Javier del Castillo

Javier del Castillo


Hasta el próximo disparate

07/12/2022

En política es difícil hacer predicciones y más difícil todavía especular sobre lo que pudo haber sido y no fue. Sin embargo, coincido con la afirmación que hizo hace unos días el presidente de Aragón, Javier Lambán, sobre el actual secretario general de su partido: «A España le hubiera ido mejor sin Pedro Sánchez». El dirigente aragonés lamentaba la retirada de su tocayo Javier Fernández, expresidente de Asturias, y ponía el acento en el sentido de Estado de Alfredo Pérez Rubalcaba. 
No hay más que contemplar los disparates de las últimas semanas, con intolerables concesiones a independentistas catalanes y vascos, para lamentar tan destacadas ausencias en la dirección socialista. Basta con analizar con calma las decisiones del Ejecutivo sobre el delito de sedición y la elección de sus dos candidatos para el Tribunal Constitucional para darse cuenta de que aquí ya ni siquiera se guardan las formas. Vale todo. Los controles democráticos van saltando por los aires y se destruyen las barreras que intentan frenar el afán de supervivencia del actual inquilino de la Moncloa. 
Los espectáculos, disparate tras disparate, animan las tertulias y debates, hasta que acaban solapándose unos con otros. Podemos ver algunos ejemplos. La reforma del delito de sedición parecía una provocación, un escándalo, pero quedó en segundo plano cuando alguien desde el Gobierno puso encima de la mesa la revisión también del delito de malversación. 
Las lágrimas de la ministra de Igualdad, Irene Montero, pidiendo que acabara la «violencia política» en España, tras la intervención desafortunada de una diputada de Vox, todavía no habían desaparecido de su rostro cuando ella misma hizo suya esa censurada «violencia política», acusando al PP de «promover la cultura de la violación». 
El titular del Ministerio del Interior, Fernando Grande-Marlaska, comparecía el martes en el Congreso y colocaba en territorio marroquí a todos los inmigrantes que perdieron la vida al intentar cruzar la valla de Melilla, por mucho que las imágenes y los testimonios recogidos por diferentes medios de comunicación pusieran en evidencia esa recreación suya de los hechos. Como vale todo, tampoco le importó a Marlaska quedarse sólo ante el peligro, con el único respaldo del Grupo Socialista. 
Está demostrado que aquí no hay solución de continuidad, porque la mayor tropelía tiene los días contados. Y si a la ministra de Igualdad, por muchas y merecidas críticas que reciba, no se le cae la cara de vergüenza por elaborar una ley que reduce las penas de violadores y agresores sexuales, tampoco habrá que alarmarse y poner el grito en el cielo porque se hagan campañas de acoso y derribo, por no decir cacerías, contra aquellos periodistas y presentadores de televisión poco receptivos a los postulados de Unidas Podemos. 
Cada despropósito o disparate tiene su recorrido, pero puede arreglarse el desaguisado, e incluso volatilizarse, con una buena estrategia y una adecuada contraprogramación. La mejor defensa es un buen ataque. Sin contemplaciones. Con la contundencia necesaria para que se conmine al enemigo a pensárselo dos veces antes de cuestionar la honestidad y la solvencia de Irene, Ione, Pablo, Arnaldo o Gabriel. 
Pero, si Sánchez está convencido de que pasará a la historia por haber «resucitado» y cambiado de cementerio a Franco, no hay más que hablar.
Salvo preguntarse: ¿qué hemos hecho los españoles para merecer esto?