Suga, el líder fugaz

Agencias-SPC
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Eclipsado por su predecesor, el primer ministro japonés apenas ha permanecido un año en el cargo tras una polémica gestión de la pandemia que le ha desgastado antes de tiempo

El dirigente no participará en las primarias de su partido, el próximo día 29, y, por tanto, no se presentará a las elecciones legislativas de este año. / reuters - Foto: KYODO

Suceder al carismático Shinzo Abe, que estuvo al frente del Gobierno de Japón durante ocho exitosos años (2012-2020), no es una labor fácil. Y, de hecho, Yoshide Suga, que tomó las riendas del Ejecutivo nipón tras la sorpresiva renuncia de Abe por motivos de salud, no solo no ha podido continuar su senda, sino que dejará el cargo a finales de este mes todavía eclipsado por él tras un mandato de apenas 12 meses marcado por la pandemia y en el que nunca llegó a convencer a los japoneses.

Desde que tomó el testigo de Abe, el 16 de septiembre de 2020, el veterano político conservador ha visto caer paulatinamente su respaldo popular debido sobre todo a su gestión de la crisis sanitaria y a la celebración de los controvertidos Juegos Olímpicos de Tokio.

Y eso que Japón, aunque no haya sido un país modélico a la hora de enfrentar la pandemia, tampoco está entre los más castigados por el virus. Con una tasa de mortalidad acumulada de 0,52 por cada 100 casos, el país asiático mejora las cifras de Alemania, Francia o el Reino Unido, aunque se sitúa por detrás de Corea del Sur o Singapur.

Con una amplia trayectoria cimentada en amasar el poder en la sombra dentro su partido y respetado en el seno del mismo por su capacidad para solucionar -o enterrar- problemas, Suga ha mantenido siempre un bajo perfil público, hasta que fue elegido por Abe para sucederle.

Antes de convertirse en primer ministro ganando la carrera a otros rostros más conocidos del Partido Liberal Demócrata (PLD), la única imagen memorable que había dejado para el ciudadano medio fue cuando hizo públicos en abril de 2019 los caracteres de la palabra Reiwa, el nombre de la nueva era que, un mes después, inauguraría el emperador Naruhito tras la abdicación de su padre, Akihito.

Suga, de 72 años, había ejercido como ministro portavoz de Abe desde que el anterior primer ministro llegó al poder a finales de 2012, y a pesar de ese cargo con constante exposición mediática, nunca pareció cómodo ante los focos ni destacó por ser un gran comunicador.

Ese ha sido un hándicap clave de su mandato, el no haber sabido transmitir un mensaje claro sobre la situación de la pandemia en el país, sobre su plan para frenar los contagios o sobre la justificación para seguir adelante con los Juegos de Tokio en plena crisis sanitaria y ante la oposición de buena parte de la comunidad internacional.

Caída continuada

Suga tomó el testigo de Abe con un índice de popularidad cercano al 70 por ciento, un porcentaje labrado gracias a su imagen de líder para la gente corriente que ha ido cayendo de forma continuada conforme el país atravesaba olas cada vez mayores de contagios de COVID-19.

El apoyo de los nipones al primer ministro se ha situado en los últimos días por debajo del 30 por ciento, según varias encuestas, lo que se considera una línea roja que pone en cuestión la capacidad para ganar unas elecciones. Y ese le llevó a anunciar su renuncia a principios de mes, una dimisión que no por ser previsible dejó de sorprender por su rapidez en el tiempo.

A la fatiga de los ciudadanos se ha sumado la pérdida de apoyos dentro del PLD ante el deterioro constante que ha sufrido su imagen por la gestión de la pandemia. Una mezcla que llevó al primer ministro a decidir no presentarse como candidato a la reelección de líder de la formación -las primarias están fijadas para el próximo 29 de septiembre- y, por tanto, tampoco a aspirar a repetir como jefe del Ejecutivo de cara a las elecciones que se celebrarán, previsiblemente, en octubre, aunque el plazo permite que se puedan convocar hasta el 28 de noviembre-.

A diferencia de su predecesor, Suga no ha nombrado expresamente a un sustituto, dejando la puerta abierta a una lucha interna por el control del partido más longevo y poderoso de la Historia moderna de Japón, con más de seis décadas gobernando el archipiélago. Comienza, por tanto, una batalla fratricida por suceder a un mandatario gris y, sobre todo, fugaz, que inició, sin mucho éxito, la nueva etapa post Abe. Aunque, quién sabe, tal vez tenga que ser el propio ex primer ministro el que tenga que volver a ponerse al frente del partido y del país.