El encaje de bolillos aúna terapia, arte y tradición

Beatriz Palancar Ruiz
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La asociación cultural El Alamín organiza el Encuentro Nacional de Encajeras de Bolillos 'Ciudad de Guadalajara' en el que se dieron cita 300 personas que llegaron desde distintos puntos del país

El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín. - Foto: Javier Pozo

El repicar de la madera cuando cae un bolillo sobre otro es uno de los sonidos más relajantes para los sentidos. Si además, uno tiene la suerte de poder contemplar ese movimiento suave de las manos deslizando los palos de madera entre las manos, es fácil quedar hipnotizado por una tarea constante, llena de cuidado, que necesita un mapa en forma de dibujo con puntos y que está rodeada de ese halo embriagador que tiene la tradición. Es el arte de los bolillos que engancha a quien lo prueba y que hace pocos días reunía en Guadalajara a 300 encajeras en el parque de La Concordia.

La asociación cultural de El Alamín es la encargada de organizar cada año este Encuentro Nacional de Encajeras de Bolillos Ciudad de Guadalajara que regresaba tras dos años de pandemia y que, por culpa del Covid, ha tenido que conformarse con celebrar su mayoría de edad, 18 años, ya que su primera edición se remonta al año 2002.

Hasta la ciudad llegaron encajeras procedentes de Barcelona, Ávila, Soria, Pamplona, Cuenca, Toledo, Ciudad Real, Albacete, muchas poblaciones de Madrid, Cáceres. Faltaron Jaén y Valencia por contagio, pero gracias a la lista de espera se pudieron cubrir esos huecos hasta completar el cupo máximo que se había establecido la asociación de 300 personas. «Nos llamaron de Huesca y Zaragoza pero se tuvieron que quedar en lista de espera. En febrero, ya estaba todo ocupado», asegura Margarita  Martínez Solano, presidenta de la Asociación Cultural de El Alamín desde 2008, que reconoce que «ha sido un encuentro muy emotivo. Ver que había gente que ya no estaba porque el Covid se las ha llevado, ha sido duro. Yo soy superviviente de la segunda ola, estuve muy malita en el Hospital, y les decía a todos que, retomar tras dos años de parón, hay que vivir y aprovechar cada segundo con las cosas que nos gustan y con todo lo positivo es fundamental. El encuentro lo dedicamos a todos los que faltaban».

El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín.El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín. - Foto: Javier PozoEste encuentro a nivel nacional es posible gracias a que esta asociación cultural mantiene viva la tradición de tejer con bolillos. «Es un arte y una tradición. Para mí, es una forma cultural de transmitir el sentimiento», destaca Margarita.

Cada semana, hasta el Centro Social de El Alamín acude una docena de personas para realizar labores, muchas de ellas, encaje de bolillos. Provienen del barrio, otros puntos de la ciudad o de localidades cercanas con el fin de disfrutar de una tarde de conversación. 

Rosa María Grande empezó de una manera casual, animada por una amiga, hace cinco años y reconoce que, para ella, es el mejor entretenimiento que ha encontrado: «Nunca jamás había hecho labores. Me lo propuso una amiga mía, de una manera muy simple y muy boba, pero empecé y ahora no los dejo. Como me sobra tiempo, es una forma de estar ocupada», relata mientras desliza sus bolillos para confeccionar una cortina para su casa del pueblo. «No suelo hacer labores para casa, más bien bolsos, chales, ahora he hecho un entredós para una cortina de un cuarto de estar, pero cosas puntuales».

El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín.El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín. - Foto: Javier PozoEn el grupo, hay personas con más experiencia, como Cristina Pérez, que lleva 35 años haciendo bolillos y está encantada de haber podido seguir los pasos de su abuela. «Nací en Robledillo. Yo vi a mi abuela Cristina de chiquitita que movía unos palos. Mi abuela murió y no volví a ver a nadie hacer bolillos pero el recuerdo se me quedó grabado. Cuando mis hijos ya fueron algo mayores, busqué dónde aprender a hacer bolillos. Me enganchó. Te relaja muchísimo. Hasta sueño con ellos. Me he quedado haciendo bolillos hasta las cuatro de la mañana», relata mientras lee el dibujo en el que está plasmado un pañuelo. «He hecho fulares, entredós de toallas o de sábanas, puntillas para una cortina, bolsos, chales. Yo tengo el pasillo llenos de cuadros. Todo lo que se te ocurra, teniendo la plantilla, se puede hacer», asegura Cristina con gran entusiasmo.

A su lado, está Gloria Villaverde que se estrena en el grupo de El Alamín procedente del barrio de La Amistad. Lleva desde 2008 haciendo bolillos y, para ella, son los mejores aliados para combatir la soledad: «Me lio a hacer bolillos y se me pasa el tiempo rápido. Cuando empecé, me daban las dos de la mañana . Tengo que estar haciendo punto, bolillos, algo de coser para entretenerme».

A la cabeza de todas ellas, aunque asegura que es una más dentro del grupo, está María del Pilar Solano como profesora, una ocupación que realiza de manera altruista desde hace ocho años y a la que anima a participar a más personas: «Ojalá nos dejaran más días en el centro social. Hay mucho tiempo aquí pero no nos aburrimos. Aquí, se hace de todo. Si vienen, no se morían, ni de pena ni de nada. Es un entretenimiento y un vicio. Te lías, te lías y no sabes dejarlo», unas palabras que corroboran todas las alumnas que, mantienen, que para mover con soltura los bolillos es necesario invertir, al menos, un año en su aprendizaje.

El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín.El grupo de costura y reciclado se reúne cada miércoles, de octubre a mayo, durante toda la tarde, en una de las salas del Centro Social situado en el barrio de El Alamín. - Foto: Javier Pozorelevo. Es fácil asustarse cuando uno contempla detenidamente cómo teje su labor una encajera. Solo se ve un sinfín de alfileres pinchados sobre una plantilla y varios grupos de palos de bolillos separados con gomas sujetos con grandes alfileres. Sin embargo, las que saben, aquellas que llevan muchas horas de costura a sus espaldas, aseguran que no hay que tener miedo a empezar con esta labor.

«Solo hay que saber leer el dibujo», dice Rosa María. 

«Tenemos una plantilla que te va diciendo por dónde tienes que ir, teniendo idea, claro. Antes, tienes que aprender. Para cogerlo con ganas, un año por lo menos», asegura Cristina que anima a todas las personas que tengan curiosidad por este arte a «que vengan a clases. Las más jóvenes tendrían que inclinarse por alguna labor porque esto es muy bonito. He probado muchas cosas pero esto es lo más bonito para mí».

Por su parte, Margarita también reconoce que a los más jóvenes «les echa mucho para atrás ver tanto alfiler y tanto palillo. Asusta un poco. La gente mayor está más dispuesta, pero hay un sector de gente joven que está introduciéndose. Lo hemos visto en el encuentro. Han venido tres generaciones. Asusta pero es cuestión de ponerse», reconoce la presidenta de la asociación cultural que destaca la visión de los pocos materiales que componen el encaje: «Deslizar los bolillos con suavidad y el movimiento es una belleza, y el repicar de los bolillos me encanta», valora Margarita.

Para todo aquel que quiera adentrarse en este mundo tiene la oportunidad de hacerlo en el grupo de costura y reciclado del Centro Cultural de El Alamín, que está abierto a toda la ciudadanía de Guadalajara y alrededores. El próximo curso tienen intención de recuperar su merienda, café y pastas, ya que no se atrevieron en octubre, a su vuelta a las aulas tras el confinamiento. «Empezamos con mucho miedo. Ventilando todo, limpiando cada silla. No ha habido ningún contagio», dice aliviada Margarita, que anima a la participación para que exista el relevo generacional entre las encajeras.