El mundo del fútbol siempre te guarda una bolsita con toda la mierda, con perdón, para sacarla en el momento adecuado. A veces la bolsa es enorme y hay mucho que echar en cara al criticado… a veces es pequeñita, pero suficiente: de Ancelotti siempre se podrá decir que salió del Bayern porque los futbolistas estaban hartos de que se trabajara poco y se preparasen mal los partidos decisivos. Era su segunda temporada en Alemania, la competición apenas estaba en septiembre y acababa de perder contra el PSG en Champions (3-0). 
Esa crítica al tipo que ganó Ligas en las cinco grandes de Europa, al tipo que acumula un 66 por ciento de victorias (dos de cada tres partidos) en más de 1.200 encuentros dirigidos, al técnico con 25 títulos de prestigio en los mejores banquillos del mundo (Madrid, Bayern, Chelsea, PSG, Milan, etcétera), al entrenador que ha mejorado y potenciado a algunos de los mejores talentos del fútbol moderno (Vinícius como último ejemplo)… esa crítica, digo, es la que le va a perseguir durante toda su carrera. Sobre todo en resacas tan dolorosas como la de esta semana, con LaLiga recién 'perdida' en el Camp Nou. 
El sambenito del entrenador tácticamente 'vago' es justificable, en cierta forma, cuando un Barça superlativo como el de la Supercopa y luego un Barça rácano como el de la Copa y luego un Barça de brega y oficio como el del pasado domingo te gana tres duelos... mientras tú haces exactamente lo mismo en los tres. Ancelotti cree que un enorme porcentaje de la grandeza histórica y presente del Real Madrid no radica tanto en las estupideces que un entrenador escriba en su libreta, sino en la energía, el empuje, el embrujo del propio escudo. Puede que tenga razón, pero los clásicos necesitan acción técnica. Y ahí Xavi le lleva de la mano.