María Antonia Velasco

María Antonia Velasco


¿Qué lee el Doncel de Sigüenza?

22/11/2021

Una pregunta que nos hacemos ante la figura del Doncel de Sigüenza en su extraordinario y famoso monumento funerario con un libro abierto en sus manos es ¿qué estará leyendo?
Martín Vázquez de Arce era hijo de un consejero del cardenal Pedro González de Mendoza, donde Martín se convirtió en Paje del primer duque del Infantado y su familia estaba compuesta por hidalgos o caballeros, que es a lo que se infiere de su tratamiento como «Doncel». Hago esta presentación para mostrar su familiaridad con la cultura.
Cuando el Doncel leía, habría de hacerlo sobre un manuscrito, posiblemente sobre pergamino por la rareza aún del papel. En España eran muy raras las impresiones a finales del siglo XV. La primera obra realizada por la imprenta española fue el Sinodal de Aguilafuente, en la ciudad de Segovia cuando nuestro Doncel era un niño.
Situado en el ambiente sagrado de la catedral y en el tránsito severo desde la muerte a la eternidad, pienso que lo que lee el Doncel ha de ser un libro de oraciones. Su formato en octavo es propio del devocionario que se lleva en la mano. Este Libro de Horas --pues atendía a las horas canónicas de rezo que iban desde los maitines a las completas-- contenía un conjunto de oraciones, himnos, salmos y reflexiones. A veces dudo si las pupilas del Doncel están ligeramente dirigidas por encima del libro como si alternase la meditación con la lectura de lo que en él se contiene.
Siendo de una familia culta y fascinado por la astronomía, es posible que estuviera leyendo sobre el sistema heliocéntrico de Copérnico, o el descubrimiento de las lunas de Júpiter y los avances en la observación por el progreso en los nuevos instrumentos entre ellos el telescopio. La matemática y la geometría no habrían de resultarle extrañas.
¿Pudiera ser un compendio de filosofía? ¿Tendría en sus manos un tratado de Guillermo de Ockham o de su profesor Duns Scoto? Ambos pondrían en esa época la base al método científico como un pilar de la ciencia.
Es más que probable que fuera un libro de la Gaya Ciencia, es decir de la poesía. En la casa paterna tendría a mano las Cantigas de Santa María del rey Sabio, el gozoso Libro de buen amor del Arcipreste Juan Ruiz, las sátiras que estaban circulando de Pedro López de Ayala, agudo cronista de los reyes Pedro I, Enrique de Trastamara y Juan I de Castilla, los libros del Arcipreste de Talavera que tanto trataba de la vida de los santos como en su Corbacho donde habla «de los vicios de las malas mujeres y complexiones de los hombres». También habría de disfrutar con los poemas amorosos y también satíricos de su contemporáneo Juan de Mena.
Pero entre todos los autores habría de sentirse identificado con Jorge Manrique, con el que compartió la nobleza de ser un poeta soldado. Manrique escribió las maravillosas Coplas a la muerte de su padre y murió combatiendo frente al castillo de Garcimuñoz como Martín en la Acequia Gorda de Granada.
¿O leería un libro de guisados como el de Ruperto de Nola? En tal caso estaría convocando a las estrellas que pasados los Siglos vendrían a repartir Michelin a los dos magos cocineros de Sigüenza