Con sensibilidad especial

Antonio Herraiz
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Es el jefe de sección de Radiología de Mama del Hospital Ramón y Cajal y su equipo es el primer elemento de cribado de una enfermedad que afecta a una de cada ocho mujeres. Sus orígenes se sitúan en Yunquera de Henares, el pueblo de su madre

Con sensibilidad especial

En su primera carta de presentación que nos hace, Miguel Chiva omite hablar de él: «Durante muchos años he llevado con orgullo que me conocieran por ser hijo del doctor Luis Chiva y ahora presumo de ser hermano de uno de los ginecólogos más destacados del mundo en la investigación del cáncer de ovarios, que se llama como mi padre». Mezcla humildad y modestia, porque su trayectoria como médico cuenta con una hoja de servicio con galones más que suficientes. Lleva 25 años en la sanidad pública y otros tantos en la privada. Es el jefe de sección de Radiología de Mama del Hospital Universitario Ramón y Cajal y trabaja también en el Ruber Internacional, lo que implica una capacidad de sacrificio que aprendió en casa. «Mi padre estuvo muchos años en el Gregorio Marañón y después pasaba consulta en casa. Para sacar adelante a nueve hijos había que trabajar muy duro y la mayoría de los días apenas le veíamos, porque su jornada se alargaba hasta las dos o las tres de la madrugada». 

Con el doctor Miguel Chiva quedamos en la unidad de Radiología del Ramón y Cajal. Es la víspera del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, una enfermedad que afecta a una de cada ocho mujeres y cuya primera arma de combate son los médicos encargados de realizar un diagnóstico precoz. La Sociedad Española de Oncología Médica estima que, a lo largo de este año, afectará a 34.750 mujeres en España. A la gravedad del dato le acompaña un halo de esperanza: «Los peores casos de cáncer de mama se curan en un 85% y en los menos malignos superan el 90%». Y el doctor Chiva añade otra cifra que confirma la necesidad -convertida casi en obligación- de no saltarse las revisiones periódicas. «De cada 1.000 mamografías en mujeres asintomáticas, 993 son normales y no tienen cáncer». En ese primer cribado, los radiólogos juegan un papel esencial, interpretando cualquier anomalía que hayan detectado en la mamografía. 

Miguel Chiva es testigo de la rápida evolución que ha experimentado la radiología de mama. De un análisis convencional y analógico a procesos completamente digitalizados que les permiten almacenar y comparar datos de forma más sencilla e incluso informar de mamografías realizadas en cualquier parte del mundo. Procesos que se han ido perfeccionando y completando con tres técnicas fundamentales: la mamografía tradicional, por contraste y la tomosíntesis, que es una prueba tridimensional. A estos avances hay que sumar los nuevos aportes de la inteligencia artificial, que se ha convertido en una gran aliada de los radiólogos en el cribado del cáncer de mama. «Estos análisis precisos nos permiten intervenir más en el proceso. Además de ver la imagen e interpretarla, después de la biopsia podemos acceder al tumor y, si tiene un tamaño muy pequeño, podemos llevárnoslo entero». Este es el escenario ideal: un tumor de menos de un centímetro, que se retira con el resultado de ganglio negativo y que abre la posibilidad a que ni siquiera haya que operar en el futuro. 

Los radiólogos de mama tienen que tener una sensibilidad añadida en el trato con el paciente. «Cuando me decanté por la radiología, lo que menos me atraía era el poco contacto con el paciente. Analizas sus placas, pero no le ves. Los de mama somos atípicos. Tenemos una relación muy directa con ellos y nos conocen por nombres y apellidos». Esto implica un tacto especial, fundamentalmente cuando comprueban la presencia de algún elemento maligno en la mama. «Es un momento comprometido en el que, lógicamente, las mujeres te hacen muchas preguntas. Sin mentir, hay que utilizar las palabras adecuadas». Cuando detectan cualquier indicio de tumor, la tendencia es realizar la mamografía, la ecografía y la biopsia en el mismo día. 

Cuando estamos terminando la conversación, después de un buen rato hablando de cáncer de mama, de medicina en general y de sus antecedentes en la profesión   -su abuelo fue médico de familia y un bisabuelo veterinario-, Miguel Chiva me corta: «¿No vamos a comentar nada de Yunquera?». Es el pueblo de su madre, donde se sitúa buena parte de su infancia y adolescencia y «donde vuelvo mucho menos de lo que me gustaría. A mí, Yunquera me daba la vida. La bici, mis amigos, mis primos, el aire libre…». Me cuenta que sus orígenes maternos se reparten también entre Hita y Torre del Burgo y pronto establecemos relaciones comunes en varios puntos de la provincia. Los Chiva de Agustín son una saga muy amplia. A los nueve hijos que tuvieron Luis y Purificación se han ido sumando hasta 40 nietos, entre los que hay una decena de médicos, algunos ya consolidados y otros todavía en proyecto. Vocación, capacidad de servicio a los demás y auténticos referentes de la medicina no les faltan en la familia.