El mentidero político

Pilar Cernuda
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La tensión se palpa en este inicio del curso, con un Sánchez que exige lealtad pero prescinde de algunos 'intocables' en el Gobierno y Casado poniendo contra las cuerdas a Almeida en la pugna con Ayuso por dirigir el PP de Madrid

En el ‘sanchismo’ ha aparecido una cierta inquietud que algún colaborador del presidente socialista se atreve a confesar: nadie se siente seguro en su puesto. - Foto: EFE

El curso político se ha iniciado hace apenas 15 días y ya está el mentidero plagado de noticias que se difunden a velocidad de vértigo, como ocurre cuando hay tensiones importantes entre el Ejecutivo y la oposición, entre Gobierno y Gobierno, entre miembros de un mismo partido o en el mundo independentista catalán, donde tiran con bala unos y otros preparando la Diada de ayer, a donde llegaron con las espaldas en alto ERC y Junts.

Un miembro destacado del PP cuenta que Iván Redondo está ofreciendo sus servicios a un partido que conoce bien, pues en tiempos asesoró a Basagoiti, Albiol y Monago. No explica si el ex brazo derecho de Pedro Sánchez ha iniciado un acercamiento o lo ha hecho alguien en su nombre tratando de tantear el terreno. Habrá que esperar, pero cuando Redondo fue sorprendentemente cesado -él siempre dijo que fue a petición propia y tras mucho insistir- se contó que tenía el ojo puesto en Latinoamérica, donde siempre hay algún país que celebra elecciones presidenciales, legislativas o municipales y, por tanto, candidatos y jefes que necesitan asesoramiento.

El cese de Redondo antes de verano ha provocado un mar de sentimientos encontrados en los seguidores del presidente de Gobierno. En el sanchismo -que no en el PSOE porque el partido es otra cosa- la lealtad al líder no está en cuestión, pero ha aparecido una cierta inquietud que algún colaborador del mandatario se atreve a confesar: nadie se siente seguro en su puesto. Pedro Sánchez exige incondicionalidad, pero él no es incondicional a nadie. La prueba es que en la remodelación de su Gobierno prescindió de tres personas a las que universalmente se consideraban intocables: Carmen Calvo, José Luis Ábalos e Iván Redondo. 

Ábalos ha declarado esta semana que no ha vuelto a hablar con el presidente desde que le echó del Ejecutivo y de la Secretaría de Organización del partido, aunque a lo mejor fue él quien decidió abandonar el cargo porque ya no sentía la confianza de su jefe de filas. En cualquier caso, las declaraciones de ahora, duras por lo que significan, dan credibilidad a algo que se publicó este verano: que cuando Sánchez comunicó a su ex número tres que iba a ser relevado como ministro de Fomento, el mandatario le dijo algo así como que él, Ábalos, sabía por qué tomaba esa decisión. La rumorología sigue disparada desde entonces.

Tampoco está muy fino Pablo Casado. Lanzar el nombre de José Luis Martínez Almeida cuando le piden opinión sobre la candidatura de Díaz Ayuso a la Presidencia del PP madrileño. Aparte de colocar en una situación delicada al alcalde, que desconocía que su líder iba a hacer el anuncio, provoca tensiones entre Casado y Ayuso y entre Almeida y Ayuso. No es difícil adivinar quién va a salir mejor parado de esa situación. Porque Ayuso ganó las elecciones del PP madrileño con la gorra, aunque se presentara como rival el propio Casado, y porque se afianza la idea de que el palentino no acaba de encontrar su sitio. Algunas de sus iniciativas como líder de la oposición favorecen a Sánchez más que le perjudican y, además, sigue abriendo frentes en su partido, que estaría más pacificado si no fuera por las grietas que abren Casado y Egea.

 

Convención popular

La Convención del PP se va a prolongar durante siete días, en distintas ciudades, para cerrar con apoteosis en la plaza de toros de Valencia. ¿Habrá efectivamente apoteosis? Siete días son muchos días, con toda seguridad se llegará a la clausura con hartazgo de declaraciones y gestos, y con menos titulares de los necesarios. Lo breve, si bueno, dos veces bueno.

Los veteranos del PSOE y PP se están portando de forma heroica ante los desaciertos de los respectivos líderes de sus partidos. Habría que pagar por escuchar lo que se habló en el almuerzo que mantuvieron Rajoy, Soraya, Báñez, Méndez de Vigo y Ayllón, entre otros, días atrás. Habían quedado antes del verano, pero Rajoy decidió que fuera en una terraza y a la vista de todo el mundo. A nadie se le escapa que quería demostrar urbi et orbi que su vicepresidenta estaba viva y bien viva. Ese día se había publicado su muerte, y la noticia le llegó a ella cuando estaba en una reunión telemática con gente de su despacho, que se quedaron con los ojos a cuadros, y ella misma también, cuando alguien telefoneó para decir que la daban por muerta. 

González y Rajoy

Se habla mucho de la diferencia entre los políticos de antaño y los actuales, falta rigor, experiencia y profesionalidad; pero se menciona poco que también falta rigor, experiencia y profesionalidad en algunas figuras del periodismo actual, que no cumplen con la primera regla: confirmar una noticia. Si a eso se une el daño de las redes sociales mal utilizadas, se completa el círculo de la insensatez.

El año pasado se celebró un mano a mano entre Felipe González y Mariano Rajoy, debate que entusiasmó y se ha decidido repetir en esta edición. El entusiasmo se debió al fondo y a la forma, la contundencia y seguridad, con la que expusieron sus argumentos, que defendían con conocimiento de causa. Entusiasmó por igual el trato que se dispensaban uno al otro, el respeto con el que escuchaban al adversario y cómo rebatían o apoyaban sus ideas. No parece posible que ese tipo de debate se produzca hoy entre dos primeras fila de partidos distintos. 

El único consuelo es que tampoco hay dirigentes de primerísima magnitud en otros países. Se retira Merkel y ni Laschet ni Scholz tienen, ni de lejos, su experiencia ni sabiduría. En Italia, Mario Draghi preside un Gobierno de concentración. Con éxito, porque llegó a primer ministro sabido de casa, había sido presidente del Banco de Italia y presidente del Banco Central Europeo. El cargo institucional más importante del presidente español ha sido concejal de la oposición del Ayuntamiento de Madrid y diputado. El de Casado, diputado. Todo eso, se nota cuando llegan a lo más alto: les falta poso.

En el PSOE miran de reojo a Yolanda Díaz. Algún que otro dirigente cree que la vicepresidenta acabará en las filas socialistas, aunque otros afirman que, por el contrario, su aspiración es convertirse en la principal líder de la izquierda y aguantará junto a Sánchez, en el Gobierno de coalición, hasta el último momento. Mientras tanto, se irá colocando medallas. La última, presentarse en Barcelona el día que se anuncia que el Gobierno retira el dinero que destinaba para la ampliación del Prat. Yolanda dio a entender que esa decisión se debía a ella misma. Parece que deja hacer a Belarra y Montero, pero Yolanda Díaz no da puntada sin hilo.