¿Se puede luchar contra la sequía?

M.H. (SPC)
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Aunque en el campo el cielo manda, es posible plantar cara a la falta de agua antes de que se produzca empleando variedades vegetales más resistentes a este fenómeno para salvar cosechas

¿Se puede luchar contra la sequía? - Foto: Reyes Martínez

Este año no pinta bien para los agricultores en la mayor parte de España. No hay grandes acumulaciones de nieve en las cordilleras y la lluvia no está haciendo su labor. Aunque parece que la previsión es moderadamente optimista para los próximos días, sobre todo en la parte sur del país -donde más necesitados están-, el agua que pueda caer no va a deshacer el daño que ya han sufrido los cultivos, sobre todo el cereal de secano. Y los profesionales dedicados al regadío tampoco tienen buenas expectativas dado el estado de los pantanos que habrán de abastecerles en los meses de más calor.

La sequía no se puede evitar. Si el cielo no quiere, no hay manera de que vengan las lluvias. Así que no queda más remedio que aprender a lidiar con este fenómeno que, por lo que dicen los expertos, será cada vez más común, sobre todo en los países mediterráneos, debido al cambio climático.

Javier Álvarez es ingeniero de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (ANOVE), que aglutina a todas aquellas empresas que se dedican a conseguir nuevas variedades de plantas con caracteres específicos para hacer frente a los problemas que amenazan a los cultivos. Cuenta que, desde hace muchos años, se han dedicado muchos recursos a aumentar la producción. Espigas más numerosas, con granos mas abundantes y de mayor tamaño. También se ha trabajado para disponer de tipos de semilla que sean más resistentes a las enfermedades, lo cual, además de proteger la cosecha reduce la necesidad de usar fungicidas y otros productos químicos.

Pero en los últimos tiempos el principal reto de los obtentores vegetales es el de hacer frente al cambio climático y las consecuencias que acarrea a la agricultura. Álvarez explica que esta alteración es un nuevo escenario que llega para quedarse, por lo que la agricultura ha de adaptarse para poder seguir abasteciendo de alimentos al mundo. Las sequías aumentarán en intensidad y duración y el campo ha de estar preparado para poder seguir produciendo.

Pero la obtención de variedades no es sencilla. Desde que se comienza con el trabajo para crear una nueva hasta que está disponible para los agricultores pueden pasar diez o doce años, por lo que hay que hacer una importante labor predictiva que no siempre es sencilla. Es necesario prever los problemas que va a tener el campo en el futuro para que cuando lleguen ya haya soluciones.

La única herramienta.

Javier Álvarez dice que la mejora genética es la única herramienta de la que disponen los agricultores para hacer frente a las sequías. «De momento no es posible hacer que llueva cuando queremos, así que lo adecuado es sembrar semillas que den plantas menos frágiles ante la escasez de lluvias», explica. Y esta es una labor que no comenzó ayer, sino que lleva ya muchos años en la cabeza de los obtentores.

Actualmente, el mayor desafío que hay que solucionar es salvar el periodo más crítico que tienen los cereales, que son las tres semanas durante las cuales se forma el grano en la espiga. Se trabaja para acortar ese lapso de tiempo y para que en esos días la planta sea capaz de soportar condiciones más extremas de sequía y calor, que son las que pueden dar al traste con la cosecha.

Se cultivan semillas en circunstancias más severas de lo normal en cuanto a falta de agua y temperatura y se comprueba cuáles de las plantas se comportan mejor de forma natural. A partir de ahí se identifican en el laboratorio los caracteres que han posibilitado ese mejor comportamiento y se intentan potenciar en las siguientes generaciones hasta que por fin se consigue esa nueva variedad que produce más y mejor en años de sequía.

Álvarez expone que actualmente, en años secos, hay semillas que rinden lo suficiente como para salvar la cosecha, o al menos como para que no sea un desastre, pero no le cabe la menor duda de que las semillas que se empleaban hace tres o cuatro décadas se habrían comportado de manera muy distinta en las mismas circunstancias, brindando producciones mucho más escasas.

Ventura González es agricultor de secano en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres y le da la razón a Álvarez. Habla de los años 2017 y 2019, en los que la falta de lluvias también afectó al cereal. «Se salvó algo por las variedades de las que disponíamos», dice. «Con las semillas de hace treinta años habría sido ruinoso».

Sin embargo lamenta que no haya más inversión en España en este campo. Las nuevas variedades, según comenta, se obtienen en ensayos que se practican en otros países (Alemania, Francia…), con lo que las semillas que surgen están perfectamente adaptadas a las condiciones de la zona en la que se crean, pero empeoran su comportamiento cuando se usan en España, con suelos y climas diferentes. También se queja de que los tiempos que impone la administración para poder poner las semillas en el mercado son demasiado largos.

En cualquier caso, la mejora genética es una realidad y una buena parte de la producción de los agricultores se obtiene gracias a esta herramienta. Los obtentores trabajan para que los profesionales del campo estén contentos y puedan continuar con su actividad. En primer lugar porque es necesario producir alimentos en cantidad y calidad suficientes; y en segundo porque, con una visión más egoísta pero sin duda lógica, los labradores son sus clientes y dependen de ellos para poder continuar con sus propias empresas obtentoras.

Álvarez hace hincapié en que los derechos que se pagan todos los años por usar esas semillas no son cuestión de un capricho, sino que son imprescindibles para que se pueda seguir investigando y en un futuro existan semillas que hagan frente a los nuevos retos que traigan el clima o las enfermedades. Se camina hacia variedades más plásticas, con ciclos más cortos y precoces, más adaptables a esos fenómenos extremos que parece que van a aumentar con el cambio climático. Y siempre pensando en el futuro, porque son conscientes de que la semilla de hoy quizá no sirva dentro de unos lustros.