Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Covid: dos años después

16/03/2022

Aquello cayó como una losa que, en principio, hasta tenía su veta humorística. Imágenes para el recuerdo: aquello del abastecimiento masivo de papel higiénico, el 'Resistiré' del Dúo Dinámico, los aplausos desde los balcones a los sanitarios, el ejército desinfectando calles en las ciudades, o los tractoristas en los pequeños pueblos de la España rural, la convivencia obligada en familia, como quizá antes no se había hecho, la gimnasia en la moqueta, los diarios que se escribieron, las canciones que se compusieron…La España del confinamiento fue una experiencia que marcará nuestra vida.
Y el drama brutal: los casi mil muertos al día, la masacre en unas residencias que fueron barcos que naufragaban a diario con la mayor parte de la tripulación a bordo, la desorientación total sobre cómo actuar para atajar la maldición, el paro forzoso de los españoles agarrados en el mejor de los casos a un ERTE, los negocios que cerraban por miles, el turismo hundido, los ancianos en la soledad de sus casas viviendo en el más absoluto desconcierto, las familias divididas por el límite infranqueable de una frontera autonómica. El confinamiento de la primavera de 2020 cayó sobre nuestras vidas como una experiencia extraña y sobrecogedora a la que, sin embargo, supimos sacarle, con mucho también de nuestro carácter nacional  ,el lado humorístico y enriquecedor
Por aquel entonces aún llamábamos al mal con el nombre de coronavirus, quizá dándole su verdadera dimensión atroz y antipática, antes de comenzar a familiarizarnos con el bicho, y hablar de olas, mutaciones y variantes, antes de llamarle Covid19, que parece como que suena mejor. Ahora, dos años después del toque de queda, el círculo parece cerrarse y volvemos a hablar de la gripe, de gripalizar, de mal menor y controlable, como quisimos pensar que sería en los primeros compases de 2020 cuando la desgracia nos parecía un asunto chino que, si acaso, nos tocaría a nosotros como una gripe leve y casi inofensiva. Pero ahora, después de tanto sufrimiento, sabemos distinguir entre deseos y realidad y queremos pensar que nuestro deseo gripalizador, ahora sí, será una realidad. La ciencia comienza a avalarnos afortunadamente.
Pero casi nadie piensa que la vida volverá a ser exactamente igual. Ucrania nos demuestra que definitivamente estamos en convulsión. De la  misma forma que nuestros abuelos dividían siempre su vida en un antes y un después de la guerra, la de 1936-1939, nosotros hablaremos a nuestros nietos de un antes y un después del Covid, porque la pandemia dejará muchas cosas trastocadas. Si lo miramos por el lado positivo, y hacemos caso a las más sesudas proyecciones de futuro, a partir de ahora mejorará, por ejemplo, la calidad del aire en los espacios interiores, fuente de tantos contagio; los hoteles y establecimientos de hostería, ya de una gran calidad en España, serán aún más higiénicos, aunque con tanta medida profiláctica se pierda algo el gusto por la barra de bar; el sistema sanitario saldrá reforzado, aunque todavía estamos esperando un gran plan de inversiones nacional; la investigación en vacunas llegará a su máximo histórico, aunque aún buena parte del planeta esté sin vacunar. Habrá un antes y un después y finalmente cada uno sacará sus conclusiones, si fue mejor antes o después, aunque como siempre habrá matices y posiciones intermedias
La primavera de 2020, aquel mitad de marzo que ahora recordamos, nos pilló con el pie cambiado. Y sí, llegamos a convertir nuestro hogar en una botella transparente de la que no podíamos salir pero que nos permitía dejarnos ver, en las redes sociales, en videoconferencias, en la facilidad de la comunicación con la que hoy uno intercambia sus cosas y sueña convertirse a fuerza de Like en un líder de opinión. Afloraron por entonces miles de aventureros digitales con sus recetas y sus pronósticos, con sus consuelos y sus consejos. En el fondo, fue el acompañamiento de una situación extraña y sobrevenida que puso de manifiesto, ya de forma irreversible, que la vida ha cambiado tanto que ni siquiera en un encierro masivo y generalizado como aquel es posible, salvo casos de extremada fuerza de voluntad, estar en soledad. Los ermitaños lo tienen cada vez más complicado. Los más mayores, menos apegados a los artilugios tecnológicos, fueron los más castigados y los que vivieron la desgracia a la antigua usanza. Todos los homenajes hacia ellos serán escasos.