Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


Los muebles de Sánchez

23/06/2022

La coherencia implica una relación lógica entre las diferentes partes de una afirmación o entre las diferentes afirmaciones o posturas de un discurso. La coherencia tiene que ver con el modo en que cada uno se maneja en la vida, con el hecho de actuar de manera lógica y honesta con las propias creencias, o de modo confuso o ambiguo.
¡Fuerza!, le dice en un tweet el ministro de Consumo, Alberto Garzón, a Mónica Oltra, exvicepresidenta de la Comunidad Valenciana, después de manifestar que esta pobre «víctima de la persecución ultra y del uso ilegítimo de la justicia para atacar a dirigentes políticos incómodos para las elites», ha actuado responsablemente para salvar a su partido. Y de la misma guisa la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, que también ha elogiado a Oltra por su compromiso, su trayectoria y su valentía al tomar una decisión responsable en un momento difícil. Como Mónica García, portavoz de Más Madrid, que le envía «un abrazo grande», o como la ministra de Igualdad, Irene Montero, deseándole «que reciba el agradecimiento y cuidado colectivo por esta decisión».
Desde el punto de vista de la coherencia y la honestidad, los mensajes lanzados por los mencionados paladines habituales de la igualdad, por poner un claro ejemplo, deberían producir repugnancia vomitiva en cualquier observador objetivo, sin matiz o distinción sectaria alguna ajustada a la militancia o afinidad de cada uno. La honestidad, la seriedad y la credibilidad desinteresada de cualquier planteamiento político, y sobre todo de cualquier queja o protesta digna de ser atendida, se mide inexorablemente por el grado de coherencia y objetividad a la hora de elegir a tal o cual destinatario objeto de reproche. Cuando se tiene un criterio formado en principios sinceros e incondicionales, consolidados mediante el conocimiento y la experiencia, nuestro comportamiento ético consiste en ser coherente con ellos.
Es exactamente lo contrario a lo que ocurre en el caso Oltra, imputada por tres presuntos delitos al servirse de su cargo público para intentar encubrir los abusos sexuales cometidos por su exmarido contra una niña de 14 años, acogida en un centro de menores bajo su responsabilidad política. En este caso la niña abusada no importa, no existe, y cada uno observa la gravedad, la verosimilitud y el grado de inaceptabilidad, determinado exclusivamente por el color de su cuerda política.
El asco que nos produce el caso Oltra y la comparsa de cuentistas que la apoyan, nos remonta a la noche electoral andaluza, donde los medios afectos perdían el culo por justificar la debacle socialista sobre la base de una infinidad de causas ajenas todas a Sánchez y a los socios de Sánchez. «Ha salvado los muebles», decían.
Se referían, sin duda, a los muebles viejos que quemaremos hoy mismo en el fuego purificador y renovador de las hogueras de la Noche de San Juan.