Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


El arcángel de Sigüenza

05/10/2021

Sigüenza es una ciudad cargada de significados, porque. cada uno de sus visitantes y cronistas le ha ido añadiendo un trozo de fantasía y ahora Sigüenza es una ciudad ideal. También intemporal porque el pasado está siempre insinuado en el presente y la vida cotidiana está marcada por el peso de la historia, lo que hace exclamar a la escritora María Antonia Velasco, que no en vano es hija del lugar: «es difícil tener un pasado tan largo y denso y vivir solamente en el presente». Quizás por eso los seguntinos son gente un tanto irreal que tiene una alegría escéptica ante la vida.
La luz, la transparencia del aire, conmueve al visitante. Pascual Madoz, dice en su Diccionario, que le atrae su: «cielo alegre». Y Ortega y Gasset al entrar en Sigüenza habla de «una mañana limpia» y la nota impregnada de una tonalidad rosada.
Sigüenza tiene el privilegio, compartido con Burgo de Osma, Seo de Urgel, Astorga, Barbastro, Plasencia… de ser sedes episcopales sin ser capitales de provincia, o sea que disfrutan de ser un centro espiritual sin cargar con el fardo de ser un centro administrativo.
La religión es como un desafuero, una actitud ante lo maravilloso por la que podemos tocar a Dios. Entro en las capillas oscuras y me conforto porque el misterio es lo que ambienta el hecho religioso. Huyendo del modo administrativo de la Iglesia actual que se alberga en almacenes y garajes, aquí se palpa la solemnidad de la antigua liturgia.
Sigüenza está llena de iglesias y de bares para socorrer a sus fieles. Porque tanto embriaga la oración que nos hace tocar lo imaginario, como la bebida que nos libra de la consternación que causa lo cierto.
Decir Sigüenza es nombrar a su Doncel, que es la síntesis de la historia, el arte y la cultura. Martín Vázquez de Arce nació en Sigüenza y murió en Granada a los 25 años guerreando contra la morisma. Su estatua de joven armado reclinado y leyendo es la conjunción de las armas y las letras. El doncel es un guerrero con la cultura y la suavidad del alabastro, que ciñe espada y porta un libro. Este muchacho lleva siglos siendo solicitado de amores por las bandadas de turistas.
En la sala capitular de verano (en la capilla de los tapices) de la catedral, el que suscribe, en tiempos tuvo amores con un Arcángel. Luego, la vida y los tiempos nos fueron separando, pero siempre conservo ese buen recuerdo que dejan los amores de juventud. El arcángel tenía unos cabellos sedosos y abundantes, unos grandes ojos, unas mejillas de manzana y una boca que encierra lo misterioso y turbador de lo sagrado. Llevaba siempre la misma diadema y el mismo cintillo de oro.
Una estatua es de un joven y la otra es de un ángel, no sé si uno es doncel y otra doncella, pero no me importa porque aprendí del maestro Gonzalo de Rojas que no hay más sexo que la hermosura.