Fétido hedor a generales

Carlos Dávila
-

Sánchez tiene la obsesión de permanecer al precio que sea en La Moncloa y por eso tantea en qué momento le convendrá llamar a capítulo al electorado

El jefe del Ejecutivo teme que Núñez Feijóo se consolide y España constate que el gallego es un gestor capaz de sacar al país de la crisis. / efe - Foto: JUAN CARLOS HIDALGO

Desde luego que ni el sustantivo hedor ni el adjetivo fétido son vocablos que puedan aplicarse al episodio crucial de cualquier democracia sin tacha: las elecciones generales. Entonces, ¿por qué el cronista los utiliza y los lleva al titular? Verán: desde hace meses, antes de las pasadas Navidades, hemos venido anunciando en estos textos que en el cronograma que Sánchez ha ordenado construir a sus fieles (cada día menos, por cierto) para los próximos tiempos políticos se ha incluido siempre -escribo siempre- el adelanto de los comicios. No hace mucho que un antiguo colaborador del aún presidente, ahora mendicante en su resurrección como periodista de pesebre, le confesaba a un colega, no especialmente desafecto al régimen autocrático de Sánchez, que «unas elecciones siempre tienen que estar en nuestros pensamientos». Pues bien, aquí estamos: justamente en su pensamiento. 

La situación actual es esta: con la calle excitada e incendiada, con sus socios leninistas del Gobierno denunciando cada paso que su jefe ensaya, con el gas, la gasolina y la electricidad al alcance ya únicamente de los muy afortunados, con Sánchez organizando follones internacionales cada vez que pare una idea o se somete a cualquier sistema tiránico (Marruecos) y con toda su palestra de paniaguados del Frankenstein que, como su antiguo vicepresidente, Pablo Iglesias, no se fían ni un cuerno de su persona, pregúntense: ¿puede resistir este sujeto hasta comienzos de 2024, tal y como ha sido su intención desde que sentó en La Moncloa y durmió en el petate de lujo que se encargó su señora?

La respuesta es sí... pero no parece. Explicación: a él le da lo mismo cómo esté el patio. Él, en su inmensa egolatría patológica, se cree el agente del cambio en el panorama universal. Hace unas fechas, un analista de altura parodiaba un chiste de la época más gloriosa de Franco que, remedándolo, puede quedar así: se juntan Scholz, el alemán, Macron, el francés, Johnson, el británico, y Draghi, el italiano, y firman un documento conjunto con estas leyendas pariguales: «Olaf Scholz, enviado de Dios»; «Emmnuel Macron, el enviado de Dios soy yo»; «Boris Johnson, Él me ha enviado a mí»; y Draghi, más modesto: «Creo que tengo buenas relaciones con Él». Al escrito colectivo se cuela a última hora, después de propinar múltiples codazos, Sánchez Castejón y proclama ufano: «No creo haber enviado a nadie». 

Es justificable que este parangón resulte a los más cafeteros del sanchismo intolerable, inadecuado y hasta irreverente, pero consulten las dos hagiografías escritas por dos peloteros del individuo en cuestión y concluyan con que el relato se queda hasta corto. 

 

«Inconsistente»

A este respecto, hay que recordar la definición que sobre Sánchez hacía el fallecido Pérez Rubalcaba: «Es un inconsistente ensoberbecido». No hay más palabras para retratar a un personaje que tiene de sí mismo una opinión tan estrafalaria como esta: «He venido a modernizar el mundo». Como suena. Lo ha repetido en el Parlamento para afear los reproches de la oposición. Si este hombre creyera en algo, incluso en los Evangelios, podría afirmarse que toma al dedillo aquella sentencia del Crucificado: «Vino al mundo y ni los suyos le comprendieron». Así es el hombre.

Un tipo con la obsesión de permanecer al precio que sea y que por eso tantea ahora en qué momento de esta legislatura le convendrá cerrarla para llamar al capítulo electoral a los «insoportables electores» que así es como denomina la prócer Lastra a los votantes de toda condición. En este momento, a Sánchez le han comunicado que, pese a los esfuerzos lujuriosos de Tezanos desde el CIS y demás compañías subvencionadas, le está abandonando el desodorante. Puede hacer promesas que nadie cree, viajar por aquí, por acá, por acullá y por Dios sabe dónde para intentar que los europeos compren su mercancía averiada (ya se ve lo que ha pasado con su propuesta de contingentación de la energía). Puede volver al engaño con los nacionales para colocarnos su coche de segunda mano, ese que no usa desde que se aposentó en uno de sus palacetes: La Moncloa. Puede hacer todo, que nadie se tragará el sable. Sánchez puede estar convencido contra todas las luces de la razón de su pantagruélica fortaleza, pero la terca realidad es que, como declaró Miguel Induráin cuando se bajó de la bicicleta: «A partir de ahora solo puedo 'de empeorar'». 

 

Junto a las andaluzas

Por eso contempla sin ningún recato el adelanto de unas generales para hacerlas coincidir con las andaluzas. Se trata de encubrir el mal resultado que su candidato, un tal Espadas al que únicamente conocen en Andalucía en la Calle Sierpes y en los pueblos circunvecinos, pueda sufrir en las regionales. Es asimilar una elección a otra para confundir al electorado de los ERE corruptos e intentar devolverles lanarmente a su redil. De paso, cortaría la presumible ascensión de Feijóo que, en pocos días, sin todavía romperse o mancharse, se está perfilando como el probable nuevo presidente del Gobierno de España. No querría Sánchez, si esta previsión se cumple, convocarnos para tomar fuerzas y presentar un programa ilusionante que devuelva el ánimo a esta población harta de sus mentiras, latrocinios, rectificaciones, viajes a cuenta del consumidor y sus «Aló, presidente», ya literalmente insufribles. Teme además el individuo que Feijóo se consolide y España entera constate en él lo que realmente marca su trayectoria: un gestor eficaz, sin operaciones de marketing añadidas, y capaz de sacar al país de este marasmo a las que nos ha llevado la gobernación insensata, torpe y sectaria de un narcisista iluminado.

Estos comicios que prevemos serán presentados, en el caso de que se cumpla la profecía, como el refrendo a un tipo providencial que se opone al auge de la ultraderecha y que, después de sufrir años la política de confrontación y boicot por parte de sus socios leninistas, puede prescindir de la excrecencia de Podemos de que en muchos lugares de la gran Europa, por ejemplo, Alemania, estará directamente prohibida. En todo caso, no es imposible que la pirueta que adelantamos hace meses y que ahora refrendamos le salga por la culata, y este país que por fin se ha echado a la calle (y más que se va a echar) le pegue un papirotazo monumental y le devuelva a su doctorado falso que nunca debió subir a su biografía. ¿Se dan cuenta de que sus propósitos son todo un hedor fétido terminal? Pues eso.