La pluma y la espada - Alfonso X el Sabio

Un legado trascendental para España y para Europa (y II)


La obra magna del monarca se centra, por encima de todo, en la creación de la Escuela de Traductores de Toledo, que tuvo mucha importancia para poner en valor el castellano

Antonio Pérez Henares - 07/11/2022

Podrá discutírsele al rey Alfonso X su ejecutoria política, sus hechos de gobierno y como a todo humano, sus actos personales, pero nadie podrá negarle su gigantesca y trascendental aportación a la cultura de España y de Europa. Hay un antes y un después y en su labor un comienzo cargado de futuro y de luz. La que a partir de ese momento iba a iluminar el saber del mundo occidental y cristiano. Al humilde entender de este escribano dos son las aportaciones esenciales al mundo de la cultura, de nuestra cultura. La ascensión del castellano, su entronización como lengua escrita y elevada ya al rango de culta, y la traducción de los textos del saber clásico del gran acerbo griego, amén del romano, filosóficos y científicos y con ello su conocimiento y difusión por todo el Viejo Continente.

Todo indica que esta pasión por los saberes y las letras, la cual fue su más fiel y leal compañera de por vida, proviene de su madre, Beatriz de Suabia, que, huérfana desde muy niña, se había criado en la corte siciliana de Federico II, luego emperador del Sacro Imperio, hombre de grandes inquietudes, que hablaba hasta nueve idiomas, apasionado por el conocimiento, y ese influjo se lo trasmitió luego ella a su primogénito desde muy niño.

Según le retrata el Libro de los iudizios, sería «amador de verdat, escodriñador de sciencias, requiridor de doctrinas e de enseñamientos, qui ama e allega a sí los sabios e los que s' entremeten de saberes e les faze algo e mercet, porque cada uno d'ellos se trabaja espaladinar los saberes en que es introducto, e tornarlos en lengua castellana a laudor e a gloria del nombre de Dios (sic) qui sempre desque fue en este mundo amó e allegó a sí las sciencias e los sabidores en ellas e alumbró e cumplió la grant mengua que era en los ladinos por defallimiento de los libros de los buenos filosofos e provados».

Recreación de la corte realRecreación de la corte realSu amor por las letras cultivado desde joven le llevó a ser un precoz escritor y, aunque a veces se confunde su obra propia con otras provenientes de traducciones o recopilaciones, puede afirmarse que al entonces príncipe se le deben composiciones como las Cantigas de Escarnio y Maldecir, compuestas en lengua galaico-portuguesa de las que se conserva una cuarentena y que también brotaron de su propia mano algunos himnos en honor de la virgen.

Coronado rey e incluso tiempo antes, cuando su padre Fernando III le puso casa propia, hizo venir a su corte y cercanía trovadores y poetas de todos los lugares, genoveses, catalanes, occitanos, gallegos, leoneses, castellanos, hispano-hebreos e hispano-musulmanes. 

Pero también el mismo fue autor de muchos textos y padre de otros tantos libros, pues, aunque no llegaba a escribirlos, sí era quien los inspiraba, estructuraba y definía su argumentario y razones, haciéndolo en las más diferentes ramas, desde las jurídicas, en las muy renombradas Siete Partidas, o científicas, como El Lapidario, sobre las propiedades de los minerales, o costumbristas y lúdicas, como El Libro de los Juegos, donde se mezclan el ajedrez, tablas, dados, caza y deportes nobles. También había cabida para la astrología, que le apasionaba, hasta llegar a su cumbre histórica La Grande y General Estoria de España, donde no faltan textos de su propia cosecha, entre ellos la hermosísima loa de apertura. 

De una u otra manera, directa o indirectamente, es el Rey quien «faze el libro», como se encarga de que quede perfectamente subrayado en la General Estoria: «El rey faze un libro non por quel él escriva con sus manos mas porque compone las razones d'él e las emienda et yegua e endereça e muestra la manera de cómo se deven fazer, e desí escrívelas qui él manda. Peró dezimos por esta razón que el rey faze el libro».

Una semilla

Pero su obra magna, el legado que dejó, la mejor semilla de futuro para España, Europa y todo el mundo, fue la puesta en marcha de la Escuela de Traductores de Toledo. Llamó a la capital del Tajo a sabios y lingüistas cristianos, judíos y musulmanes, y su labor alumbraría los siglos y devolvería el conocimiento perdido de las grandes civilizaciones antiguas. Aquel scriptorium real, como era conocido entonces. Su labor no fue otra que el rescate de los textos de los grandes autores griegos y romanos y traducir los textos árabes y hebreos al latín y, esto fue trascendental para nuestra lengua. Ello la convirtió ya en «lengua culta» y para remarcarlo añadió el hecho de que los textos de su Cancilleria, o sea, la crónica de su propio reinado, ya se escribió en castellano y no en latín, como se venía haciendo durante muchos años atrás.

Toledo, con toda la justicia del mundo, se llevó la fama, y fue donde se hizo la mayor y más señera labor. Pero no hay que olvidar que en Sevilla formó los Studiio, una escuela de latín y árabe, y en Murcia, de matemáticas, creó también centros similares, aunque de menor importancia. 

Y no puede dejarse sin destacar otro hecho trascendental. Nada menos que elevar al rango de Universidad los estudios de Salamanca (1254), convirtiéndola así en la primera universidad europea, y luego a la de Palencia (1263).

Carnales pasiones

La vida y peripecia del Alfonso X tiene también una buena carga legendaria. A veces como introductor de hábitos que ahora y en nuestros días alcanzan categorías de «creación artística», pues por tal se celebra ya la gastronomía. A él se atribuye la orden a mesones y ventas de Castilla de servir junto a la bebida algo de comida para acompañar el trago, que Cervantes bautizó con ironía como «llamativos de la se»» y Quevedo como «avisillos» y que ahora llamamos «tapas». O sea, que fue también precursor en esto que ahora se equipara a las mas altas cumbres creativas equiparándolo a la más alta obra pictórica y a sus autores al rango de genios de las artes. En nada tendremos, supongo, Nobel del ramo. Desde luego, el Sabio se mostraba de ello y su muy buen yantar, muy ufano, y así lo hizo constar él mismo y escrito de su propia mano en su cantiga:

«Hubo aquí reyes de mayor poder / en conquistar y en ganar tierras, / pero no quien tuviese mayor placer / en comer cuando le dan buen yantar... / pues gran gusto tuve de muy buen comer».

Las otras pasiones de la carne que le acompañaron también de por vida fueron las de las hermosas hembras. Antes de estar casarse con Violante de Aragón, hija de Jaime I el Conquistador y Violante de Hungría, con la que tuvo 11 hijos, aunque en principio estuvo a punto de repudiarla por infértil (un viaje a unas aguas termales de Alicante supuso la solución al problema) ya tenía algunos concebidos y una cierta lista de amantes entre las que sobresalió doña Mayor Guillén de Guzmán, I señora de Alcocer, Cifuentes, Viana de Mondéjar, Palazuelos, Salmerón y Valdeolivas, con quien tuvo una hija, Beatriz, que heredó las inmensas propiedades de su madre y acabó por ser reina portuguesa tras su boda con Alfonso III de Portugal. 

La relación de Alfonso X con doña Mayor se prolongó largos años a pesar de estar casado. Pero no fue la única, pues de otras amantes posteriores a su boda también nacieron hijos que fueron reconocidos y que, junto con los legítimos, casi alcanzan a la veintena.

Su casa y su gozo

En el corazón de Alfonso X el Sabio estuvo siempre Toledo, su casa y su gozo, pero también lo estuvo Sevilla, donde a la postre murió y quiso ser enterrado a los pies de su padre, Fernando III, y de su madre, Beatriz de Suabia. 

No falleció, precisamente, rodeado de sus hijos, pues al final de su vida solo la mayor, Berenguela, permanecía cerca, mientras que los otros, que aún vivían y junto con su madre, se habían pasado al bando de quien le sucedería, el quinto de la progenie y el segundo de los varones, Sancho IV el Bravo.