Editorial

La alambicada salida de la guerra de Ucrania para un sátrapa desnortado

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La escalada en la guerra entre Rusia y Ucrania parece no tener límite, y eso aterra. El movimiento de Putin para activar a 300.000 reservistas para reforzar su Ejército y, sobre todo, el hecho de subrayar persistentemente la amenaza de una respuesta nuclear es una muestra de que no acepta salir derrotado por más que su obcecación ponga en peligro la estabilidad mundial, esté diezmando su ejército y devolviendo la tortura y las fosas comunes a Europa. 

La reacción internacional a la amenaza ha vuelto a ser coral. Occidente persiste en su apoyo incondicional al pueblo ucraniano e interpreta que las medidas que ha desplegado Rusia son evidencian su fracaso. Incluso se anuncian nuevas sanciones para debilitar aún más la economía rusa, un país donde la reacción del pueblo también es más intensa, como se ve en los rostros de miles de personas que han iniciado una huida hacia otros países para no ser llamados a filas. Las detenciones tampoco han apagado las protestas en las calles.

El nuevo contexto obliga a ser extremadamente escrupulosos con las decisiones que se toman y a medir muy bien los discursos porque en el otro lado de la línea hay un sátrapa desquiciado. Occidente debe ser inflexible con Rusia en su intento de invadir territorios de Ucrania y de coaccionar a otros países europeos, pero está obligado a explorar todas las vías para abrir cauces de negociación que lleven a Rusia a retirarse y buscar una salida al conflicto, pero eso minaría la posibilidad de que esta guerra de Putin sea su propia tumba política y acabe para siempre con la amenaza que representa. Una disyuntiva compleja.

La reacción del autócrata, a pesar de las muestras de debilidad que están dando las tropas rusas, es toda una incógnita, y precisamente es esa situación de debilidad la que puede empujarle a decisiones que amenazan la paz mundial, a un punto de no retorno cuyas consecuencias exigen el esfuerzo más medido de nuestro tiempo. La posición de países como China se antoja crucial a la hora de buscar una salida pacífica, pero el gigante asiático se está moviendo en el terreno de la indefinición y la ambigüedad, haciendo una velada condena de las posiciones rusas, pero también respaldando las conexiones económicas que mantiene con Moscú. Buscando, en definitiva, sacar tajada.

Tras más de 200 días de guerra, toca redoblar los esfuerzos internacionales para garantizar un escenario de pacificación duradero sin concesiones a Rusia, que inevitablemente saldrá derrotada. Cómo negociar ese final es ahora la piedra angular del conflicto en la vía diplomática. Sus socios geoestratégicos ya le están pidiendo a Putin que afloje, pero difícilmente podrá ser apartado de su camino si no interviene el pueblo ruso, que es el que, en definitiva, ha elegido su propia suerte.