La caída a las primeras de cambio en el Masters 1,000 de Cincinnati trastocó en parte los planes de Rafa Nadal a la hora de preparar su aterrizaje en el último Grand Slam de la temporada, pero el español conoce la solución para paliar este déficit competitivo.

El balear contaba con disputar entre dos y tres partidos en el torneo previo al Abierto de Nueva York y así foguearse en competición tras su nuevo regreso a las pistas. Después de su forzosa retirada en la ronda de semifinales de Wimbledon por la lesión abdominal, el español demostró ante Borna Coric que aún arrastra molestias musculares.

Con todos estos condicionantes, el pupilo de Carlos Moyá está a las puertas de un nuevo 'grande' al que llega 'entre algodones'. Sin embargo, este no es un camino desconocido para el manacorí. Sin ir más lejos, la última edición de Roland Garros se la embolsó en situaciones muy similares: sin jugar ningún torneo previo y recién recuperado de su dolencia en una costilla.

Lo mismo pasó en el certamen parisino de 2020, marcado por la pandemia del Covid y celebrado en fechas que no favorecían el juego del ganador de 22 Grand Slam.

Así pues, Nadal tiene en la cabeza ya ese 11 de septiembre en el que se disputará la final del US Open y, para intentar estar sobre la pista ese día, tiene claro que la ruta a seguir es similar a la previa de Wimbledon.

Subirá el nivel de los entrenamientos, con el fin de realizar distintas probaturas en el movimiento del saque, para que este pueda seguir siendo igual de eficaz que en esta última etapa de su carrera. Además, también disputará varios duelos a modo de test contra oponentes que se ubiquen lo más alto posible en el 'ranking' de la ATP.

Estos 'amistosos' no fueron, a nivel de resultados, muy halagüeños antes de la cita de Londres, pero le sirvieron para acostumbrarse a la hierba. En este caso, tratará de hacer lo mismo con la superficie rápida.