Perseguido por su fe

Antonio Herraiz
-

Es católico y tuvo que abandonar su país, Guinea-Conakry, de mayoría musulmana, huyendo de la persecución religiosa. Lleva cuatro años en Guadalajara y su sueño es traer a España a su hijo de 11 años

Perseguido por su fe - Foto: Javier Pozo

Agustín Kondano (Conakri, 1993) tiene una visible cicatriz en el cuello y marcas por varias partes del cuerpo. No le gusta enseñarlas porque son parte de una vida que le gustaría borrar de su memoria. Aún así, son la prueba que le permite recordar a diario que está vivo casi de milagro. 

La República de Guinea es un país de África occidental donde el 85% de la población profesa la religión musulmana. Los cristianos apenas representan un ocho por ciento y Agustín nació en un hogar católico. La familia paterna era musulmana y cuando su padre se bautizó y se convirtió al cristianismo empezaron los problemas. No tiene pruebas -tampoco dudas- de que murió envenenado por sus propios hermanos. La persecución no acabó ahí. Los tíos de Agustín despojaron a su madre y a todos sus hermanos de la tienda de comestibles que les había dejado su padre, una cafetería y una vivienda, lo que les obligó a mudarse. 

Tuvieron que comenzar de cero: su madre y varias de sus hermanas empezaron con un negocio de venta ambulante, mientras él seguía en el colegio. Rozando la mayoría de edad conoció a una chica «muy guapa, inteligente y sociable». Se llamaba Mariame Diallo y le ayudó económicamente a sacarse el carné de conducir, lo que permitió a Agustín trabajar como taxista, pagarse sus estudios y colaborar con los gastos de la familia. Empezaron una relación con un inconveniente que ella no veía insalvable: Mariame era musulmana. La familia de la chica, con una posición económica muy por encima de la media de Guinea, nunca aceptó a Agustín, sobre todo por su condición religiosa. Mariame se quedó embarazada y durante el parto murió de una fuerte hemorragia. El bebé, François, consiguió sobrevivir. De nuevo, vuelta a empezar. 

La familia de Mariame no aceptó la muerte de la joven y dirigió su ira contra Agustín. Ejercieron su influencia de poder y, de pronto, el padre del pequeño se vio en la cárcel. «Nadie me daba explicaciones. Me sentí completamente indefenso porque ningún funcionario era capaz de justificar mi arresto. En mi país la Justicia no es para los pobres y los ricos siempre tienen razón». En la prisión le llegaron incluso a amenazar de muerte: «Hoy es el último día que te queda para rezar a tu Dios, me repetía un gendarme». Con la ayuda de una ONG que se dedica a defender los Derechos Humanos en las cárceles guineanas consiguió salir.  Una vez más, tocaba comenzar de nuevo.

Junto a su hijo y dos de sus hermanas se fueron a Boke, una ciudad situada a cerca de 250 kilómetros de la capital. Agustín pensó que ahí estaría seguro y que la familia más radical por fin le dejaría en paz. Se equivocó. Una noche, cuando volvía de trabajar con el taxi, Mustafá, un hermano de Mariame, le estaba esperando junto a varios hombres. «Le pregunté cómo habían descubierto mi nueva casa y enseguida se abalanzaron contra mí y me apuñalaron en el cuello y la espalda». Le dejaron inconsciente y pararon la agresión porque le dieron por muerto. Sobrevivió de milagro y, ahora sí, tocaba emprender una nueva vida. 

Con todo el dolor que supone abandonar a un hijo de apenas siete años -la abuela y las tías se quedaron a su cuidado-, decidió huir de su país. No tenía intención de venir a Europa, pero la Providencia fue marcando su destino. Vendió el taxi, recuperó algunos ahorros y empezó un camino que le llevó a Burkina-Faso, a Mali, Mauritania, Argelia y Marruecos. Vio la muerte muy de cerca, comprobó la falta de escrúpulos de las mafias, insensibles a la desesperación de aquellos que huyen de la miseria, la guerra o, como en el caso de Agustín, de la persecución religiosa. Días sin comer y un desierto en el que muchos se quedan por el camino. También conoció a gente buena, como «un anciano que se me acercó en Oujda, la primera ciudad marroquí. Estaba hambriento y sediento y aquel hombre me metió en su casa para darme agua y una lata de sardinas. Además, escuchó mi historia y me facilitó mi llegada a Tánger». Acariciaba el sueño europeo, pero faltaba lo más difícil. En el viaje en patera hasta Tarifa volvió a ver la muerte de cerca cuando la embarcación volcó varias veces por las malas condiciones del mar. Una llamada providencial desde uno de los barcos comerciales con el que se cruzaron permitió el rescate de la treintena de personas que viajaban en la patera. 

Agustín consiguió licenciarse en Geografía en su país y en los cuatro años que lleva en España ha logrado aprender castellano. Con un acento francés particular, lo habla de forma muy correcta. Y la palabra que más repite es gracias: a Dios, a ACCEM y Cruz Roja y a Belén y Juan, dos ángeles de la guarda que se ha encontrado en su camino y que se han convertido en su familia alcarreña. Trabaja en el sector de la logística y su sueño es poder traer a España a su hijo y al resto de su familia católica «para que dejen de sufrir».