¿Se puede pactar con Pedro Sánchez?

Carlos Dávila
-

Feijóo es consciente de que el socialista tratará de seducirle a través de nuevos engaños para conseguir el apoyo del PP en sus planes

El «por mí, que no quede» del gallego terminará cuando los compromisos del jefe del Ejecutivo se evaporen. - Foto: Alberto Ortega Europa Press

«Que por mí, no quede». Con este ánimo acudió Feijóo a su reunión de La Moncloa con el aún presidente, Pedro Sánchez Castejón. Con este espíritu, pero también con la convicción de que su interlocutor le trataría de seducir con nuevas martingalas para lograr su propósito inicial: el apoyo del Partido Popular a su efímero (solo durará, si se aprueba, apenas tres meses) Plan Putin, un documento que hasta ahora no ha logrado siquiera la ayuda de Los Frankenstein, ese cúmulo de partidos leninistas, separatistas y filoterroristas a los que el todavía presidente debe su permanencia en el Gobierno. «¿Cómo fiarme ahora de lo que me propongas si en la reunión de presidentes autonómicos de La Palma nos prometiste solemnemente algo que ya has descartado?», cita de Feijóo. La referencia no es otra que esa bajada de impuestos que el peor de los Sánchez posibles, el más embustero, ofreció a los líderes regionales para conseguir que firmaran una declaración conjunta -de esas que no valen para nada- destinada a presentar al público en general una imagen de unidad que a las 48 horas, las que tardó Sánchez en desdecirse de su compromiso, saltó por los aires.

Feijóo le ha dicho a su contendiente que se vuelva a la promesa palmeña. Lo veremos. Sabe Feijóo que acordar algo con este individuo tiene igual virtualidad que una operación de arado en el mar, o sea, ninguna. Pero, lo dicho: «Por mí, que no quede». 

El PSOE y su Gobierno social-leninista se han tirado meses para rescatar la exigencia de una renovación del Consejo General del Poder Judicial. A este respecto, una pregunta general: ¿alguien ha visto que esta remodelación sea motivo de preocupación o incluso de conversación en nuestras tertulias domésticas? Pues no. Nada que objetar en principio a este recambio que, en la estrategia del PSOE y de su aún secretario general, guarda la única intención de domeñar la Justicia en los próximos años, también, su última derivada institucional, el Tribunal Constitucional. Feijóo conoce muy bien estos propósitos de su rival pero entiende que, en puridad, no puede negarse a negociar una recomposición del CGPJ según mandan los cánones de la Constitución. Al final de la nueva presión socialista están las ambiciones del magistrado Conde-Pumpido de presidir el Constitucional que, en sus manos, sería solamente, una franquicia o una dirección general de la Presidencia del Gobierno.

Así están las cosas. Escuchada desde luego la intervención en el Congreso de los Diputados del dirigente ucraniano, Volodomir Zelenski, no puede afirmarse que se encuentre especialmente satisfecho de la postura del Ejecutivo español en la «guerra de Putin», como así la denomina el aún presidente Pedro Sánchez. Por esto: ¿qué puede pactar el nuevo PP con un sujeto que porta en su mochila la enemiga en este asunto de sus aliados de Gobierno? Otra vez, la posición de Feijóo no puede ser otra que ésta: «Por mí, que no quede». Sucede, sin embargo, que los ciudadanos de todo el mundo, los europeos, claro está, y los españoles en particular, estamos ya hastiados de pomposas denuncias, palabras atormentadas y sanciones que a Putin le traen por una higa. Este criminal está cometiendo un auténtico genocidio que, sospechosamente, el Alto Representante de la Unión Europea, Pepe (así se le ha dicho siempre) Borrell, se niega a reconocer como tal. No hay concordancia pues entre los propios socialistas, ¿cómo fiarse entonces de las respuestas del Gobierno español para las que Sánchez exige la complicidad del PP?

Feijóo no se confunde: el principal, quizá único, objetivo del presidente es presentarse en Europa como un estadista que margina a sus propios socios y se abraza al principal partido de la oposición. Es otra martingala de corto plazo que, además, quiere que le asegure un final de legislatura más o menos plácido, desactivando la oposición y, de vez en cuando, ofreciendo un caramelo en forma de millones de nuestros euros a los ministros de Podemos. No hay duda de que el popular no caerá en esa trampa. Es más, hay seguridad total de que no lo hará. En Galicia, desde donde viene, le han tendido trampas como ésta de varios colores, todo para presentarle como lo que no es: un cómplice de la bravuconería de Vox. ¿Quién le podría asegurar a Feijóo que, en caso de acceder a un cierto tipo de pacto, el embustero aún presidente, no le pagará indentificándole con los presupuestos de Abascal, el hombre del caballo, como ya se le apoda en Castilla y León? Nadie realmente.

Un rumbo distinto

Feijóo ya se ha distanciado de Casado en lo tocante a las exigencias para acordar algo con el PSOE. Ya no plantea como condición sine qua non que para la reforma del CGPJ se acepte cambiar el modelo de elección de sus componentes, tampoco que el descenso fiscal resulte imprescindible para apoyar el Plan Putin. Es una concepción nueva que, el gallego, de producirse, tendrá que explicar muy bien a sus electores, no vaya a ser que éstos se sientan decepcionados y viajen otra vez a ninguna parte, es decir, a la ventrílocua radicalidad de Abascal y sus colegas de la boina verde. El voluntarioso «por mí, que no quede» del dirigente del PP se quedará en agua de borraja cuando, a las primeras de cambio, recaiga en que sus hipotéticos compromisos con Sánchez y su Gabinete de ultraizquierda terminan evaporándose porque, lo dicho: Sánchez precisa para su egolatría psicopática, para su desmedido interés por seguir aferrado a la poltrona de La Moncloa, la coyunda con Díaz, Belarra y demás patulea comunista, sin ellos vuelve a la calle de donde quizá nunca debería haber salido. 

Feijóo, por bien que aparezcan en las fotos, ni es su aliado, ni es su amigo, es sobre todo, el tipo que le quiere apear del poder. Por sí sola ya es una condición que hace que Sánchez intente con él un nuevo engaño, y si puede, una fechoría política letal. ¿Se puede pactar con un mentiroso? Cínicamente la contestación es ésta: sí, siempre que le hagas firmar hasta con su huella dactilar y reservando siempre el comodín de una réplica total si el mentiroso intenta lo de siempre: refugiarse en renacidas paparruchas. Mentiras de todo a cien.