV (21 de abril de 1929)

Boletín de la Sociedad Española de Excursiones

«Cogolludo. La villa de los Medinaceli, pintorescamente situada, es también de accidentada historia. Reconquistada la tierra, pronto fue una de las adquisiciones de la Orden de Calatrava. Concedida a ella por Alfonso VIII en 1176 (Rades) o por D. Pedro Manrique de Lara en 1182 (Salazar y Castro), poco después el Maestre D. Ruy Pérez la cede vitaliciamente a D. Fernando Martínez. Parece que la detentó el famoso y aventurero Infante D. Enrique el Senador, hijo del Rey Santo, de novelesca vida. La Orden tuvo dificultades para volver a tomar posesión de la villa, cosa que no logró hasta 1334 en que Alfonso XI hubo de ordenar le fuese devuelta. Un año después, el Maestre D. Garci López hace donación vitalicia de Cogolludo a Iñigo López de Orozco. Pero cuando la villa sale definitivamente de la Orden es en 1377. En esta fecha, el Maestre don Pedro Muñiz de Godoy la cede --con Loranca-- por cambio con Villanueva de Córdoba a D. Enrique II, quien dota con ella a su hija bastarda Dª María, casada con D. Diego Hurtado de Mendoza, el Almirante. 

De este matrimonio nació Dª Aldonza de Mendoza, que hubo de casar con D. Fadrique de Trastámara, Duque de Arjona. Dª Aldonza tuvo numerosos pleitos con su hermano --de padre solamente-- el Marqués de Santillana, que, como es bien sabido, era hijo del segundo matrimonio de D. Diego con Dª Leonor de la Vega. En ellos fue disputada la posesión de Cogolludo. Pero la muerte de Dª Aldonza, sin sucesión, vuelve a poner en tela de juicio la cuestión, que D. Iñigo, a su expeditiva manera quiere resolver atacando la villa, que trata de defender por suya D. Diego Manrique, su primo. Interviene el Rey para concordia. D. Iñigo queda con la villa, pero otorgada a su hija Dª Leonor y casada ésta con el Conde de Medinaceli, D. Gastón de la Cerda, quedó en propiedad de sus sucesores, y desde el siglo XVI la casa de Medinaceli, ducal desde 1479, tuvo para los primogénitos el título de Marqués de Cogolludo. 

El título de Marqués de Cogolludo fue especialmente ilustrado a su modo por aquel D. Luis de la Cerda y Aragón, Embajador en Roma, donde lo fue nueve años (1687-1696) de incógnito, extraordinario aficionado al bel canto, singularmente en la persona de la bella Giorgina, y cuya vida diplomática nos ha sido amenamente relatada por el Marqués de Villa-Urrutia. Su Gobierno, siendo ya Duque, como ministro de Felipe V tuvo un fin misterioso, pues fue violentamente depuesto y encarcelado, acabando sus días en la fortaleza de Pamplona, reo de un delito no puesto aun en claro.

 No hay que recordar que el atractivo artístico de Cogolludo, excepcional, está en el gran palacio mandado edificar por el primer Duque don Luis de la Cerda y Mendoza, el nieto de Santillana. 

El interés de primer orden que ofrece como ejemplo de esa original introducción del Renacimiento en monumentos castellanos y principalmente alcarreños, de fines del XV y principios del XVI, ha hecho que haya sido estudiado con una especial atención. Los estudios de los Sres. Lampérez, Tormo y Gómez Moreno fueron cada vez aclarando más ese núcleo de monumentos, que significan una genial adaptación, llena de fuerza y de personalidad, de normas artísticas italianas. 

La gran fachada del palacio de Cogolludo es una de las primeras apariciones de las formas renacentistas en nuestra tierra. Más concretamente aún; la segunda, según el Sr. Gómez Moreno, y la primera en presentarse ya libre de broza gótica de la que aún no ha podido separarse el monumento que puede por su fecha ponerse antes que éste: el colegio de Santa Cruz en Valladolid. Inmediato a éste, según la cronología del Sr. Gómez Moreno, que supone construido el palacio de Cogolludo de 1492 a 1495, vemos aquí en toda su libertad y belleza el almohadillado clásico, la decoración italiana, los dinteles entre columnas, las cornisas con resaltos, las palmetas, la bella láurea rodeando el escudo… Como único detalle de retroceso en el estilo las ventanas de resabios góticos. Y para aumentar el valor del monumento, las curiosas obras de decoración, de gusto mudéjar, en el interior y los bellos patios, aplicando en uno arcos sobre columnas, con esa forma típica de capitel justamente llamado alcarreño, y en otro adintelando sobre zapatas, que no son ya de madera sino de piedra. 

La luz del día es el término natural de las excursiones. Apurando aún sus últimos restos, pudimos visitar las dos iglesias del pueblo: la de Nuestra Señora del Remedio, y la otra «del Sr. San Pedro», como dice una relación del siglo XVI. Rápidamente vistas, hemos de recordar en la primera el gran cuadro de Ribera. Cristo coronado de espinas y rodeado de sayones. Sobre si es obra de taller o no, los críticos decidirán; el efecto es excelente. Mayer no registra la obra, ni entre las copias o imitaciones, en su libro Jusepe de Ribera, Leipzig, 1923. El mismo autor en su Historia de la pintura española, señala la escasez de escenas de la Pasión, en la obra del pintor valenciano; indica una Coronación de espinas, de tamaño natural --como la de Cogolludo-- en el Museo de Boston. 

En la segunda la capilla del Santo Sepulcro con grupo escultórico que lo representa, del XVI, de ejecución basta, pero recordando grandes modelos, y, en ella misma, las lápidas sepulcrales con relieves yacentes de Martín de Frías, su esposa Maribrava y el sacerdote Alonso Bravo, su hijo. La fecha 1543, que en la de este último se lee, es probablemente la de todos y quizá la del entierro. 

Nada más. El regreso a Madrid es un descanso físico bien ganado y un amasar recuerdos de bellas cosas vistas. Valgan estas rápidas notas para dejar mención en las páginas del BOLETÍN de una grata excursión de primavera --tiempo abrileño, cielo nuboso-- por las Alcarrias. ENRIQUE LAFUENTE FERRARI.