Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


La caja de Pandora

28/03/2022

Estamos viviendo días de auténtico frenesí, de sálvese quien pueda, como si también nosotros, como los desdichados ucranianos, tuviéramos los tanques rusos amenazándonos al otro lado de nuestra frontera. Ha bastado el estallido de la guerra de Ucrania para que el mundo parezca haber enloquecido, con lo que se demuestra una vez más la vulnerabilidad de nuestro entorno y de nuestra condición de vida. Es tan delicada su urdimbre que, basta que se desprenda una roca para que de inmediato se produzca un alud de considerables dimensiones que nada ni nadie son capaces de detener.
Una vez más, además, se hace patente ese miedo al que vengo aludiendo en mis artículos; un miedo que, desde el año 2000 parece haberse instalado entre nosotros y que constituye un excelente caldo de cultivo para que quien más quien menos viva angustiado y como preparado para salir de estampida al refugio más próximo.
Ese miedo se puede combatir, claro está, pero para poder hacerlo con un mínimo de garantías se precisa de cierta cohesión, de cierta inteligencia y de mucha previsión, justo lo contrario de lo que observamos hoy día en países como España, esencialmente insolidarios, faltos de paciencia, acostumbrados a vivir por encima de sus posibilidades (sin jamás mirar hacia atrás, hacia los que viven con lo puesto), y con unos gobernantes que tienen más de cigarra que de hormiga, que viven el día a día, incapaces de prever lo que les viene encima, y que rara vez no los voltea el toro.
Desde los años de la muerte de Franco se vio venir nuestra vulnerabilidad en materia energética, y no hacía falta tener demasiadas luces para ver que antes o después se iba a armar  'la de Dios es Cristo'. Aún recuerdo a los señores del PC tumbados en la carretera, haciendo cadenas humanas para impedir la construcción de centrales nucleares, en tanto que nuestros vecinos franceses seguían erre que erre. Y cómo olvidarse de la decidida apuesta de Zapatero por las energías limpias, aprovechando el espléndido sol y el viento de España, y el brutal frenazo a ese proceso por parte de Rajoy y la señora Cospedal, responsables, por más que sus acólitos del PP bramen hoy, del desaguisado. Las sucesivas crisis, coincidiendo con las guerras y conflictos bélicos, nos ponían de los nervios; pero, como ocurre con las sequías, después de la tempestad venía la calma, y así fuimos tirando mal que bien hasta este infausto año en que, posiblemente debido a la apuesta decidida de Bruselas por el coche eléctrico, empezaron los terribles y escandalosos vaivenes del precio de la luz. La amenaza era ya una realidad; y esa realidad se hizo carne y habitó entre nosotros desde el momento en que Putin desencadenó el horror contra Ucrania, iniciándose de modo paralelo a la guerra de exterminio de Ucrania, otra, solapada, la del petróleo y el gas, que, si no se le pone remedio, acabará haciendo estragos en la vieja Europa.
Insisto, los días que estamos viviendo en España, con un nerviosismo a flor de piel mientras, ante nuestras propias narices, el sátrapa ruso borra literalmente del mapa, como ocurriera con Cartago o con Numancia, a Mariúpol, en este caso a cañonazos, son dignos de análisis. Están ocurriendo cosas tan tremendas en tan corto margen de tiempo, que no hay forma de procesarlas. Aquí cada cual intenta como sea sacar tajada de un Gobierno débil, escindido, con ministros (no todos, a Dios gracias) escasamente preparados para la ingente tarea que han de afrontar, y con un presidente acostumbrado a vivir al día, a actuar de manera aleatoria, a cambiar demasiado a menudo de parecer, obrando, además, con una imprevisibilidad desconcertante, como hemos visto en ese giro copernicano en su política con el Magreb, vistiendo un santo para desnudar precisamente al que nos vende el gas, y actuando, además, con una nocturnidad impropia de un gobernante serio. C´est à désespérer, que decía De Gaulle, cabreado con Sartre. Todo puede ocurrir, en España y en el mundo, en las próximas semanas. Pero, por favor, conservemos la templanza ante esta locura colectiva. No tiremos por la borda lo hecho a costa de años de labor. Los problemas, uno a uno, por más que siga habiendo gente convencida de que 'cuanto peor, mejor'.